viernes, 10 de abril de 2009

Comentarios Acerca De La Pasión de N.S. JESUS

Tomado de Aciprensa.com

Comentarios acerca del Evangelio según San Juan, capítulo 18, versículos del 1 al 19,42

1. El huerto se llamaba Getsemaní. Ya en el siglo IV se veneraba allí la memoria de la agonía del Señor, en una Iglesia cuyos cimientos se han descubierto recientemente. David, como figura de Cristo, atravesó también este torrente huyendo de su propio hijo. Véase II Reyes 13, 23.
8. Dejad ir a éstos: Lo primero que el corazón sugiere a Jesús, en momento tan terrible para Él, es salvar a sus discípulos. Y se cuida de llamarlos tales para no exponerlos al peligro que cae sobre Él.
9. La cita que aquí se hace (de 17, 12) no se refiere a que Él les salvase la vida corporal sino la espiritual. Es que sin duda ésta depende aquí de aquélla, pues si los discípulos, que lo abandonaron todos en ese momento de su prisión, hubiesen sido presos con Él, habrían tal vez caído en la apostasía (recuérdense las negaciones de Pedro). Sólo cuando el Espíritu Santo los confirmó en la fe, dieron todos la vida por su Maestro.
13 s. Le condujeron primeramente a Anás, porque éste, a pesar de no ejercer ya las funciones de Sumo Sacerdote, gozaba de gran influencia. Caifás, el pontífice titular, lo dispuso probablemente así, esperando sin duda que su suegro fuese bastante astuto para hallar culpa en el Cordero inocente.
14. Véase v. 24 y nota.
15. Ese otro discípulo es Juan, el evangelista, que tiene la costumbre de ocultar su nombre (1, 39 y 13, 23).
20. Nótese que nada responde sobre los discípulos y desvía la atención del Pontífice para no comprometerlos. ¡Y entretanto, Pedro estaba negándolo ante los criados!
21. Ellos saben: En este y muchos otros pasajes vemos que en la doctrina de Cristo no hay nada esotérico, ni secretos exclusivos para los iniciados, como en los misterios de Grecia. Por el contrario, sabemos que el Padre revela a los pequeños lo que oculta a los sabios y prudentes (Luc. 10, 21).
23. El ejemplo de Jesús muestra cómo ha de entenderse la norma pronunciada por Él en el Sermón de la Montaña (Mat. 5, 39).
24. Como hacen notar algunos comentaristas, éste v. debe ir inmediatamente después del v. 13, con lo cual se ve claro que el envío de Anás a Caifás fue sin demora, de modo que todo el proceso desde el v. 14 se desenvuelve ante Caifás.
28. Los fariseos, que colaban mosquitos y tragaban camellos (Mat. 23, 24), creían contaminarse entrando en casas paganas, pero la muerte de un inocente no parece mancharlos. Y poder comer la Pascua: es decir que no la habían comido aún. Jesús se anticipó a comerla el jueves, pues sabía que el viernes ya no le sería posible. Cf. Luc. 22, 8 y nota.
32. Notable observación del evangelista, para llamarnos la atención sobre el hecho de que Jesús no sufrió el suplicio usual entre judíos, sino el de crucifixión, que era el usual entre judíos, sino el de crucifixión, que era el usado en Roma para los criminales y que en efecto le fue aplicado y ejecutado por la autoridad romana que ejercía Pilato. El Señor mismo había profetizado que tal sería la forma de su muerte, y para que ello sería entregado a los gentiles (Mat. 20, 19). De ahí que, como anota S. Lucas (18, 34), los Doce no entendieron "ninguna de estas cosas". Y, como para mayor contraste, S. Mateo agrega inmediatamente (Mat. 20, 20) que fue entonces cuando la madre de Santiago y Juan pidió para ellos al Señor un privilegio en su reino, como si éste fuese a comenzar en seguida (Luc. 19, 11). Jesús les contesta que no saben lo que piden (Mat. 20, 22), pues ellos ignoraban que el grano de trigo debía de morir para dar su fruto (12, 24). Cf. Hech. 1, 6 s.
36. Nunca definió Jesús con mayor claridad el carácter no político de su reino, que no es mundano ni dispone de soldados y armas.
37. De la verdad: esto es, de la fidelidad de las profecías que lo anunciaban como tal (Luc. 1, 32; Ecli. 36, 18).
38. ¿Qué cosa es verdad? Pilato es el tipo de muchos racionalistas que formulan una pregunta parecida y luego se van sin escuchar la respuesta de la Verdad misma, que es Jesucristo. Acertadamente dice S. Agustín: "Si no se desean, con toda la energía del alma, el conocimiento y la verdad, no pueden ser hallados. Pero si se buscan dignamente, no se esconden a sus amantes". Cf. Sab. 6, 17 ss. San Pablo, en Rom. 15, 8, nos refiere la respuesta que Jesús habría dado a esa pregunta.
1. Cruel inconsecuencia. Sabiendo y proclamando que Jesús es libre de culpa (v. 4), lo somete sin embargo, por librarlo de la muerte, a un nuevo y atroz tormento que no había pedido la Sinagoga... ¡y luego lo condena! (v. 16).
6. Por tercera vez da el juez testimonio de la inocencia de Cristo y proclama él mismo la injusticia de su proceder al autorizar la crucifixión de la divina Víctima.
8. Como pagano no conoció Pilato lo que decían, y por eso se llenó más de temor. Puede ser que temiera la ira de algún dios, o, más probablemente, que tuviera miedo de caer en desgracia ante el emperador. Los judíos advirtiendo su vacilación insisten cada vez más en el aspecto político (vv. 12 y 15) hasta que cede el juez cobarde por salvar su puesto, quedando su nombre como un adjetivo infamante para los que a través de los siglos obrarán como él. Sobre jueces prevaricadores cf. Salmos 57 y 81 y notas.
11. O sea: la culpa de Caifás, Sumo Sacerdote del verdadero Dios, se agrava aún más por el hecho de que, no pudiendo ordenar por sí mismo la muerte de Jesús, quiere hacer que la autoridad civil, que él sabe emanada de Dios, sirva para dar muerte al propio Hijo de Dios.
15. Cf. Luc. 19, 14 y nota. Es impresionante ver, a través de la historia de Israel, que este rechazo de Cristo Rey parecía ya como anunciado por las palabras de Dios a Samuel en I Rey 8, 7, cuando el pueblo pidió un soberano como el de los gentiles.
17. El Cráneo: eso quiere decir el Calvario: lugar de la calavera. Según la leyenda judía, es el lugar donde fue enterrado Adán. Estaba fuera de la ciudad; sólo más tarde el sitio fue incorporado a la circunvalación. Hoy forma parte de la Iglesia del Santo Sepulcro.
24. Véase S. 21, 19.
25. Estaba de pie: Lo primero que ha de imitarse en Ella es esa fe que Isabel le había señalado como su gran bienaventuranza (Luc. 1, 45). La fe de María no vacila, aunque humanamente todo lo divino parece fallar aquí, pues la profecía del ángel le había prometido para su Hijo el trono de David (Luc. 1, 32), y la de Simeón (Luc. 2, 32), que Él había de ser no solamente "luz para ser revelada a las naciones" sino también "la gloria de su pueblo de Israel" que de tal manera lo rechazaba y lo entregaba a la muerte por medio del poder romano. "El justo vive de fe" (Rom. 1, 17) y María guardó las palabras meditándolas en su corazón (Luc. 2, 19 y 51; 11, 28) y creyó contra toda apariencia (Rom. 4, 18), así como Abrahán, el padre de los que creen, no dudó de la promesa de una numerosísima descendencia, ni aún cuando Dios le mandaba matar al único hijo de su vejez que debía darle esa descendencia. (Gén. 21, 12; 22, 1; Ecli. 44, 21; Hebr. 11, 17 - 19).
26. Dijo a su madre: Mujer: Nunca, ni en Caná (2, 4), ni en este momento en que "una espada atraviesa el alma" de María (Luc. 2, 35), ninguna vez le da el mismo Jesús este dulce nombre de Madre. En Mat. 12, 46 - 50; Luc. 2, 48 - 50; 8, 19 - 21; 11, 28 - los pocos pasajes en que Él se ocupa de Ella - confirmamos su empeño por excluir de nuestra vida espiritual todo sentimentalismo, y acentuar en cambio el sello de humildad y retiro que caracteriza a "la Esclava del Señor" (Luc. 1, 38) no obstante que Él, durante toda su infancia, estuvo "sometido" a Ella y a José (Luc. 2, 51). En cuanto a la maternidad espiritual de María, que se ha deducido de este pasaje, Pío X la hace derivar desde la Encarnación del Verbo (Enc. ad diem illum), extendiéndola de Cristo a todo su Cuerpo místico. Cf. Gál. 4, 26.
27. En el grande y misterioso silencio que la Escritura guarda acerca de María, nada nos dice después de esto, sino que, fiel a las instrucciones de Jesús (Luc. 24, 49). Ella perseveraba en oración en el Cenáculo con los apóstoles, después de la Ascensión (Hech. 1, 13 s.), y sin duda también en Pentecostés (Hech. 2, 1). ¡Ni siquiera una palabra sobre su encuentro con Jesús cuando Él resucitó! Con todo, es firme la creencia en la Asunción de María, o sea su subida al Cielo en alma y cuerpo, suponiéndose que, al resucitar éste, su sepulcro quedó vacío, si bien no hay certeza histórica con respecto al sepulcro; y claro está que bien pudo Dios haberla eximido de la muerte, como muchos creyeron también de aquel discípulo amado que estaba con Ella (Juan 21, 22 ss. y nota); pues siendo, desde su concepción, inmaculada (en previsión de los méritos de Cristo) María quedó libre del pecado, sin el cual la muerte no habría entrado en el mundo (Rom. 5, 12; Sab. 1, 16; 2, 24; 3, 2 y notas). Sin embargo murió a semejanza de su Hijo.
28. Todas las profecías sobre la pasión quedaban cumplidas, especialmente los Salmos 21 y 68 e Isaías cap. 53, incluso el reparto y sorteo de las vestiduras por los soldados, que Jesús presenció, vivo aún, desde la Cruz.
30. Está cumplido el plan de Dios para redimir al hombre. Si nos tomamos el trabajo de reflexionar que Dios no obra inútilmente, nos preguntaremos qué es lo que pudo moverlo a entregar su Hijo, que lo es todo para Él, siendo que le habría bastado decir una palabra para el perdón de los hombres, según Él mismo lo dijo cuando declaró la libertad de compadecerse de quien quisiera, y de hacer misericordia a aquel de quien se hubiera compadecido (Ex. 33, 19; Rom. 9, 15), puesto que para Él "todo es posible" (Marc. 10, 27). Y si, de esa contribución infinita del Padre para nuestra redención, pasamos a la del Hijo, vemos también que, pudiendo salvar, como dice Sto. Tomás, uno y mil mundos, con una sola gota de su Sangre, Jesús prefirió darnos su vida entera de santidad, su Pasión y muerte, de insuperable amargura, y quiso con la lanzada ser dador hasta de las gotas de Sangre que le quedaban después de muerto. Ante semejantes actitudes del Padre y del Hijo, no podemos dejar de preguntarnos el por qué de un dispendio tan excesivo. Entonces vemos que el móvil fue el amor; vemos también que lo que quieren con ese empeño por ostentar la superabundancia del don, es que sepamos, creamos y comprendamos, ante pruebas tan absolutas, la inmensidad sin límites de ese amor que nos tienen. Ahora sabemos, en cuanto al Padre, que "Dios amó tanto al mundo, que dio su Hijo unigénito" (3, 16); y en cuanto al Hijo, que "nadie puede tener amor más grande que el dar la vida" (15, 13). En definitiva, el empeño de Dios es el de todo amante: que se conozca la magnitud de su amor, y, al ver las pruebas indudables, se crea que ese amor es verdad, aunque parezca imposible. De ahí que si Dios entregó a su Hijo como prueba de su amor, el fruto sólo será para los que así lo crean (3, 16, in fine). El que así descubre el más íntimo secreto del Corazón de un Dios amante, ha tocado el fondo mismo de la sabiduría, y su espíritu queda para siempre fijado en el amor (cf. Ef. 1, 17).
35. El que lo vio: Juan (21, 24; I Juan 1, 1 - 3).
36. Véase Ex. 12, 46; Núm. 9, 12; S. 33, 21.
37. Refiérese a una profecía que anuncia la conversión final de Israel y que dice: "Y derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén el espíritu de gracia y de oración, y pondrán sus ojos en Mí a quien traspasaron, y llorarán al que hirieron como se llora a un hijo único, y harán duelo por Él como se hace por un primogénito" (Zac. 12, 10). Cf. Apoc. 1, 7.

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