domingo, 31 de marzo de 2013

Sor Maria de Jesus de Agreda: Mistica Ciudad de Dios, Libro sexto, Capitulos 26 y 27

CAPITULO 26

La resurrección de Cristo nuestro Salvador y el aparecimiento que hizo a su Madre santísima con los santos padres
del limbo.


1466. Estuvo el alma santísima de Cristo nuestro Salvador en el limbo desde las tres y media del viernes a la tarde
hasta después de las tres de la mañana del domingo siguiente. A esta hora volvió al sepulcro, acompañado como
príncipe victorioso de los mismos Ángeles que llevó y de los Santos que rescató de aquellas cárceles inferiores como
despojos de su victoria y prendas de su glorioso triunfo, dejando postrados y castigados sus rebeldes enemigos. En el
sepulcro estaban otros muchos Ángeles que le guardaban, venerando el sagrado cuerpo unido a la divinidad. Y algunos
de ellos, por mandado de su Reina y Señora, habían recogido las reliquias de la sangre que derramó su Hijo santísimo,
los pedazos de carne que le derribaron de las heridas y los cabellos que arrancaron de su divino rostro y cabeza, y todo
lo demás que pertenecía al ornato y perfecta integridad de su humanidad santísima; que de todo esto cuidó la Madre de
la prudencia, y los Ángeles guardaban estas reliquias, gozoso cada uno con la parte que le alcanzó a cogerla. Y primero
que otra cosa se hiciese, se les manifestó a los Santos Padres el cuerpo de su Reparador, llagado, herido y desfigurado,
como le puso la crueldad de los judíos. Y reconociéndole así muerto le adoraron todos los Patriarcas y Profetas con los
otros Santos y confesaron de nuevo cómo verdaderamente el Verbo humanado tomó sobre sí nuestras enfermedades y
dolores (Is 53, 4) y pagó con exceso nuestra deuda, satisfaciendo a la justicia del Eterno Padre lo que nosotros
merecíamos, siendo Su Majestad inocentísimo y sin culpa. Allí vieron los primeros padres Adán y Eva el estrago que
hizo su inobediencia y el costoso remedió que habla tenido y la inmensa bondad del Redentor y su gran misericordia.
Los Patriarcas y Profetas conocieron y vieron cumplidos sus vaticinios y esperanzas de las promesas divinas. Y como
en la gloria de sus almas sentían el efecto de la copiosa redención, alabaron de nuevo al Omnipotente y Santo de los
Santos que por tan maravilloso orden de su sabiduría la había obrado.
1467. Después de esto, a vista de todos aquellos Santos, por ministerio de los Ángeles fueron restituidas al
sagrado cuerpo difunto todas las partes y reliquias que tenían recogidas, dejándole con su natural integridad
y perfección. Y al mismo instante el alma santísima del Señor se reunió al cuerpo y juntamente le dio inmortal vida y
gloria. Y en lugar de la sábana y unciones con que le enterraron, quedó vestido de los cuatro dotes de gloria, claridad,
impasibilidad, agilidad y sutileza. Estos dotes redundan en el cuerpo deificado de la inmensa gloria del alma de Cristo
nuestro bien. Y aunque se le debían como por herencia y natural participación desde el instante de su concepción,
porque desde entonces fue glorificada su alma santísima y estaba unida a la divinidad toda aquella humanidad
inocentísima, pero suspendieron se entonces sin redundar en el cuerpo purísimo, para dejarle pasible y que mereciese
nuestra gloria, privándose de la de su cuerpo, como en su lugar queda dicho (Cf. supra n. 147). Y en la
resurrección se le restituyeron de justicia estos dotes en el grado y proporción correspondiente a la gloria del alma y
a la unión que tenía con la divinidad. Y como la gloria del alma santísima de Cristo nuestro Señor es incomprensible e
inefable para nuestra corta capacidad, también es imposible explicar enteramente con palabras y con ejemplos la gloria
y dotes de su cuerpo deificado; porque respecto de su pureza es oscuro el cristal, la luz que contenía y despedía excede
a los demás cuerpos gloriosos, como el día a la noche y más que mil soles a una estrella, y toda la hermosura de las
criaturas, si se juntara en una, pareciera fealdad en su comparación, y no hay símil para ella en todo lo criado.
1468. Excedió grandemente la excelencia de estos dotes en la resurrección a la gloria que tuvieron en la
transfiguración y en otras ocasiones que Cristo Señor nuestro se transfiguró, como en el discurso de esta Historia se ha
dicho (Cf. supra n. 695, 851, 1099); porque entonces la recibió de paso y como convenía para el fin que se
transfiguraba, pero ahora la tuvo con plenitud para gozarla eternamente. Y por la impasibilidad quedó invencible de
todo el poder criado, porque ninguna potencia le podía alterar ni mudar. Por la sutilidad quedó tan purificada la materia
gruesa y terrena, que sin resistencia de otros cuerpos se podía penetrar con ellos como si fuera espíritu incorpóreo, y
así penetró la lápida del sepulcro sin moverla ni dividirla, el que por semejante modo había salido del virginal vientre
de su purísima Madre. La agilidad le dejó tan libre del peso y tardanza de la materia, que excedía a la que tienen los
Ángeles inmateriales, y por sí mismo podía moverse con más presteza que ellos de un lugar a otro, como lo hizo en las
apariciones de los Apóstoles y en otras ocasiones. Las sagradas llagas que antes afeaban su santísimo cuerpo quedaron
en pies, manos y costado tan hermosas, refulgentes y brillantes, que le hacían más vistoso y agraciado, con admirable
modo y variedad. Con toda esta belleza y gloria se levantó nuestro Salvador del sepulcro y en presencia de los Santos y
Patriarcas prometió a todo el linaje humano la resurrección universal como efecto de la suya en la misma carne y
cuerpo de cada uno de los mortales y que en ella serían glorificados los justos. Y en prendas de esta promesa y como
en rehenes de la resurrección universal, mandó Su Majestad a las almas de muchos Santos que allí estaban se juntasen
con sus cuerpos y los resucitasen a inmortal vida. Al punto se ejecutó este divino imperio y resucitaron los cuerpos que
anticipando el misterio refiere San Mateo (Mt 27, 52). Y entre ellos fueron Santa Ana, San José y San Joaquín, y otros
de los antiguos padres y patriarcas que fueron más señalados en la fe y esperanza de la Encarnación y con mayores
ansias la desearon y pidieron al Señor. Y en retorno de estas obras se les adelantó la resurrección y gloria de sus
cuerpos.
1469. ¡Oh cuan poderoso y admirable, cuán victorioso y fuerte se manifestaba ya este león de Judá, hijo de David!
Ninguno se desembarazó del sueño con más presteza que Cristo de la muerte. Y luego a su imperiosa voz se juntaron
los huesos secos y esparcidos de aquellos envejecidos difuntos, y la carne que ya estaba convertida en polvo se renovó,
y unida con los huesos restauró su antiguo ser, mejorándolo todo los dotes de la gloria que participó el cuerpo del alma
glorificada que les dio vida. Quedaron en un instante todos aquellos Santos resucitados en compañía de su Reparador,
más claros y refulgentes que el mismo sol, puros, hermosos, transparentes y ligeros para seguirle a todas partes, y nos
aseguraron con su dicha la esperanza de que en nuestra misma carne y con nuestros ojos y no con otros veríamos a
nuestro Redentor, como lo profetizó Santo Job (Job 19, 26) para nuestro consuelo. Todos estos misterios conocía la
gran Reina del cielo y participaba de ellos con la visión que tenía en el cenáculo. Y en el mismo instante que el alma
santísima de Cristo entró en su cuerpo y le dio vida, correspondió en el de la purísima Madre la comunicación del
gozo, que en el capítulo pasado dije (Cf. supra n. 1463) estaba detenido en su alma santísima y como represado en ella
aguardando la resurrección de su Hijo santísimo. Y fue tan excelente este beneficio, que la dejó toda transformada de
la pena en gozo, de la tristeza en alegría y de dolor en inefable júbilo y descanso. Sucedió que en aquella ocasión el
Evangelista San Juan fue a visitarla, como el día de antes lo había hecho (Cf. supra n. 1463), para consolarla en su
amarga soledad, y encontróla repentinamente llena de resplandor y señales de gloria a la que antes apenas conocía por
su tristeza. Admiróse el Santo Apóstol y, habiéndola mirado con grande reverencia, juzgó que ya el Señor sería
resucitado, pues la divina Madre estaba renovada en alegría.
1470. Con este nuevo júbilo y las operaciones tan divinas que la gran Señora hacía en la visión de tan soberanos
misterios, comenzó a disponerse para la visita, que estaba ya muy cerca. Y entre los actos de alabanzas, cánticos y
peticiones que hacía nuestra Reina, sintió luego otra novedad en sí misma sobre el gozo que tenía, y fue un género de
júbilo y alivio celestial, correspondiente por admirable modo a los dolores y tribulaciones que en la pasión había
sentido; y este beneficio era diferente y más alto que la redundancia de gozo que de su alma resultaba como
naturalmente en el cuerpo. Y tras de estos admirables efectos sintió luego otro tercero y diferente beneficio que la
daban, de nuevos y divinos favores. Y para esto sintió que la infundían nuevo lumen de cualidades que preceden a la
visión beatífica, en cuya declaración no me detengo, por haberlo hecho hablando de esta materia en la primera parte
(Cf. supra p. I n. 623). Y en esta segunda sólo añado que recibió la Reina estos beneficios en esta ocasión con más
abundancia y excelencia que en otras, porque ahora había precedido la pasión de su Hijo santísimo y los méritos que la
divina Madre adquirió en ella, y según la multitud de los dolores correspondía el consuelo de la mano de su Hijo omnipotente.
1471. Estando así prevenida María santísima, entró Cristo nuestro Salvador resucitado y glorioso, acompañado de
todos los Santos y Patriarcas. Postróse en tierra la siempre humilde Reina y adoró a su Hijo santísimo, y Su Majestad
la levantó y llegó a sí mismo. Y con este contacto —mayor que el que pedía la Magdalena de la humanidad y llagas
santísimas de Cristo (Jn 20, 17)— recibió la Madre Virgen un extraordinario favor, que sola ella le mereció, como
exenta de la ley del pecado. Y aunque no fue el mayor de los favores que tuvo en esta ocasión, con todo eso no pudiera
recibirle si no fuera confortada de los Ángeles y por el mismo Señor para que sus potencias no desfallecieran. El
beneficio fue que el glorioso cuerpo del Hijo encerró en sí mismo al de su purísima Madre, penetrándose con ella o
penetrándole consigo, como si un globo de cristal tuviera dentro de sí al sol, que todo lo llenara de resplandores y
hermoseara con su luz. Así quedó el cuerpo de María santísima unido al de su Hijo por medio de aquel divinismo
contacto, que fue como puerta para entrar a conocer la gloria del alma y cuerpo santísimo del mismo Señor. Y por
estos favores, como por grados de inefables dones, fue ascendiendo el espíritu de la gran Señora a la noticia de
ocultísimos sacramentos. Y estando en ellos oyó una voz que le decía: Amiga, asciende más alto (Lc 14, 10).—Y en
virtud de esta voz quedó del todo transformada y vio la divinidad intuitiva y claramente, donde halló el descanso y el
premio, aunque de paso, de todos sus trabajos y dolores. Forzoso es aquí el silencio, donde de todo punto faltan las
razones y el talento para decir lo que pasó a María santísima en esta visión beatífica, que fue la más alta y divina que
hasta entonces había tenido. Celebremos este día con admiración de alabanza, con parabienes, con amor y humildes
gracias de lo que nos mereció y ella gozó y fue ensalzada.
1472. Estuvo algunas horas la divina Princesa gozando del ser de Dios con su Hijo santísimo, participando su gloria
como había participado de sus tormentos. Y luego descendió de esta visión por los mismos grados que ascendió a ella,
y al fin de este favor quedó de nuevo reclinada sobre el brazo izquierdo de la humanidad santísima y regalada por otro
modo de la diestra de su divinidad (Cant 2, 6). Tuvo dulcísimos coloquios con el mismo Hijo sobre los altísimos
misterios de su pasión y de su gloria. Y en estas conferencias quedó de nuevo embriagada en el vino de la caridad y
amor que bebió en su misma fuente sin medida. Y todo cuanto pudo recibir una pura criatura todo se le dio a María
purísima abundantemente en esta ocasión, porque, a nuestro modo de entender, quiso la equidad divina recompensar el
como agravio —dígolo así porque no me puedo explicar mejor— que había recibido una criatura tan pura y sin mácula
de pecado padeciendo los dolores y tormentos de la pasión, que, como arriba he dicho muchas veces (Cf. supra n.
1236, 1264, 1274, 1287, 1341), eran los mismos que padeció Cristo nuestro Salvador, y en este misterio correspondió
el gozo y favor a las penas que la divina Madre había padecido.
1473. Después de todo esto, y siempre en altísimo estado, se convirtió la gran Señora a los santos patriarcas y
justos que allí estaban y a todos juntos y a cada uno de por sí reconoció por su orden y les habló respectivamente,
gozándose y alabando al Todopoderoso en lo que su liberal misericordia había obrado con cada uno de ellos. Con sus
padres San Joaquín y Santa Ana, con su esposo San José y con San Juan Bautista tuvo singular gozo y les habló
particularmente, luego con los Patriarcas y Profetas y con los primeros padres Adán y Eva. Y todos juntos se postraron
ante la divina Señora, reconociéndola por Madre del Redentor del mundo, por causa de su remedio y coadjutora de su
Redención, y como a tal la quisieron venerar [con culto de hiperdulía] con digno culto y veneración, disponiéndolo
así la divina Sabiduría. Pero la Reina de las virtudes y Maestra de la humildad se postró en tierra y dio a los santos la
reverencia que se les debía, y el Señor dio permiso para esto, porque los santos, aunque eran inferiores en la gracia,
eran superiores en el estado de bienaventurados con gloria inamisible y eterna, y la Madre de la gracia quedaba en vida
mortal y viadora y no había llegado al estado de comprensora. Continuóse la conferencia con los Santos Padres en
presencia de Cristo nuestro Salvador. Y María santísima convidó a todos los Ángeles y santos que allí asistían, para
que alabasen al triunfador de la muerte, del pecado y del infierno, y todos le cantaron nuevos cánticos, salmos, himnos
de gloria y magnificencia, y con esto llegó la hora en que el Salvador resucitado hizo otras apariciones, como diré en el
capítulo siguiente.
Doctrina que me dio la gran Señora María santísima.
1474. Hija mía, alégrate en el mismo cuidado que tienes de que no alcanzan tus razones a explicar lo que tu interior
conoce de tan altos misterios como has escrito. Victoria es de la criatura y gloria del Altísimo, darse por vencida de la
grandeza de los sacramentos tan soberanos como éstos, y en la carne mortal se pueden penetrar mucho menos. Yo sentí
los dolores de la pasión de mi Hijo santísimo y, aunque no perdí la vida, experimenté los dolores de la muerte
misteriosamente, y a este género de muerte le correspondió en mí otra admirable y mística resurrección a más
levantado estado de gracia y operaciones. Y como el ser de Dios es infinito, aunque la criatura participe mucho, le
queda más que entender, que amar y gozar. Y para que ahora ayudada del discurso puedas rastrear algo de la gloría de
Cristo mi Señor, de la mía y de los Santos, discurriendo por los dotes del cuerpo glorioso, te quiero proponer la regla
por donde en esto puedas pasar a los del alma. Ya sabes que éstos son: visión, comprensión y fruición. Los del
cuerpo son los que dejas repetidos (Cf. supra n. 1468): claridad, impasibilidad, sutilidad y agilidad.
1475. A todos estos dotes corresponde algún aumento por cualquiera buena obra meritoria que hace el que está en
gracia, aunque no sea mayor que mover una pajuela por amor de Dios y dar un jarro de agua. Por cualquiera de
estas mínimas obras granjeará la criatura, para cuando sea bienaventurada, mayor claridad que la de muchos soles. Y
en la impasibilidad se aleja de la corrupción humana y terrena más de lo que todas las diligencias y fuerzas de las
criaturas pueden resistirla y apartar de sí lo que las puede ofender o alterar. En la sutilidad se adelanta para ser superior
a todo lo que le puede resistir y cobra nueva virtud sobre todo lo que quiere penetrar. En el dote de la agilidad le
corresponde a cualquiera obra meritoria más potencia para moverse que la tienen las aves y los vientos y todas las
criaturas activas, como el fuego y los demás elementos para caminar a sus centros naturales. Por el aumento
que se merece en estos dotes del cuerpo, entenderás el que tienen los dotes del alma, a quien corresponden y de quien
se derivan. Porque en la visión beatífica adquiere cualquier mérito mayor claridad y noticia de los atributos y divinas
perfecciones que cuanto han alcanzado en esa vida mortal todos los doctores y sabios que ha tenido la Iglesia. También
se aumenta el dote de la comprensión o tención del objeto divino, porque de la posesión y firmeza con que se
comprende aquel sumo e infinito bien se le concede al justo nueva seguridad y descanso más estimable que si
poseyera todo lo precioso y rico, deseable y apetecible de las criaturas, aunque todo lo tuviera por suyo sin temer
perderlo. Y en el dote de la fruición, que es el tercero del alma, por el amor con que el justo hace aquella pequeñuela
obra, se le conceden en el cielo por premio grados de amor fruitivo tan excelentes, que jamás llegó a compararse con
este aumento el mayor afecto que tienen los hombres en la vida a lo visible, ni el gozo que de él resulta tiene
comparación con todo el que hay en la vida mortal.
1476. Levanta ahora, hija mía, la consideración y de estos premios tan admirables, que corresponden a una obra por
Dios hecha, pondera bien cuál será el premio de los santos, que por el amor divino hicieron tan heroicas y magníficas
obras y padecieron tormentos y martirios tan crueles como la Iglesia santa conoce. Y si en los santos sucede esto con
ser puros hombres y sujetos a culpas e imperfecciones que retardan el mérito, considera con toda la alteza que pudieres
cuál será la gloria de mi Hijo santísimo, y sentirás cuán limitada es la capacidad humana, y más en la vida mortal, para
comprender dignamente este misterio y para hacer concepto proporcionado de tan inmensa grandeza. El alma
santísima de mi Señor estaba unida sustancialmente a la divinidad en su divina persona, y por la unión hipostática era
consiguiente que se le comunicase el océano infinito de la misma divinidad, beatificándola como a quien tenía
comunicado su mismo ser de Dios por inefable modo. Y aunque no mereció esta gloria, porque se le dio desde el
instante de su concepción en mi vientre, consiguiente a la unión hipostática, pero las obras que hizo después en treinta
y tres años, naciendo en pobreza, viviendo con trabajos, amando como viador, trabajando en todas las virtudes,
predicando, enseñando, padeciendo, mereciendo, redimiendo a todo el linaje humano, fundando la Iglesia y cuanto la
fe católica enseña, estas obras merecieron la gloria del cuerpo purísimo de mi Hijo y ésta corresponde a la del alma, y
todo es inefable y de inmensa grandeza, reservado para manifestarse en la vida eterna. Y en correspondencia de mi
Hijo y Señor hizo conmigo magníficas obras el brazo poderoso del Altísimo en el ser de pura criatura, con que olvidé
luego los trabajos y dolores de la pasión; y lo mismo sucedió a los padres del limbo, y a los demás santos cuando
reciben el premio. Olvidé la amargura y el trabajo que yo padecí, porque el sumo gozo desterró la pena, pero nunca
perdí la vista de lo que mi Hijo padeció por el linaje humano. 


CAPITULO 27

Algunas apariciones de Cristo nuestro Salvador resucitado a las Marías y a los Apóstoles, la noticia que todos daban a la Reina y la prudencia con que los oía.


1477. Después que nuestro Salvador Jesús resucitado y glorioso visitó y llenó de gloria a su Madre santísima,
determinó Su Majestad como amoroso padre y pastor congregar las ovejas de su rebaño, que el escándalo de su pasión
había turbado y derramado. Acompañábanle siempre los Santos Padres y todos los que sacó del limbo y purgatorio,
aunque no se manifestaban en las apariciones, porque sola nuestra gran Reina los vio y conoció y habló a todos en el
tiempo que pasó hasta la ascensión de su Hijo santísimo. Y cuando no se aparecía a otros, siempre asistía con la
amantísima Madre en el cenáculo, de donde no salió la divina Señora aquellos cuarenta días continuos. Allí gozaba de
la vista del Redentor del mundo y del coro de los Profetas y Santos con quien el mismo Rey y Reina estaban
acompañados. Y para manifestarse a los Apóstoles comenzó por las mujeres, no por más flacas, sino por más fuertes en
la fe y confianza de su resurrección, que por esto merecieron ser las primeras en el favor de verle resucitado.
1478. Hizo memoria el Evangelista San Marcos (Mc 15, 47) del cuidado con que Santa María Magdalena y María José
advirtieron dónde quedaba puesto el cuerpo difunto de Jesús en el sepulcro. Con esta prevención el sábado por la tarde
con otras mujeres santas salieron de la casa del cenáculo a la ciudad y compraron nuevos ungüentos aromáticos, para
madrugar el día siguiente y volver al sepulcro a visitar y adorar el sagrado cuerpo de su Maestro, con ocasión de
ungirle de nuevo. El domingo por la mañana, antes de amanecer, madrugaron para ejecutar su piadoso afecto,
ignorando que el sepulcro estaba sellado y con guardas por orden de Pilatos, y en el camino dificultaban solamente
quién les volvería la gran lápida con que ellas habían advertido quedaba cerrado el monumento, pero el amor las daba
esfuerzo para vencer esta dificultad, sin saber cómo. Cuando salieron de la casa del cenáculo era de noche y cuando
llegaron al sepulcro había ya amanecido y nacido el sol, porque aquel día se anticipó las tres horas que se oscureció en
la muerte de nuestro Salvador. Y con este milagro se concuerdan los Evangelistas San Marcos (Mc 16, 2) y San Juan
Evangelista (Jn 20, 1), que el uno dice vinieron las Marías salido el sol y el otro que había tinieblas, porque todo es
verdad, que salieron muy de mañana y antes de amanecer, y con la prisa y diligencia del sol las alcanzó cuando
llegaban, aunque no se detuvieron en el camino. Era el monumento una pequeña bóveda como cueva, cuya puerta
cerraba una grande losa, y dentro tenía a un lado el sepulcro algo levantado del suelo y en él estuvo el cuerpo de
nuestro Salvador.
1479. Poco antes que llegasen las Marías a reconocer la dificultad que iban confiriendo de mover la lápida, fue hecho
un gran temblor o terremoto muy espantoso, y al mismo tiempo un Ángel del Señor abrió el sepulcro y arrojó la losa
que le cubría y cerraba la puerta. Las guardas del monumento con este grande estrépito y movimiento de la piedra
cayeron en tierra, desmayados del temor que les causó, dejándolos como difuntos, aunque ni vieron al Señor ni
entonces estaba allí su cuerpo, porque ya había resucitado y salido del monumento antes que el Ángel quitase la piedra.
Las Marías, aunque sintieron algún temor, se animaron, y confortándolas el mismo Dios llegaron y entraron al
monumento y cerca de la puerta vieron al Ángel que revolvió la piedra, sentado sobre ella, y su rostro refulgente, los
vestidos como la nieve, que las habló y dijo: No temáis, que sé cómo buscáis a Jesús Nazareno. No está aquí, que ya ha
resucitado. Entrad, y veréis el lugar donde le pusieron.—Entraron las Marías y vieron el sepulcro vacío. Recibieron
gran tristeza, porque aún estaban más atentas a su afecto de verle que al testimonio del Ángel. Y luego vieron otros
dos asentados a los dos lados del sepulcro, que las dijeron: ¿Para qué buscáis entre los muertos al que ya está vivo y
resucitado? Acordaos que él mismo os dijo en Galilea, que había de resucitar el día tercero. Id luego y dad noticia a los
discípulos y a Pedro que vayan a Galilea, donde le verán.
1480. Con esta advertencia de los Ángeles se acordaron las Marías de lo que su divino Maestro había dicho. Y
seguras de su resurrección, se volvieron del sepulcro con gran prisa y dieron cuenta a los once discípulos y a otros de
los que seguían al Señor, muchos de los cuales juzgaron por delirio lo que decían las Marías. Tan turbados estaban en
la fe y tan olvidados de las palabras de su Maestro y Redentor. En el ínterin que las Marías llenas de gozo y pavor contaban
a los Apóstoles lo que habían visto, revivieron las guardas del sepulcro y volvieron en sus sentidos. Y como le
vieron abierto y sin el cuerpo difunto, fueron a dar cuenta del suceso a los príncipes de los sacerdotes. Halláronse
confusos y juntaron concilio para determinar lo que podrían hacer para desmentir la maravilla tan patente que no se
podía ocultar. Y acordaron ofrecer a los guardas mucho dinero, con que sobornados dijesen cómo estando ellos
durmiendo habían venido los discípulos de Jesús y habían hurtado su cuerpo del sepulcro. Y asegurándoles los
sacerdotes a las guardas que los sacarían a paz y a salvo de esta mentira, la publicaron entre los judíos, y muchos de
ellos fueron tan estultos que le dieron crédito, y algunos más obstinados y ciegos se le dan hasta ahora, creyendo el
testimonio de los que confesaron se dormían, cuando dicen que vieron el hurto.
1481. Los discípulos y Apóstoles, aunque tuvieron por desvarío lo que decían las Marías, con todo eso San Pedro y
San Juan, deseando certificarse por sus ojos, partieron a toda prisa al monumento, y tras ellos volvieron las Marías. Y
llegó San Juan Evangelista el primero y, sin entrar en el monumento, vio desde la puerta los sudarios apartados del
sepulcro y aguardó a que llegase San Pedro, el cual entró primero y tras de él San Juan Evangelista, y vieron lo mismo
y que el sagrado cuerpo no estaba en el sepulcro. Y San Juan dice que creyó entonces (Jn 20, 8) y se aseguró de lo que
había comenzado a creer cuando vio mudada a la Reina del cielo, como dije en el capítulo pasado (Cf.. supra n.
1469). Y los dos Apóstoles se volvieron a dar cuenta a los demás de lo que admirados habían visto en el sepulcro. Las
Marías se quedaron en él a la parte de afuera, confiriendo con admiración todo lo que sucedía. Y Santa María
Magdalena con mayor fervor y lágrimas volvió a entrar otra vez a reconocer el sepulcro. Y aunque los Apóstoles no
vieron a los Ángeles, violos Santa María Magdalena, y ellos le preguntaron: Mujer, ¿por qué lloras?—Respondió
María: Porque me han llevado a mi Señor y no sé dónde le han puesto.—Con esta respuesta salió fuera al huerto donde
estaba el sepulcro y luego topó con el Señor, aunque no le conoció, antes le juzgó por hortelano. Y Su Majestad le
preguntó también: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?—Santa María Magdalena, no conociendo a Cristo nuestro
Señor, le respondió como si fuera hortelano de aquel huerto, y sin más acuerdo, vencida del amor, le dijo: Señor, si vos
le habéis tomado, decidme dónde le tenéis, que yo le volveré y le traeré.—Entonces replicó el amantísimo Maestro y la
dijo: María.—Y con haberla nombrado, se dejó conocer por la voz (Jn 20, 11-16).
1482. Cuando Santa María Magdalena conoció que era Jesús, se enardeció toda en amor y gozo y respondió y dijo:
Maestro mío; y arrojándose a sus divinos pies fue a quererlos tocar y besar, como acostumbrada a este favor. Pero el
Señor la previno y dijo: No me toques, porque no he subido a mi Padre, a donde estoy de camino; vuelve y diles a
mis hermanos los Apóstoles cómo estoy de paso para mi Padre y suyo (Jn 20, 16-18).—Partió luego Santa María
Magdalena, llena de consolación y júbilo, y a pequeña distancia alcanzó a las otras Marías. Y acabándolas de referir lo
que a ella le había sucedido y cómo había visto a Jesús resucitado, estando admiradas, llorosas y cariñosas de alegría,
se les apareció estando juntas y las dijo: Dios os salve.—Y conociéndole todas, dice el Evangelista San Mateo (Mt
28, 9) que adoraron sus sagrados pies, y el Señor las mandó otra vez que fuesen a los Apóstoles y les dijesen lo que
habían visto y que se fuesen ellos a Galilea, donde le verían resucitado. Desapareció el Señor, y las Marías apresurando
el paso volvieron al cenáculo y contaron a los Apóstoles todo cuanto les había sucedido, y siempre estaban tardos en
darles crédito. Y luego entraron las Marías a dar noticia de lo que pasaba a la Reina del cielo, y como si lo ignorara las
oyó con admirable caricia y prudencia, aunque todo lo sabía por la visión intelectual con que lo conocía. Como iba
conociendo y tomando ocasión de lo que las Marías le contaron, las confirmó en la fe de los misterios y altos
sacramentos de la Encarnación y Redención y de las divinas Escrituras que de ellos trataban. Pero no les dijo lo que a
la divina Reina le había sucedido, aunque fue la Maestra de estas fieles y devotas discípulas, como el Señor de los
Apóstoles, para restituirlos a la fe.
1483. No refieren los evangelistas cuándo apareció el Señor a San Pedro, aunque lo supone San Lucas (Lc 24, 34);
pero fue después de las Marías, y más ocultamente a solas, como a cabeza de la Iglesia, antes que a todos juntos y que
a otro alguno de los Apóstoles, y fue aquel mismo día, después que las Marías le dieron noticia de haberle visto. Y
luego sucedió el aparecimiento que refieren, y que largamente cuenta San Lucas (Lc 24, 34), de los dos discípulos que
aquella tarde iban de Jerusalén al castillo de Emaús, que estaba sesenta estadios de la ciudad, y hacían cuatro millas de
Palestina y casi dos leguas (legua ~ 5.556 Km) de España. El uno de los dos se llamaba Cleofás y el otro era el mismo
San Lucas, y sucedió en esta manera: Salieron de Jerusalén los dos discípulos, después que oyeron lo que las Marías
contaron, y en el camino continuaron la plática de los sucesos de la pasión y santidad de su Maestro y la crueldad de
los judíos. Y admirábanse de que el Todopoderoso hubiese permitido que padeciese tales oprobios y tormentos un
hombre santo y tan inocente. El uno decía: ¿Cuándo se vio tal suavidad y dulzura?—El otro repetía: ¿Quién jamás oyó
ni vio tal paciencia, sin querellarse, ni mudar el semblante tan apacible y de majestad? Su doctrina era santa, su vida
inculpable, sus palabras de salud eterna, sus obras en beneficio de todos; pues ¿qué vieron en él los sacerdotes, para
cobrarle tanto aborrecimiento?—Respondía el otro: Verdaderamente fue admirable en todo, y nadie puede negar que
era gran profeta: hizo muchos milagros, alumbró ciegos, sanó enfermos, resucitó muertos y a todos hizo admirables
beneficios; pero dijo que resucitaría al tercero día de su muerte, que es hoy, y no lo vemos cumplido.— Replicó el
otro: También dijo que le habían de crucificar y se ha cumplido como lo dijo.
1484. En medio de éstas y otras pláticas se les apareció Jesús en hábito de peregrino, como que los alcanzaba en el
camino, y les dijo, después de saludarlos: ¿De qué habláis, que me parece os veo entristecidos?—Respondió Cleofás:
¿Tú solo eres peregrino en Jerusalén, que no sabes lo que ha sucedido estos días en la ciudad?— Dijo el Señor: Pues
¿qué ha sucedido?—Replicó el discípulo: ¿No sabes lo que han hecho los príncipes y sacerdotes con Jesús Nazareno,
varón santo y poderoso en palabras y obras, cómo le han condenado y crucificado? Nosotros teníamos esperanzas
que había de redimir a Israel resucitando de los muertos, y se pasa ya el día tercero de su muerte y no sabemos lo que
ha hecho. Aunque unas mujeres de los nuestros nos han atemorizado, porque fueron muy de mañana al sepulcro y no
hallaron el cuerpo y afirman que vieron unos Ángeles que las dijeron cómo ya había resucitado. Y luego acudieron
otros compañeros nuestros al sepulcro y vieron ser verdad lo que las mujeres contaron. Pero nosotros vamos a Emaús
para esperar allí a ver en qué paran estas novedades.—Respondióles el Señor: Verdaderamente sois necios y tardos
de corazón, pues no entendéis que convenía así, que padeciese Cristo todas esas penas y muerte tan afrentosa para
entrar en su gloria.
1485. Y prosiguiendo el divino Maestro, les declaró los misterios de su vida y muerte para la redención humana,
comenzando de la figura del cordero, que mandó sacrificar y comer San Moisés Profeta y Legislador rubricando los
umbrales con su sangre; y lo que figuraba la muerte del sumo sacerdote Aarón, la muerte de Sansón por los amores de
su esposa Dalila; y muchos salmos del Santo Rey y Profeta David, donde profetizó el concilio, la muerte y división
de las vestiduras y que su cuerpo no vería la corrupción; lo que dijo la Sabiduría y más claro San Isaías y San Jeremías
de su pasión, que parecería un leproso desfigurado, varón de dolores, que sería llevado como oveja al matadero, sin
abrir su boca; y San Zacarías, que le vio traspasado de muchas heridas; y otros lugares de los Profetas les dijo, que
claramente dicen los misterios de su vida y muerte. Con la eficacia de este razonamiento fueron los discípulos poco a
poco recibiendo el calor de la caridad y la luz de la fe que se les había eclipsado. Y cuando ya se acercaban al castillo
de Emaús, el divino Maestro les dio a entender pasaba adelante en su jornada, pero ellos le rogaron con instancia se
quedase con ellos, porque ya era tarde. Admitiólo el Señor, y convidado de los discípulos se reclinaron para cenar
juntos, conforme la costumbre de los judíos. Tomó el Señor el pan y como también solía lo bendijo y partió, dándoles
con el pan bendito el conocimiento infalible de que era su Redentor y Maestro.
1486. Conociéronle, porque les abrió los ojos del alma, y al punto que los dejó ilustrados se les desapareció de los
del cuerpo y no le vieron más entonces. Pero quedaron admirados y llenos de gozo, confiriendo el fuego de caridad
que sintieron en el camino, cuando les hablaba su Maestro y les declaraba las Escrituras. Y luego sin dilación se
volvieron a Jerusalén ya de noche. Entraron en la casa donde se habían retirado los demás Apóstoles por temor de
los judíos y los hallaron confiriendo las noticias que tenían de haber resucitado el Salvador y cómo ya se había
aparecido a San Pedro. Y a esto añadieron los dos discípulos todo cuanto en el camino les sucedió y cómo ellos le
habían conocido cuando les partió el pan en el castillo de Emaús. Estaba entonces presente Santo Tomás, y aunque oyó
a los dos discípulos y que San Pedro confirmaba lo que decían asegurando que también él había visto a su Maestro
resucitado, con todo estuvo tardo y dudoso, sin dar crédito al testimonio de tres discípulos, fuera de las mujeres. Y con
algún despecho, efecto de su incredulidad, se salió y se fue de la compañía de los demás. Y en pequeño espacio,
después que Santo Tomás se había despedido y cerradas las puertas, entró el Señor y apareció a los demás. Y estando
en medio de todos les dijo: Paz sea con vosotros. Yo soy, no queráis temer.
1487. Con este repentino aparecimiento se turbaron los Apóstoles, temiendo si era espíritu o fantasma lo que veían, y
el Señor les dijo: ¿De qué os turbáis y admitís tan varios pensamientos? Mirad mis pies y manos y conoced que yo soy
vuestro Maestro. Tocad con vuestras manos mi cuerpo verdadero, que los espíritus no tienen carne ni huesos, como
veis que yo los tengo.—Estaban tan turbados y confusos los Apóstoles que, viendo y tocando las manos llagadas del
Salvador, aun no acababan de creer que era Él a quien hablaban y tocaban. Y el amantísimo Maestro, para asegurarlos
más, les dijo: Dadme si tenéis algo de comer.—Ofreciéronle muy gozosos parte de un pez asado y de un panal de
miel y comió parte de ello y lo demás les repartió a todos, diciendo: ¿No sabéis que todo lo que por mí ha pasado es lo
mismo que lo que de mí estaba escrito en Moisés y en los Profetas, en los Salmos y Escrituras sagradas y que
todo se debía cumplir así como estaba profetizado?—Y con estas palabras les abrió los sentidos, y le conocieron y
entendieron las Escrituras que hablaban de su pasión, muerte y resurrección al tercero día. Y habiéndolos así ilustrado,
les dijo otra vez: Paz sea con vosotros. Como me envió a mí mi Padre, así os envío yo para que enseñéis al mundo la
verdad y conocimiento de Dios y de la vida eterna, predicando penitencia de los pecados y remisión de ellos en mi
nombre (Jn 20, 21). Y derramando en ellos su divino aliento o soplo, añadió y dijo: Recibid al Espíritu Santo, para que
los pecados que perdonareis sean perdonados, y los que no perdonareis no lo sean. Predicaréis a todas las gentes,
comenzando de Jerusalén (Jn 20, 22-23). Y con esto desapareció el Señor, dejándolos consolados y asegurados en la
fe, y con potestad de perdonar pecados ellos y los demás sacerdotes.
1488. Todo esto sucedió como se ha dicho, no estando Santo Tomás presente, pero luego, disponiéndolo el Señor,
volvió a la congregación de donde se había ausentado y le contaron los Apóstoles todo cuanto en su ausencia les había
sucedido. Pero aunque los halló tan trocados con el nuevo gozo que recibieron, con todo eso estuvo incrédulo y
porfiado, afirmando que no daba crédito a lo que todos aseguraban si primero no viese por sus ojos las llagas y tocase
la del costado con su mano y dedos y las demás. En esta dureza perseveró el incrédulo Tomás ocho días, hasta que
pasados volvió el Señor otra vez, cerradas las puertas, y se apareció en medio de los mismos Apóstoles y del incrédulo.
Saludólos como solía, diciendo: Paz sea con vosotros.—Y llamando luego a Tomás, le reprendió con amorosa suavidad
y le dijo: Llegad, Tomás, con vuestras manos y tocad los agujeros de las mías y de mi costado, y no queráis ser tan
incrédulo, sino rendido y fiel. Tocó las divinas llagas Tomás y fue ilustrado interiormente para creer y conocer su
ignorancia. Y postrándose en tierra dijo: Señor mío y Dios mío.—Replicó Su Majestad: Porque me viste, Tomás, me
has creído; pero serán bienaventurados los que no me vieren y me creyeren (Jn 20, 26-28). Desapareció el Señor,
quedando los Apóstoles y Santo Tomás llenos de luz y de alegría. Y luego fueron todos a dar cuenta a María santísima
de lo que había sucedido, como lo hicieron del primer aparecimiento.
1489. No estaban entonces los Apóstoles capaces de la gran sabiduría de la Reina del cielo, y mucho menos
de las noticias que tenía de todo lo que a ellos les sucedía y de las obras de su Hijo santísimo, y así le daban cuenta de
lo que iba sucediendo, y ella los oía con suma prudencia y mansedumbre de Madre y de Reina. Y después de la
primera aparición la contaron algunos Apóstoles la obstinación de Tomás y que no les quería dar crédito a todos
juntos, aunque le afirmaban haber visto a su Maestro resucitado, y en aquellos ocho días, como perseveraba en su
incredulidad, creció más contra él la indignación de algunos Apóstoles. Y luego iban a la gran Señora y le culpaban en
su presencia de culpado y terco, arrimado a su parecer, como hombre grosero y desalumbrado. La piadosa
Princesa los oía con pacífico corazón, y viendo que crecía el enojo de los Apóstoles, que aún estaban todos
imperfectos, habló a los más indignados y los quietó con decirles que los juicios del Señor eran muy ocultos y que de
la incredulidad de Tomás sacaría grandes bienes para otros y gloria para sí mismo y que esperasen y no se turbasen tan
presto. Hizo la divina Madre ferventísima oración y peticiones por Santo Tomás, y por ella aceleró el Señor su remedio
y se le dio al incrédulo Apóstol. Y luego que se redujo y dieron todos noticia a su Maestra y Señora, los confirmó en su
fe, amonestándolos y corrigiéndolos, y les ordenó que con ella diesen gracias al Muy Alto por aquel beneficio y que
fuesen constantes en las tentaciones, pues todos estaban sujetos a los peligros de caer. Otras muchas y dulces razones
les dijo de corrección, enseñanza, advertencia y de doctrina, previniéndolos para lo que les restaba de trabajar en la
nueva Iglesia.
1490. Otras apariciones y señales hizo nuestro Salvador, como supone el Evangelista San Juan Jn 20, 30), y
solamente se escribieron las que bastan para la fe de su resurrección. Pero luego el mismo Evanrelista (Jn 21, 1ss)
escribe la aparición que hizo Su Majestad en el mar de Tiberías a San Pedro, Tomás, Natanael, a los hijos del Zebedeo
y otros dos discípulos, que por ser tan misteriosa me ha parecido no omitirla en este capítulo. Sucedió la aparición en
esta forma: Fueron los Apóstoles a Galilea, después de lo que en Jerusalén les había sucedido, porque el Señor se lo
mandó, prometiéndoles que allá le verían. Y hallándose los siete Apóstoles y discípulos cerca de aquel mar, les dijo
San Pedro que para tener alguna cosa con que pasar quería ir a pescar, que lo sabía hacer de oficio. Acompañáronle
todos en el pescar y pasaron aquella noche arrojando las redes sin coger solo un pez. A la mañana se apareció nuestro
Salvador Jesús en la ribera, sin darse entonces a conocer. Y estaba cerca la barquilla en que pescaban, y preguntóles el
Señor: ¿Tenéis algo que comer? Y ellos respondieron: Nada tenemos. Replicó Su Majestad: Arrojad la red a la
diestra de la navecilla y cogeréis. Hiciéronlo, y llenóse la red de pescado, de manera que no la podían levantar.
Entonces San Juan Evangelista con el milagro conoció a Cristo nuestro Señor y llegándose a San Pedro le dijo: El
Señor es quien nos habla de la ribera.—Con este aviso lo conoció también San Pedro, y todo inflamado en sus
acostumbrados fervores, se vistió muy aprisa la túnica de que estaba desnudo y se arrojó al mar, caminando sobre las
aguas hasta donde estaba el Maestro de la vida, y los demás se fueron acercando con la barquilla donde estaban.
1491. Saltaron en tierra y hallaron que ya el Señor les tenía prevenida la comida, porque vieron lumbre y pan y un
pez sobre las brasas (pescado asado es símbolo de Cristo que ha sufrido), pero Su Majestad les dijo que trajesen de los
que ya habían pescado, y tirando a la red San Pedro halló que tenía ciento y cincuenta y tres peces, y con ser tantos no
se había rompido la red. Mandóles el Señor que comiesen. Y aunque estaba con ellos tan familiar y afable, ninguno se
atrevía a preguntarle quién era, porque los milagros y majestad les causó gran temor de reverencia con el Señor.
Repartióles los peces y pan y luego que acabaron de comer se volvió a San Pedro y le dijo: Simón, hijo de Juan,
¿ámasme tú más que éstos?—Respondió San Pedro: Sí, Señor, tú sabes que yo te amo.—Replicó el Señor: Apacienta
mis corderos.—Y luego le preguntó otra vez: Simón, hijo de Juan, ¿ámasme?—Y San Pedro respondió lo mismo:
Señor, tú sabes que te amo.—Hizo el Señor tercera vez la misma pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿ámasme?—Y con
esta tercera vez se entristeció San Pedro y respondió: Señor, tú sabes todas las cosas, y que yo te amo.—Respondióle
Cristo nuestro Señor tercera vez: Apacienta mis ovejas.—Con que a él solo lo hizo cabeza de su Iglesia única y
universal, dándole la suprema autoridad de vicario suyo sobre todos los hombres. Y para esto le examinó tantas veces
en el amor que le tenía, como si con aquel solo se hubiera hecho capaz de la suprema dignidad y él solo le bastara para
administrarla dignamente.
1492. Luego el mismo Señor intimó a San Pedro la carga del oficio que le daba y le dijo: De verdad te aseguro que
cuando seas ya viejo, no te has de ceñir como cuando eres mozo, ni has de ir a donde tú quisieres, porque te ceñirá otro
y te llevará a donde no quieras.—Entendió San Pedro que le prevenía el Señor la muerte de cruz con que le imitaría y
seguiría. Pero como amaba tanto a San Juan Evangelista, deseando saber lo que sería de él, preguntó al Señor: ¿Qué
determinas hacer de este tan amado vuestro?—Respondióle Su Majestad: ¿Qué te importa a ti saberlo? Si quiero que él
se quede así hasta que venga otra vez al mundo, en mi mano estará. Sigúeme tú y no cuides de lo que yo quiero hacer
de él.—De estas razones se levantó entre los Apóstoles un rumor, que San Juan Evangelista no había de morir, pero el
mismo Evangelista advierte que Cristo no dijo que no moriría afirmativamente, como consta de las palabras referidas,
antes parece que ocultó de intento la voluntad que tenía de la muerte del Evangelista, reservando entonces para sí el
secreto. De todos estos misterios y apariciones tuvo María santísima clara inteligencia por la revelación que muchas
veces he dicho (Cf. supra n. 990, 534, etc.). Y como archivo de las obras del Señor y depositaría de sus misterios en la
Iglesia, los guardaba y confería en su castísimo y prudentísimo pecho. Y luego los Apóstoles, en especial el nuevo hijo
San Juan Evangelista, la informaba de todos los sucesos que se ofrecían. Pero la gran Señora perseveraba en su
recogimiento los cuarenta días continuos después de la resurrección, y allí gozaba de la vista de su Hijo santísimo y de
los Santos y Ángeles, y éstos cantaban al Señor los himnos y alabanzas que la amantísima Madre le hacía y como de su
boca los cogían los Ángeles, para celebrar las glorias del Señor de las victorias y virtudes.
Doctrina que me dio la Reina María santísima.
1493. Hija mía, la enseñanza que te doy en este capítulo será también la respuesta del deseo que tienes de entender
por qué mi Hijo santísimo se apareció una vez de peregrino, otra como hortelano y por qué no se daba a conocer
siempre a la primera vista. Advierte, pues, carísima, que las Marías y los Apóstoles, aunque ya eran discípulos del
Señor, y entonces los mejores y más perfectos en comparación de los otros hombres del mundo, con todo eso en el
grado de la perfección y santidad eran párvulos y no tan adelantados como debían en la escuela de tal Maestro. Y así
estaban flacos en la fe, y en otras virtudes eran menos constantes y fervorosos de lo que pedía su vocación y beneficios
recibidos de la mano del Señor; y las culpas menores de las almas favorecidas y escogidas para la amistad de Dios y su
familiar trato pesan en los ojos de su justísima equidad más que algunas culpas graves de otras almas que no son
llamadas a esta gracia. Por estas causas los Apóstoles y las Marías, aunque eran amigos del Señor, no estaban
dispuestos, con sus culpas y flaqueza, tibieza y flojedad de amor, para que el divino Maestro les comunicase luego
los efectos celestiales de su conocimiento y presencia, pero con su paternal amor les hablaba, primero de
manifestarse, palabras de vida con que los disponía, ilustrándolos y fervorizándolos. Y cuando en sus corazones
renovaba la fe y el amor, entonces se les daba a conocer y les comunicaba la abundancia de su divinidad que sentían y
otros admirables dones y gracias con que eran renovados y levantados sobre si mismos. Y cuando comenzaban a gozar
de estos favores, se les desaparecía, para que le codiciasen de nuevo con más ardientes deseos de su comunicación y
trato dulcísimo. Este fue el misterio de aparecerse disimulado a Santa María Magdalena y a los Apóstoles y discípulos
del camino de Emaús. Y lo mismo hace respectivamente con muchas almas que elige para su íntimo trato y
comunicación.
1494. Con este orden admirable de la divina Providencia quedarás enseñada y reprendida de las dudas o incredulidad
que tantas veces has incurrido en los beneficios y favores que recibes de la divina clemencia de mi Hijo santísimo, en
que ya es tiempo moderes los temores que siempre has padecido, porque no pases de humilde a ingrata y de dudosa a
pertinaz y tarda de corazón para darles crédito. Y también te servirá de doctrina el ponderar dignamente la prontitud de
la inmensa caridad del Altísimo en responder luego a los humildes y contritos de corazón y asistir al punto a los que
con amor le buscan y desean y a los que meditan y hablan de su pasión y muerte; todo esto conocerás en San Pedro y
en Santa María Magdalena y en los discípulos. Imita, pues, hija mía, el fervor de Santa María Magdalena en buscar a
su Maestro, sin detenerse con los mismos Ángeles, sin alejarse del sepulcro con todos los demás, sin descansar un
punto hasta que le halló tan amoroso y suave. Y esto le granjeó también el haberme acompañado a mí en toda la pasión
con ardentísimo corazón. Y lo mismo hicieron las otras Marías, con que merecieron las primeras el gozo de la
resurrección. Tras ellas le alcanzó la humildad y dolor con que San Pedro lloró su negación, y luego se inclinó el Señor
a consolarle y mandar a las Marías que señaladamente le diesen a él nuevas de la resurrección, y luego le visitó y
confirmó en la fe y lo llenó de gozo y dones de su gracia. A los dos discípulos, aunque dudaban, porque trataban de su
muerte y se compadecían de ella, se les apareció luego antes que a otros. Y te aseguro, hija mía, que ninguna buena
obra de las que hacen los hombres con recta intención y corazón se queda sin gran premio de contado, porque ni el
fuego en su grande actividad enciende tan presto la estopa muy dispuesta, ni la piedra quitado el impedimento se
mueve tan presto para el centro, ni el mar corre en su ímpetu ni va con tanta fuerza como la bondad del Altísimo y su
gracia se comunica a las almas cuando ellas se disponen y quitan el óbice de las culpas que detiene como violento al
amor divino. Y esta verdad es una de las cosas que mayor admiración causa en los bienaventurados, que la conocen en
el cielo. Alábale por esta infinita bondad y también porque con ella saca de los males grandiosos bienes, como lo hizo
de la incredulidad de los Apóstoles, en que manifestó el Señor este atributo de su misericordia con ellos; y para todos
hizo más creíble su santa resurrección y patente el perdón de los pecados y su benignidad, perdonando a los Apóstoles
y como olvidando sus culpas, para buscarlos y aparecérseles, y humanándose con ellos como verdadero padre,
alumbrándoles y dándoles doctrina según su necesidad y poca fe.

2 comentarios:

Veritas Liberabit Vos dijo...

Estimados,
es estupendo el blog, les felicitamos por su labor.
Saludos en Xto.

Romanista dijo...

Gracias estimados, saludos!