domingo, 17 de febrero de 2013

Libro: El día de la cuenta




Al poco tiempo de que falleciera Albino Luciani, el 28 de septiembre de 1978, apenas treinta y tres días después de ser electo sucesor de Paulo VI, comenzaron a correr diversas versiones de que el Papa había muerto asesinado y no de muerte natural, como sostenía la versión oficial.

Pero pocos prestaron atención a los señalamientos por el hecho de que éstos provenían de fuera de la Iglesia. Osho, Yallop, Cornwell, Szymanski y otros decían haber obtenido información fidedigna sobre el homicidio, el cual se habría dado en medio de escándalos de corrupción en El Vaticano. Lo que pretenden, decía la mayoría de los católicos, es embarrar a la Iglesia y acarrearle mala fama mediante una historia calumniosa y sin fundamento.

No fue sino hasta el año 2000, cuando se alzó la primera voz proveniente del interior de la Iglesia y, además, de un miembro respetable y con altos cargos eclesiales. El sacerdote español Jesús López Sáez, fundador de la Comunidad de Ayala, experto en Juan Pablo Primero, miembro del Equipo Europeo de Catecumenado, responsable de la Comisión de Pastoral de los Adultos en el Secretariado Nacional de Catequesis de España, publicó un libro "El día de la cuenta", en el que documentó cómo altos funcionarios vaticanos afiliados a la masonería, asesinaron al Papa Juan Pablo Primero con relación a hechos de corrupción que se estaban dando entre dicho banco -conocido como Instituto para las Obras Religiosas (IOR)- y el Banco Ambrosiano de Milán. Los más probables responsables del homicidio: el cardenal Secretario de Estado Jean Villot y el Secretario del Banco Vaticano, el obispo Paul Marcinkus.

La investigación, que le llevó a López Sáez quince años (1985-2000), es rigurosísima, no afirma nada que no está basado en documentos y testimonios de primera mano. Entre los más elocuentes, el de Sor Vincenza, la cual reveló que el poderoso Secretario de Estado la había silenciado, que Juan Pablo Primero no murió con el Kempis en las manos, como se había dicho, sino con unos documentos. También el testimonio del doctor Da Ros, médico personal de Luciani, afirmando que el Papa estaba en perfectas condiciones de salud, no enfermo de corazón, como se había dicho, y que él no le recetó nada telefónicamente aquella tarde del 27 de septiembre.

El comunicado de la Secretaría de Estado decía que el Papa Luciani había fallecido por un “infarto agudo de miocardio”. Pero, según el testimonio de Giovanni Gennari, profesor del Seminario Diocesano de Roma, cercano a Albino Luciani, la autopsia reveló, más bien, que el Papa había muerto por la ingestión de un fuerte vasodilatador que un médico de El Vaticano le había recetado.

Todos los testigos habían sido silenciados y obligados a sostener la versión oficial, pero una vez muerto Villot (1979) y enviado Marcinkus a los Estados Unidos (1999) se acabó el temor a las represalias y se animaron a declarar la verdad de los hechos.



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