Monseñor, el 30 de junio de 1988 usted era consagrado obispo por Monseñor Marcel Lefebvre, junto a otros tres sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este acto hizo de ustedes y del obispo brasileño Antonio De Castro Mayer los primeros excomulgados después del Concilio Vaticano II. Hoy usted es el Superior general de la Fraternidad, lo que en el apresurado lenguaje periodístico es definido como “el jefe de los lefebvristas”. Estamos en Menzingen, Suiza, en la Casa general. Tenemos sobre la mesa el decreto de la Santa Sede que levanta aquellas excomuniones. ¿Qué siente?
Alegría, satisfacción. No son lo sentimientos de una persona que piensa haber vencido. Lo que la Fraternidad de San Pío X ha hecho desde su fundación hasta hoy, y que continuará haciendo siempre, lo ha hecho y lo hará sólo por el bien de la Iglesia. También las consagraciones episcopales de 1988 fueron realizadas con ese fin. Por el bien de la Iglesia y por nuestra supervivencia. Monseñor Lefebvre debía – repito: debía - asegurar una continuidad. No somos más que un pequeño bote de salvamento en un mar en tempestad. Nosotros hemos estado siempre al servicio de la Iglesia y siempre lo estaremos. El levantamiento de las excomuniones, junto al Motu proprio del Papa Benedicto XVI sobre la Misa antigua, es una señal importante, realmente importante, para nuestro pequeño bote. Es por eso que hablo de alegría y satisfacción.
¿Dónde y cuando ha sabido del decreto?
Lo he sabido pocos días atrás en Roma, en la oficina de un cardenal, el cardenal Castrillón Hoyos, presidente de la Comisión Ecclesia Dei. Nos abrazamos. Enseguida, en primer lugar he dado gracias a la Virgen, éste es un regalo suyo. Es para obtener su intercesión que se han reunido más de un millón setecientos mil rosarios, rezados por fieles que deseaban el levantamiento de las excomuniones.
¿Quién ha trabajado más en el Vaticano para llegar a esta solución?
Con seguridad el cardenal Hoyos, que es el presidente de la Comisión encargada de las relaciones entre la Santa Sede y la Fraternidad de San Pío X. Pero, sobre todo, el Papa Benedicto XVI. Lo he comprendido desde la primera audiencia en que me encontré con él, poco después de su elección. Aún cuando nos reprendía, el Santo Padre tenía un tono dulce, verdaderamente paternal.
En el decreto se dice que el Santo Padre confía en vuestro compromiso “de no ahorrar esfuerzos por profundizar las necesarias discusiones con la Autoridad de la Santa Sede en los asuntos que permanecen abiertos”. ¿Qué quiere decir?
Quiere decir que, como todos los hijos de la Iglesia, estamos llamados a discutir aquellas cuestiones que consideramos fundamentales para la fe y para la vida de la Iglesia misma. Creo que esto reconoce, al menos, la seriedad de nuestra posición crítica sobre estos últimos cuarenta años. Nosotros no pedimos más que claridad. El hecho de que la voluntad del Santo Padre vaya en esta dirección es realmente de gran consuelo. Lo importante es que se entienda que, incluso en los momentos en que hacemos críticas severas, nosotros no estamos nunca contra la Iglesia o contra el papado. ¿Y cómo podríamos estarlo? A menudo nos han acusado de ser “lefebvristas” pero nosotros no somos “lefebvristas”, aunque siga siendo para nosotros un título de honra: nosotros somos católicos. El primero en no ser lefebvrista ha sido nuestro fundador, monseñor Lefebvre. Cuando esto quede claro, se comprenderán mejor nuestras posiciones. Tomará algún tiempo pero creo que, poco a poco, estará claro que todo lo que hacemos es obra de Iglesia.
El levantamiento de las excomuniones ¿es fruto de una tratativa y de un acuerdo o es un acto unilateral de la Santa Sede?
Nosotros hemos pedido en varias ocasiones la libertad en la celebración de la Misa antigua y el levantamiento de las excomuniones. Pero lo que ha ocurrido ahora no es fruto de una tratativa o de un acuerdo. Es un acto gratuito y unilateral que demuestra que Roma nos quiere realmente bien. Un verdadero bien. Por mucho tiempo hemos tenido la impresión de que Roma no quería entrar en el tema. Luego todo ha cambiado y eso se lo debemos al Papa.
¿Por qué Benedicto XVI ha querido tanto este acto? ¿Se ha dado cuenta de la complicación en la que se ha puesto con el levantamiento de las excomuniones?
Oh sí, creo que es bien consciente de las reacciones más diversas y más desordenadas. Además, en varias ocasiones antes y después de su elección papal, ha hablado de la crisis de la Iglesia en términos para nada ambiguos. Cuando mencionaba su dulzura paternal me refería al hecho de que en él se manifiestan, juntos, la conciencia de los tiempos en que vivimos, la firmeza para ponerles remedio y la atención a todos sus hijos. Esto hace que las reacciones más o menos inadecuadas ante sus actos lo pueden hacer sufrir pero ciertamente no hacen que cambie de parecer. Y aquí está también el motivo de esta decisión.
En este contexto, ¿se podría sintetizar esta noticia diciendo que la Tradición ya no está excomulgada?
Sí, aunque se necesitará tiempo antes de que esto se convierta en moneda corriente dentro del mundo católico. Hasta hoy, en muchos ambientes hemos sido considerados y tratados peor que el diablo. Todo lo que hacíamos y decíamos era necesariamente algo malo. No creo que la situación pueda cambiar repentinamente. Pero hoy hay un acto de la Santa Sede que nos permite decir que la Tradición no está excomulgada.
¿Y qué se siente vivir como excomulgado?
Se siente dolor por el uso malicioso e instrumentalizado de una marca de infamia. Respecto a nuestra situación, en cambio, debo decir que nunca nos hemos sentido excomulgados, nunca nos hemos sentido cismáticos. Siempre nos hemos sentido parte de la Iglesia y la noticia de la que estamos hablando demuestra que teníamos razón.
Llegados a este punto nos preguntamos por qué esta situación se ha prolongado tanto. Y, sobre todo, ¿de qué naturaleza son las cuestiones que el documento de la Santa Sede y ustedes mismos dicen que deben ser aún discutidas?
Lo resumo brevemente. En un momento, dentro de la Iglesia hemos visto que se tomaba un camino nuevo, según nosotros un camino que habría llevado a grandes problemas. Nosotros no hemos hecho más que pensar, enseñar y practicar lo que la Iglesia había hecho siempre hasta aquel momento: nada más y nada menos. No hemos inventado nada. Hemos seguido, de hecho, la Tradición. Y hoy la Tradición ya no está excomulgada.
Traducción: La Buhardilla de Jerónimo
Tomado del blog Cruzamante
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