Le pareció a don Bosco tener ante sí un inmenso y encantador collado, cubierto de verdor, en suave pendiente y completamente llano. En las faldas del mismo, se formaba un escalón, más bien bajo, desde el cual se subía a la vereda donde estaba don Bosco.
Aquello parecía el Paraíso terrenal iluminado por una luz más pura y más viva que la del sol. Estaba todo cubierto de verde hierba, esmaltada de multitud de bellas y variadas flores y sombreado por un ingente número de árboles que, entrelazando las ramas entre sí, las extendían a guisa de amplios festones.
En medio del vergel y hasta el límite del mismo, se extendía una alfombra de mágico candor, tan luciente que deslumbraba la vista. Tenía una longitud de muchas millas. Ofrecía toda la magnificencia de un regio estrado. Como ornato, sobre la franja que corría a lo largo de su borde, se veían varias inscripciones en caracteres dorados.
Por un lado se leía: Beati immaculati qui ambulant in lege Domini.
Bienaventurados los puros que andan por los caminos de la ley del Señor.
Y en el otro: Non privabit bonis eos qui ambulant in innocentia. No dejará sin bienes a los que viven en la inocencia.
En el tercer lado: Non confundentur in tempore malo; in diebus famis saturabuntur. No se sentirán confundidos en el tiempo de la adversidad y, en los días de hambre, serán saciados.
En el cuarto: Novit Dominus dies immaculatorum et haereditas eorum in aeternum erit. Conoció el Señor los días de los inocentes y la herencia de ellos será eterna.
En las cuatro esquinas del estrado, en torno de un magnífico rosetón, se veían estas cuatro inscripciones:
Cum simplicibus sermocinatio ejus: Su conversación será con los sencillos.
Proteget gradientes simpliciter: Protege a los que suben con humildad.
Qui ambulant simpliciter, ambulant confidenter: Los que caminan con sencillez, proceden confiadamente.
Voluntas eius in iis qui simpliciter ambulant: Su voluntad se manifiesta a los que viven sencillamente.
En mitad del estrado, había esta última inscripción: Qui ambulat simpliciter salvus erit: El que procede con sencillez será salvo.
En el centro de la pradera, sobre el borde superior de aquella blanca alfombra, se levantaba un estandarte blanquísimo, sobre el cual se leía también escrito con caracteres de oro: Fili mi, tu semper mecum es et omnia mea tua sunt: Hijo mío, tú siempre has estado conmigo y todo lo mío te pertenece.
Si don Bosco se sentía maravillado a la vista del jardín, más le llamaron la atención dos hermosas jovencitas, como de doce años, que estaban sentadas al borde de la alfombra donde el terreno formaba el escalón. Una celestial modestia se reflejaba en todo su gracioso continente. De sus ojos constantemente fijos en la altura, fluía no solamente una ingenua sencillez de paloma, sino que también brillaba en ellos la luz de un amor purísimo y de un gozo verdaderamente celestial. Sus frentes despejadas y serenas parecían el asiento del candor y de la sinceridad; sobre sus labios florecía una alegre y encantadora sonrisa. Los rasgos de sus rostros denotaban un corazón tierno y fervoroso. Los graciosos movimientos de la persona les comunicaba un aire tal de sobrehumana grandeza y de nobleza que contrastaba con su juventud.
Una vestidura blanca les bajaba hasta los pies, sobre la cual no se distinguía ni mancha, ni arruga y ni siquiera un granito de polvo. Tenían ceñidos los costados con una faja bordada de lirios, de violetas y de rosas. Un adorno semejante, en forma de collar, rodeaba su cuello compuesto de las mismas flores, pero de forma diversa. Como brazaletes llevaban en las muñecas un hacecillo de margaritas blancas.
Todos estos adornos y flores tenían formas y colores de una belleza imposible de describir. Todas las piedras más preciosas del mundo, engarzadas con la más exquisita de las artes, parecerían un poco de fango en su comparación.
Sus blanquísimas sandalias estaban adornadas con una cinta blanca de bordes dorados con una graciosa lazada en el centro. Blanco también, con pequeños hilos de oro, era el cordoncillo con que estaban atadas.
Su larga cabellera estaba sujeta con una corona que les ceñía la frente y era tan abundante que, al salir de la corona, formaba exuberantes bucles, cayendo después por la espalda a guisa de abundantes rizos.
Ambas habían comenzado un diálogo: unas veces alternaban en el hablar; otras, se hacían preguntas o bien prorrumpían en exclamaciones. A veces, las dos permanecían sentadas; otras, una estaba sentada y la otra de pie o bien paseaban. Pero nunca salían de la superficie de aquella blanca alfombra y jamás tocaban las hierbas ni las flores. Don Bosco, en su sueño, permanecía a manera de espectador. Ni él dirigió palabra alguna a las jovencitas ni las jovencitas a él, pues ni se dieron cuenta de su presencia; la una decía a la otra con suavísimo acento:
-¿Qué es la inocencia? El estado afortunado de la gracia santificante, conservado merced a la constante y exacta observancia de la ley divina.
Y la otra doncella, con voz no menos dulce:
-La conservación de la pureza, de la inocencia, es fuente y origen de toda ciencia y de toda virtud.
Y la primera:
-¡Qué brillo, qué gloria, qué esplendor de virtud, vivir bien entre los malos y, entre los malignos y malvados, conservar el candor de la inocencia y la pureza de las costumbres!
La segunda se puso de pie y, deteniéndose junto a la compañera:
-Bienaventurado el jovencito que no va detrás de los consejos de los impíos y no sigue el camino de los pecadores, sino que su complacencia es la ley del Señor, la cual medita día y noche. Y será como el árbol plantado a lo largo de las corrientes de las aguas de la gracia del Señor, el cual dará a su tiempo fruto copioso de buenas obras: aunque sople el viento, no caerán de él las hojas de las santas intenciones y del mérito y todo cuanto haga tendrá un próspero efecto y cada circunstancia de su vida cooperará a acrecentar su premio.
Y, así diciendo, señalaba los árboles del jardín, cargados de frutos bellísimos, que esparcían por el aire un perfume delicioso, mientras unos arroyuelos de aguas limpísimas que, unas veces, discurrían por dos orillas floridas, otras, caían formando pequeñas cascadas o formaban pequeños lagos y bañaban sus pies, con un murmullo que parecía el sonido misterioso de una música lejana.
La primera doncella replicó:
-Es como un lirio entre las espinas que Dios acoge en su jardín y, después, lo toma para ornamento de su corazón; y puede decir a su Señor: Mi Amado para mí y yo para mi Amado, pues se apacienta en medio de lirios.
Y, al decir esto, indicaba un gran número de lirios hermosísimos que alzaban su blanca corola entre las hierbas y las demás flores, mientras señalaba en la lejanía un altísimo valladar verde que rodeaba todo el jardín. Este valladar estaba todo cuajado de espinas y, detrás de él, vagaban unos monstruos asquerosos que intentaban penetrar en el jardín, pero se lo impedían las espinas del seto.
-¡Es cierto! ¡Cuánta verdad encierran tus palabras!, añadió la segunda, ¡Bienaventurado el jovencito que sea hallado sin culpa! ¿Pero quién será el tal y qué alabanzas diremos en su honor? Pues ha obrado cosas admirables en su vida. Fue encontrado perfecto y tendrá la gloria eterna; pudo haber pecado y no pecó; hacer el mal y no lo hizo. Por esto, sus bienes han sido establecidos por el Señor y sus obras buenas serán celebradas por todas las congregaciones de los Santos.
-Y, en la tierra, ¡qué gloria les está reservada! Los llamará, les señalará un lugar en su santuario, los hará ministros de sus misterios y les dará un nombre sempiterno que jamás perecerá, concluyó la primera.
La segunda se puso de pie y exclamó:
-¿Quién puede describir la belleza de un inocente? Su alma está espléndidamente vestida, como una de nosotras, adornada con la blanca estola del santo Bautismo. En su cuello, en sus brazos resplandecen gemas divinas, lleva en su dedo el anillo de la alianza con Dios. Camina velozmente en su viaje hacia la eternidad. Se abre delante de sus ojos un sendero sembrado de estrellas… Es tabernáculo viviente del Espíritu Santo. Con la sangre de Jesús que corre por sus venas y tiñe sus mejillas y sus labios, con la Santísima Trinidad en el corazón inmaculado, despide a su alrededor torrentes de luz que le revisten de un esplendor mayor que el del sol. Desde lo alto, llueven pétalos de flores celestes que llenan el aire.
Todo el ambiente se llena de las suaves armonías de los ángeles que hacen eco a sus plegarias. María Santísima está a su lado pronta a defenderla. El cielo está abierto para ella. Se ha convertido en espectáculo para las inmensas legiones de los Santos y de los Espíritus bienaventurados que le invitan agitando sus palmas. Dios, entre los inaccesibles fulgores de su trono de gloria, le señala con la diestra el lugar que le tiene destinado, mientras que, con la izquierda, sostiene la espléndida corona con que le ha de coronar para siempre. El inocente es el deseo, la alegría, el aplauso del Paraíso. Y, sobre su rostro, está esculpida una alegría inefable. Es hijo de Dios. Dios es su Padre. El Paraíso es su herencia. Está continuamente con Dios. Lo ve, lo ama, lo sirve, lo posee, lo goza, posee un rayo de las delicias celestiales; está en posesión de todos los tesoros, de todas las gracias, de todos los secretos, de todos los dones, de todas sus perfecciones y de Dios mismo.
-Por esto, se presenta tan gloriosa la inocencia en los Santos del Antiguo Testamento y en los del Nuevo, y especialmente en los Mártires. ¡Oh, Inocencia, cuán bella eres!
Tentada, creces en perfección, humillada, te levantas más sublime; combatida, sales triunfante; sacrificada, vuelas a recibir la corona. Tú eres libre en la esclavitud, tranquila y segura en los peligros, alegre entre las cadenas. Los poderosos se inclinan ante ti, los príncipes te acogen, los grandes te buscan. Los buenos te obedecen, los malos te envidian, los rivales te emulan, los adversarios sucumben ante ti. Y tú saldrás siempre victoriosa, incluso cuando los hombres te condenen injustamente.
Las dos doncellas hicieron una pequeña pausa, como para tomar un poco de aliento después de haber desahogado tan encendidos anhelos, y luego se tomaron de la mano y se miraron una a otra.
-¡Oh, si los jóvenes conociesen el precioso tesoro de la inocencia, cómo cuidarían, desde el principio de su vida, la estola del santo bautismo! Mas, por el contrario, no reflexionan, no piensan lo que quiere decir mancillarla. La inocencia es un licor preciosísimo.
-Pero está encerrado en un frágil vaso de barro y, si no se le lleva con cautela, se rompe con la mayor facilidad.
-La inocencia es una piedra preciosa.
-Pero no se conoce su valor, se pierde y fácilmente se la cambia por un objeto vil.
-La inocencia es un espejo de oro, que refleja la imagen de Dios.
-Pero basta un poco de aire húmedo para empañarlo y hay que conservarlo envuelto en un velo.
-La inocencia es un lirio.
-Pero el solo contacto de una mano poco delicada puede marchitarlo.
-La inocencia es una blanca vestidura. Omni tempore sint vestimenta tua candida.
-Pero basta una sola mancha para hacerla perder su valor; por eso, es necesario caminar con mucha precaución.
-La inocencia queda violada, si es afeada por una sola mancha, y pierde el tesoro de su gracia.
-Basta un solo pecado mortal.
-Y, una vez perdida, queda perdida para siempre.
-¡Qué desgracia la de tantas inocencias que se pierden cada día! Cuando un jovencito cae en el pecado, el Paraíso se le cierra; la Virgen Santísima y el Ángel de la guarda desaparecen, cesan las músicas y se eclipsa la luz. Dios no está ya en su corazón, desaparece el camino de estrellas que antes recorría; cae y queda al momento solo como una isla en medio del mar, de un mar de fuego que se extiende hasta el extremo horizonte de la eternidad, abismándose hasta la profundidad del caos… Sobre su cabeza brillan en el cielo, amenazantes, los rayos de la divina justicia. Satanás se ha convertido en su compañero, lo ha cargado de cadenas, le ha puesto un pie en el cuello y, con el bidente levantado en alto, ha exclamado:
-¡He vencido! Tu hijo es mi esclavo. Ya no te pertenece, para él se ha terminado la alegría.
Si la justicia de Dios le priva en aquel momento del único punto de apoyo con que cuenta, está perdido para siempre,
-¡Y puede levantarse! La misericordia de Dios es infinita. Una buena confesión le puede devolver la gracia y el título de hijo de Dios.
-Pero la inocencia, jamás. ¡Y qué consecuencias se originarán del primer pecado!
Conoce el mal que antes no conocía; sentirá terriblemente el influjo de las malas inclinaciones; con la deuda enorme que ha contraído con la divina justicia, se sentirá más débil en los combates espirituales. Sentirá lo que antes no sentía, los efectos de la vergüenza, de la tristeza, del remordimiento.
-Y pensar que antes se había dicho de él: Dejad que los niños se acerquen a Mí. Ellos serán como los ángeles de Dios en el cielo, Hijo mío, dame tu corazón.
-¡Ah, qué delito tan espantoso cometen aquellos desgraciados que son culpables de que un niño pierda la inocencia! Jesús ha dicho: El que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en Mí, mejor le fuera que le atasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen a lo más profundo del mar. íAy del mundo a causa de los escándalos! No es posible impedir los escándalos, pero íay de aquellos que escandalizan! Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños que creen en Mí, porque os aseguro que sus ángeles en el cielo ven perpetuamente el rostro de mi Padre e está en los cielos y piden venganza.
-¡Desgraciados! Pero no menos infelices son los que se dejan robar la inocencia.
Y aquí las dos jovencitas comenzaron a pasear; el tema de su conversación era sobre cuál es el medio para conservar la inocencia.
Una decía:
-Es un gran error el de los jóvenes, al creer que la penitencia la debe practicar solamente quien ha pecado. La penitencia es también necesaria para conservar la inocencia. Si San Luis no hubiese hecho penitencia, habría caído sin duda en pecado mortal. Esto se debería predicar, inculcar, enseñar continuamente a los jóvenes. ¡Cuántos más numerosos serían los que conservarían la inocencia, mientras que ahora son tan pocos!
-Lo dice el Apóstol: Hemos de llevar siempre, por todas partes, en nuestro cuerpo, la mortificación de Jesucristo, a fin de que la vida de Jesús se manifieste en nosotros.
-Y Jesús, santo, inmaculado e inocente, pasó una vida de privaciones y dolores.
-Así también María y todos los Santos.
-Y fue para dar ejemplo a todos los jóvenes. Dice San Pablo: «Si vivís según la carne, moriréis; si, con el espíritu dais muerte a las acciones de la carne, viviréis».
-Por tanto, sin la penitencia no se puede conservar la inocencia.
-Y, con todo, muchos querrían conservar la inocencia, viviendo libremente.
-¡Necios! ¿Acaso no está escrito: Fue arrebatado para que la malicia no alterase su espíritu y la seducción no indujese su alma a error? Mas la ofuscación de la vanidad oscurece el bien y el vértigo de la concupiscencia pervierte al alma inocente. Por tanto, dos enemigos tienen los inocentes: las máximas perversas y las malas conversaciones de los malvados y la concupiscencia. ¿No dice el Señor que la muerte en plena juventud es un premio que evita al inocente los combates? «Porque agradó al Señor, fue por El amado y, porque vivía entre los pecadores, fue llevado a otro lugar. Habiendo muerto en edad temprana, recorrió un largo camino. Porque Dios amaba su alma, lo sacó de en medio de la iniquidad. Fue arrebatado para que la malicia no alterase su espíritu y la seducción no indujese su alma a error».
-Afortunados los niños que abrazan la cruz de la penitencia y con firme propósito dicen con Job: Donec deficiam, non recedam ab innocentia mea. Hasta que muera no me apartaré del camino de la inocencia.
-Por tanto, mortificación para superar el fastidio que sienten en la oración.
-Está escrito: Psallam et intelligam in via immaculata. Quando venies ad me? Petite
et accipietis. Pater noster!
-Mortificación de la inteligencia mediante la humildad, obedecer a los Superiores y a los reglamentos,
-También está escrito: Si mei non fuerint dominati, tunc immaculatus ero et emundabor a delicto maximo. Y esto es la soberbia. Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. El que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado. Obedeced a vuestros Superiores.
-Mortificación en decir siempre la verdad, en manifestar los propios defectos y los peligros en los cuales puede uno encontrarse. Entonces recibirá siempre consejo, especialmente del confesor.
-Pro anima tua, ne confundaris dicere verum. Por amor de tu alma no tengas vergüenza de decir la verdad. Porque hay una vergüenza que trae consigo el pecado y hay otra vergüenza que trae consigo la gloria y la gracia.
-Mortificación del corazón, frenando sus movimientos desordenados, amando a todos por amor de Dios y apartándonos resueltamente de aquellos que pretenden mancillar nuestra inocencia.
-Lo ha dicho Jesús: Si tu mano o tu pie te sirven de escándalo, córtalos y arrójalos lejos de ti; es mejor para ti llegar a la vida, con una mano o con un pie de menos, que, con ambas manos o con ambos pies, ser precipitado al fuego eterno. Y si tu ojo te sirve de escándalo, sácatelo y arrójalo lejos de ti; es mejor entrar en la vida eterna, con un solo ojo, que con los dos ser arrojado al fuego del infierno.
-Mortificación en soportar valientemente y con franqueza las burlas del respeto humano. Exacuerunt, ut gladium, linguas suas: intenderunt arcum, rem amaram, ut saggitent in occulis immaculatum.
-Y vencerán estas mofas malignas, temiendo ser descubiertos por los Superiores, pensando en las terribles palabras de Jesús: El que se avergonzare de Mí y de mis palabras, se avergonzará de él el Hijo del hombre, cuando venga con toda su majestad y con la del Padre y de los santos Ángeles.
-Mortificación de los ojos, al mirar, al leer, apartándose de toda lectura mala e inoportuna.
-Un punto esencial. He hecho pacto con mis ojos de no pensar ni siquiera en una virgen. Y en los salmos: Guarda tus ojos para que no vean la vanidad,
-Mortificación del oído y no escuchar malas conversaciones, palabras hirientes o impías.
-Se lee en el Eclesiástico: Saepi aures tuas spinis, linguam nequam noli audire. Rodea con un seto de espinas tus oídos y no escuches la mala lengua.
-Mortificación en el hablar: no dejarse vencer por la curiosidad.
-También está escrito: Coloca una puerta y un candado a tu boca. Ten cuidado de no pecar con la lengua, para que no seas derribado a vista de los enemigos que intrigan y tu caída llegue a ser incurable y mortal.
-Mortificación del gusto: no comer, no beber demasiado.
-El demasiado comer y el demasiado beber fue causa del diluvio universal y del fuego sobre Sodoma y Gomorra y de los mil castigos que cayeron sobre el pueblo hebreo.
-Mortificarse, en suma, sufriendo cuanto nos sucede a lo largo del día, el frío, el calor y no buscar nuestras satisfacciones. Mortificad vuestros miembros terrenos, dice San Pablo.
-Recordad el dicho de Jesús: Si quis vult post me venire, abneget semetipsum et tollat crucem suam quotidie et sequatur me.
-Dios mismo, con su próvida mano, rodea de espinas y de cruces a sus inocentes, como hizo con Job, con José, con Tobías y con otros Santos. Quia acceptus eras Deo, necesse fuit ut tentatio probaret te.
-El camino del inocente tiene sus pruebas, sus sacrificios, pero recibe fuerza en la Comunión, porque quien comulga frecuentemente tiene la vida eterna, está en Jesús y Jesús en él. Vive la misma vida de Jesús y El lo resucitará en el último día. Es éste el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes. Parasti in conspectu meo mensam adversus eos, qui tribulant me. Cadent a latere tuo mille et decem millia a dextris tuis, ad te autem non appropinquabunt.
-La Virgen Santísima a quien tanto ama es su Madre. Ego mater pulchrae dilectionis et timoris et agnitionis et sanctae spei. In me gratia omnis (para conocer) viae et veritatis; in me omnis spes vitae et virtutis. Ego diligentes me diligo. Qui elucidant me, vitam aeternam habebunt. Terribilis ut castrorum acies ordinata.
Las dos doncellas se volvieron entonces y comenzaron a subir lentamente la pendiente.
Y la una exclamó:
-La salud de los justos viene del Señor. Él es su protector en el tiempo de la tribulación. El Señor los ayudará y los librará. Él los librará de las manos de los pecadores y los salvará porque esperaron en Él.
Y la otra prosiguió:
-Dios me dotó de fortaleza y el camino que recorro es inmaculado.
Al llegar ambas doncellas al centro de aquella alfombra, se volvieron.
-Sí, gritó una de ellas, la inocencia coronada por la penitencia es la reina de todas las virtudes.
Y la otra exclamó también:
-¡Cuán gloriosa y bella es la generación de los castos! Su memoria es inmortal y admirable a los ojos de Dios y de los hombres. La gente la imita cuando está presente y la desea, cuando ha partido para el cielo, y, coronada, triunfa en la eternidad, después de vencer los combates de la castidad. ¡Y qué triunfo! ¡Qué gozo! Qué gloria al presentar a Dios, inmaculada, la estola del santo Bautismo, después de tantos combates entre los aplausos, los cánticos, el fulgor de los ejércitos celestiales.
Mientras hablaban de esta manera del premio reservado a la inocencia conservada mediante la penitencia, don Bosco vio aparecer legiones de ángeles que, bajando del cielo, se asentaban sobre el blanco tapiz. Y se unían a aquellas dos doncellas, conservando ellas el puesto del centro. Formaban una gran multitud que cantaba:
Benedictus Deus et Pater Domini Nostri Jesus Christi, qui benedixit nos in omni benedictione spirituali in coelestibus in Christo; qui elegit nos in ipso ante mundi constitutionem, ut essemus sancti et immaculati in conspectu eius in charitate et praedestinavit nos in adoptionem per Jesum Christum.
Las dos niñas se pusieron entonces a cantar un himno maravilloso, pero con tales palabras y tales notas, que sólo los ángeles que estaban más próximos al centro podían modular. Los otros también cantaban, pero don Bosco no podía oír sus voces, observando sólo los gestos y el movimiento de los labios al adaptar la boca al canto.
Las dos niñas cantaban: Me propter innocentiam suscepisti et confirmasti me in conspectu tuo in aeternum. Benedictus Dominus Deus a saeculo et usque in saeculum; fiat, fiat!
Entretanto, a las primeras escuadras de ángeles se añadieron otras y otras. Su vestido era de varios colores y adornos, diversos los unos de los otros y especialmente diferente del de las doncellas. Pero la riqueza y magnificencia de los mismos era divina. La belleza de cada uno era tal que la mente humana no la podría concebir en manera alguna, ni formarse la más remota idea de ellos. El espectáculo que ofrecía esta escena era indescriptible; pero sólo a fuerza de añadir palabras a palabras, se podría explicar en cierta manera el concepto.
Terminado el canto de las dos niñas, entonaron todos juntos un himno inmenso y tan armonioso que jamás se oyó cosa igual ni se oirá sobre la tierra.
He aquí lo que cantaban: Ei, qui potens est vos conservare sine peccato et constituere ante conspectum gloriae suae immaculatos in exultatione, in adventu Domini nostri Jesu Christi: Soli Deo Salvatori nostro, per Jesum Christum Dominum nostrum, gloria et magnificentia, imperium et potestas ante omne saeculum, et nunc et in omnia saecula saeculorum. Amen.
Mientras cantaban, iban llegando nuevas escuadras de ángeles y, cuando el canto hubo terminado, poco a poco, todos se elevaron en el aire y desaparecieron al mismo tiempo que aquella visión.
Y don Bosco se despertó.
(Memorias Biográficas de Don Bosco: Volumen 17: Capítulo 23 Segunda Parte.
Fuente: Salutaris Hostia
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Pidamos inocencia y pureza a María para que veamos a Dios, sin ella es imposible... Todo Tuyo María...
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