viernes, 29 de marzo de 2013

Sor Maria de Jesus de Agreda: Mistica Ciudad de Dios, Libro sexto, Capitulos 18 y 19

CAPITULO 18
 

Júntase el concilio viernes por la mañana, para sustanciar la causa contra nuestro Salvador Jesús, remítenle a Pilatos y sale al encuentro María santísima con San Juan Evangelista y las tres Marías. 

1297. El viernes por la mañana en amaneciendo, dicen los Evangelistas (Mt 27, 1; Mc 15, 1; Lc 22, 66; Jn 18, 28), se
juntaron los más ancianos del gobierno con los príncipes de los sacerdotes y escribas, que por la doctrina de la ley
eran más respetados del pueblo, para que de común acuerdo se sustanciara la causa de Cristo y fuera condenado a
muerte como todos deseaban, dándole algún color de justicia para cumplir con el pueblo. Este concilio se hizo en casa
del Pontífice Caifás, donde Su Majestad estaba preso. Y para examinarle de nuevo mandaron que le subiesen del
calabozo a la sala del concilio. Bajaron luego a traerle atado y preso aquellos ministros de justicia y, llegando a soltarle
de aquel peñasco que queda dicho (Cf. supra n. 1285), le dijeron con gran risa y escarnio: Ea, Jesús Nazareno, y qué
poco te han valido tus milagros para defenderte. No fueran buenos ahora para escaparte aquellos artes con que decías
que en tres días edificarías el templo, mas aquí pagarás ahora tus vanidades, y se humillarán tus altos pensamientos;
ven, ven, que te aguardan los príncipes de los sacerdotes y escribas para dar fin a tus embustes y entregarte a Pilatos,
que acabe de una vez contigo.—Desataron al Señor y subiéronle al concilio, sin que Su Majestad desplegase su boca.
Pero de los tormentos, bofetadas y salivas de que, como estaba, atadas las manos, no se había podido limpiar, estaba
tan desfigurado y flaco, que causó espanto, pero no compasión, a los del concilio. Tal era la ira que contra el Señor
habían contraído y concebido.

1298. Preguntáronle de nuevo que les dijese si él era Cristo, que quiere decir el ungido. Y esta segunda pregunta fue
con intención maliciosa, como las demás, no para oír la verdad y admitirla, sino para calumniarla y ponérsela por
acusación. Pero el Señor, que así quería morir por la verdad, no quiso negarla, ni tampoco confesarla de manera que la
despreciasen y tomase la calumnia algún color aparente, porque aun éste no podía caber en su inocencia y sabiduría. Y
así templó la respuesta de tal suerte, que si tuvieran los fariseos alguna piedad tuvieran también ocasión de inquirir con
buen celo el sacramento escondido en sus razones, y si no la tenían se entendiese que la culpa estaba en su mala
intención y no en la respuesta del Salvador. Respondióles y dijo: Si yo afirmo que soy el que me preguntáis, no daréis
crédito a lo que dijere, y si os preguntare algo tampoco me responderéis ni me soltaréis. Pero digo que el Hijo del
Hombre, después de esto, se asentará a la diestra de la virtud de Dios.—Replicaron los pontífices: ¿Luego tú eres
Hijo de Dios?—Respondió el Señor: Vosotros decís que yo soy (Lc 22, 67-70).— Y fue lo mismo que decirles: Muy
legítima es la consecuencia que habéis hecho, que yo soy Hijo de Dios, porque mis obras y doctrina y vuestras
Escrituras y todo lo que ahora hacéis conmigo testifican que yo soy Cristo, el prometido en la ley.

1299. Pero como aquel concilio de malignantes no estaba dispuesto para dar asenso a la verdad divina, aunque ellos
mismos la colegían por buenas consecuencias y la podían creer, ni la entendieron ni le dieron crédito, antes la
juzgaron por blasfemia digna de muerte. Y viendo que se ratificaba el Señor en lo que antes había confesado,
respondieron todos: ¿Qué necesidad tenemos de más testigos, pues él mismo nos lo confiesa por su boca? (Lc 22, 71)
—Y luego de común acuerdo decretaron, que como digno de muerte fuese llevado y presentado a Poncio Pilatos,
que gobernaba la provincia de Judea en nombre del emperador romano, como señor de Palestina en lo temporal. Y
según las leyes del imperio romano, las causas de sangre o de muerte estaban reservadas al senado o emperador, o a
sus ministros que gobernaban las provincias remotas, y no se las dejaban a los mismos naturales; porque negocios tan
graves, como quitar la vida, querían que se mirase con mayor atención y que ningún reo fuese condenado sin ser oído y
darle tiempo y lugar para su defensa y descargo, porque en este orden de justicia se ajustaban los romanos más que
otras naciones a la ley natural de la razón. Y en la causa de Cristo nuestro bien se holgaron los pontífices y escribas de que la muerte que deseaban darle fuese por sentencia de Pilatos, que era gentil, para cumplir con el pueblo con decir
que el gobernador romano le había condenado y que no lo hiciera si no fuera digno de muerte. Tanto como esto les
oscurecía el pecado y la hipocresía, como si ellos no fueran los autores de toda la maldad y más sacrílegos que el juez
de los gentiles; y así ordenó el Señor que se manifestase a todos con lo mismo que hicieron con Pilatos, como luego
veremos.

1300. Llevaron los ministros a nuestro Salvador Jesús de casa de Caifás a la de Pilatos, para presentársele atado,
como digno de muerte, con las cadenas y sogas que le prendieron. Estaba la ciudad de Jerusalén llena de gente de toda
Palestina, que había concurrido a celebrar la gran Pascua del cordero y de los Ázimos, y con el rumor que ya corría en
el pueblo y la noticia que todos tenían del Maestro de la vida concurrió innumerable multitud a verle llevar preso por
las calles, dividiéndose todo el vulgo en varias opiniones. Unos a grandes voces decían: Muera, muera este mal
hombre y embustero que tiene engañado al mundo; otros respondían, no parecían sus doctrinas tan malas ni sus obras,
porque hacía muchas buenas a todos; otros, de los que habían creído, se afligían y lloraban; y toda la ciudad estaba
confusa y alterada. Estaba Lucifer muy atento y sus demonios también a cuanto pasaba, y con insaciable furor,
viéndose ocultamente vencido y atormentado de la invencible paciencia y mansedumbre de Cristo nuestro Señor,
desatinábale su misma soberbia e indignación, sospechando que aquellas virtudes que tanto le atormentaban no podían
ser de puro hombre. Por otra parte, presumía que dejarse maltratar y despreciar con tanto extremo y padecer tanta
flaqueza y como desmayo en el cuerpo no podía ajustarse con Dios verdadero, porque si lo fuera —decía el Dragón—
la virtud divina y su naturaleza comunicada a la humana le influyera grandes efectos para que no desfalleciera, ni
consintiera lo que en ella se hace. Esto decía Lucifer, como quien ignoraba el divino secreto de haber suspendido
Cristo nuestro Señor los efectos que pudieran redundar de la divinidad en la naturaleza humana, para que el padecer
fuese en sumo grado, como queda dicho arriba (Cf. supra n. 1209). Pero con estos recelos se enfurecía más el soberbio
Dragón en perseguir al Señor, para probar quién era el que así sufría los tormentos.

1301. Era ya salido el sol cuando esto sucedía; y la dolorosa Madre, que todo lo miraba, determinó salir de su retiro
para seguir a su Hijo santísimo a casa de Pilatos y acompañarle hasta la cruz. Y cuando la gran Reina y Señora salía del
cenáculo, llegó San Juan a darle cuenta de todo lo que pasaba, porque ignoraba entonces el amado discípulo la ciencia
y visión que María santísima tenía de todas las obras y sucesos de su amantísimo Hijo. Y después de la negación de
San Pedro, se había retirado San Juan Evangelista, atalayando más de lejos lo que pasaba. Reconociendo también la
culpa de haber huido en el huerto y llegando a la presencia de la Reina, la confesó por Madre de Dios con lágrimas y le
pidió perdón y luego le dio cuenta de todo lo que pasaba en su corazón, había hecho y visto siguiendo a su divino
Maestro. Parecióle a San Juan Evangelista era bien prevenir a la afligida Madre, para que llegando a la vista de su Hijo
santísimo no se hallase tan lastimada con el nuevo espectáculo. Y para representársele desde luego, le dijo estas
palabras: ¡Oh Señora mía, qué afligido queda nuestro divino Maestro! No es posible mirarle sin romper el corazón de
quien le viere, porque de las bofetadas, golpes y salivas está su hermosísimo rostro tan afeado y desfigurado, que
apenas le conoceréis por la vista.—Oyó la prudentísima Madre esta relación con tanta espera, como si estuviera
ignorante del suceso, pero estaba toda convertida en llanto y transformada en amargura y dolor. Oyéronlo también las
mujeres santas que salían en compañía de la gran Señora y todas quedaron traspasados los corazones del mismo dolor
y asombro que recibieron. Mandó la Reina del cielo al Apóstol San Juan que fuese acompañándola con las devotas
mujeres, y hablando con todas las dijo: Apresuremos el paso, para que vean mis ojos al Hijo del Eterno Padre, que
tomó la forma de hombre en mis entrañas; y veréis, carísimas, lo que con mi Señor y Dios pudo el amor que tiene a los
hombres, lo que le cuesta redimirlos del pecado y de la muerte y abrirles las puertas del cielo.

1302. Salió la Reina del cielo por las calles de Jerusalén acompañada de San Juan Evangelista y otras mujeres santas,
aunque no todas la asistieron siempre, fuera de las tres Marías y algunas otras muy piadosas, y los Ángeles de su
guarda, a los cuales pidió que obrasen de manera que el tropel de la gente no la impidiese para llegar a donde estaba su
Hijo santísimo. Obedeciéronla los Santos Ángeles y la fueron guardando. Por las calles donde pasaba oía varias
razones y sentires de tan lastimoso caso que unos a otros se decían, contando la novedad que había sucedido a Jesús
Nazareno. Los más piadosos se lamentaban, y éstos eran los menos, otros decían cómo le querían crucificar, otros
contaban dónde iba y que le llevaban preso como hombre facineroso, otros que iba maltratado; otros preguntaban qué
maldades había cometido, que tan cruel castigo le daban. Y finalmente muchos con admiración o con poca fe decían:
¿En esto han venido a parar sus milagros? Sin duda que todos eran embustes, pues no se ha sabido defender ni librar. Y
todas las calles y plazas estaban llenas de corrillos y murmuraciones. Pero en medio de tanta turbación de los hombres
estaba la invencible Reina, aunque llena de incomparable amargura, constante y sin turbarse, pidiendo por los
incrédulos y malhechores, como si no tuviera otro cuidado más que solicitarles la gracia y el perdón de sus pecados, y
los amaba con tan íntima caridad, como si recibiera de ellos grandes favores y beneficios. No se indignó ni airó contra
aquellos sacrílegos ministros de la pasión y muerte de su amantísimo Hijo, ni tuvo señal de enojo. A todos miraba con
caridad y les hacía bien.

1303. Algunos de los que la encontraban por las calles la conocían por Madre de Jesús Nazareno y movidos de
natural compasión la decían: ¡Oh triste Madre! ¿Qué desdicha te ha sucedido? ¡Qué lastimado y herido de dolor
estará tu corazón! ¿Qué mala cuenta has dado de tu Hijo? ¿Por qué le consentías que intentase tantas novedades en el
pueblo? Mejor fuera haberle recogido y detenido; pero será escarmiento para otras madres, que aprendan en tu desdicha
cómo han de enseñar a sus hijos.—Estas razones y otras más terribles oía la candidísima paloma, y a todas
daba en su ardiente caridad el lugar que convenía admitiendo la compasión de los piadosos y sufriendo la impiedad de los incrédulos, no maravillándose de los ignorantes y rogando respectivamente al Muy Alto por los unos y los otros.

1304. Entre ésta variedad y confusión de gentes encaminaron los Santos Ángeles a la, Emperatriz del cielo a la
vuelta de una calle, donde encontró a su Hijo santísimo, y con profunda reverencia se postró ante su Real persona y le
adoró y con la más alta y fervorosa veneración que jamás le dieron ni le darán todas las criaturas. Levantóse luego, y
con incomparable ternura se miraron Hijo y Madre; habláronse con los interiores traspasados de inefable dolor.
Retiróse luego un poco atrás la prudentísima Señora y fue siguiendo a Cristo nuestro Señor, hablando con Su Majestad
en su secreto y también con el Eterno Padre tales razones, que no caben en lengua mortal y corruptible. Decía la
afligida Madre: Dios altísimo e Hijo mío, conozco el amoroso fuego de vuestra caridad con los hombres, que os obliga
a ocultar el infinito poder de vuestra divinidad en la carne y forma pasible que de mis entrañas habéis recibido. Confieso
vuestra sabiduría incomprensible en admitir tales afrentas y tormentos y en entregaros a Vos mismo, que sois el
Señor de todo lo criado, para rescate del hombre, que es siervo, polvo y ceniza. Digno sois de que todas las criaturas
Os alaben y bendigan, confiesen y engrandezcan vuestra bondad inmensa; pero yo, que soy Vuestra Madre, ¿cómo
dejaré de querer que sola en mí se ejecutaran Vuestros oprobios y no en Vuestra Divina Persona, que sois hermosura de
los ángeles y resplandor de la gloria de Vuestro Padre Eterno? ¿Cómo no desearé Vuestros alivios en tales penas?
¿Cómo sufrirá mi corazón veros tan afligido, y afeado vuestro hermosísimo rostro, y que sólo con el Criador y
Redentor falte la compasión y la piedad en tan amarga pasión? Pero si no es posible que yo os alivie como Madre,
recibid mi dolor y sacrificio de no hacerlo, como Hijo y Dios santo y verdadero.

1305. Quedó en el interior de nuestra Reina del cielo tan fija y estampada la imagen de su Hijo santísimo, así
lastimado y afeado, encadenado y preso, que jamás en lo que vivió se le borraron de la imaginación aquellas especies,
más que si le estuviera mirando. Llegó Cristo nuestro bien a la casa de Pilatos, siguiéndole muchos del concilio de
los judíos y gente innumerable de todo el pueblo. Y presentándole al juez, se quedaron los judíos fuera del pretorio o
tribunal, fingiéndose muy religiosos por no quedar irregulares e inmundos para celebrar la Pascua de los panes
ceremoniales, para la cual habían de estar muy limpios de las inmundicias cometidas contra la ley; y como hipócritas
estultísimos no reparaban en el inmundo sacrilegio que les contaminaba las almas, homicidas del Inocente. Pilatos,
aunque era gentil, condescendió con la ceremonia de los judíos y, viendo que reparaban en entrar en su pretorio, salió
fuera y, conforme al estilo de los romanos, les preguntó: ¿Qué acusación es la que tenéis contra este hombre?
Respondieron los judíos: Si no fuera grande malhechor, no te le trajéramos (Jn 18, 29-30) así atado y preso como te le
entregamos. Y fue decir: Nosotros tenemos averiguadas sus maldades y somos tan atentos a la justicia y a nuestras
obligaciones, que a menos de ser muy facineroso no procediéramos contra él. Con todo eso les replicó Pilatos: Pues
¿qué delitos son los que ha cometido? Está convencido, respondieron los judíos, que inquieta a la república y se quiere
hacer nuestro rey y prohíbe que se le paguen al César los tributos, se hace Hijo de Dios y ha predicado nueva doctrina,
comenzando por Galilea y prosiguiendo por toda Judea hasta Jerusalén (Lc 23, 2-5).—Pues tomadle allá vosotros, dijo
Pilatos, y juzgadle conforme a vuestras leyes; que yo no hallo causa justa para juzgarle.—Replicaron los judíos: A
nosotros no se nos permite condenar a alguno con pena de muerte, ni tampoco dársela (Jn 18, 31).

1306. A todas estas y otras demandas y respuestas estaba presente María santísima con San Juan Evangelista y las
mujeres que la seguían, porque los Santos Ángeles la acercaron a donde todo lo pudiese ver y oír; y cubierta con su
manto lloraba sangre en vez de lágrimas con la fuerza del dolor que dividía su virginal corazón, y en los actos de las
virtudes era un espejo clarísimo en que se retrataba el alma santísima de su Hijo, y los dolores y penas se retrataban en
el sentimiento del cuerpo. Pidió al Padre Eterno la concediese no perder a su Hijo de vista, cuanto fuese posible, por el
orden común, hasta la muerte, y así lo consiguió mientras el Señor no estuvo preso. Y considerando la prudentísima
Señora que convenía se conociese la inocencia de nuestro Salvador Jesús entre las falsas acusaciones y calumnias de
los judíos y que le condenaban a muerte sin culpa, pidió con fervorosa oración que no fuese engañado el juez y que
tuviese verdadera luz de que Cristo era entregado a él por envidia de los sacerdotes y escribas. En virtud de esta
oración de María santísima tuvo Poncio Pilatos claro conocimiento de la verdad y alcanzó que Cristo era inculpable y
que le habían entregado por envidia, como dice San Mateo (Mt 27, 18); y por esta razón el mismo Señor se declaró
más con él, aunque no cooperó Pilatos a la verdad que conoció, y así no fue de provecho para él sino para nosotros y
para convencer la perfidia de los pontífices y fariseos.

1307. Deseaba la indignación de los judíos hallar a Pilatos muy propicio, para que luego pronunciara la sentencia de
muerte contra el Salvador Jesús; y como reconocieron que reparaba tanto en ello, comenzaron a levantar las voces con
ferocidad, acusándole y repitiendo que se quería alzar con el reino de Judea y para esto engañaba y conmovía los
pueblos y se llamaba Cristo, que quiere decir ungido Rey. Esta maliciosa acusación propusieron a Pilatos, porque se
moviese más con el celo del reino temporal, que debía conservar debajo del imperio romano. Y porque entre los judíos
eran los reyes ungidos, por eso añadieron que Jesús se llamaba Cristo, que es ungido como rey, y porque Pilatos, como
gentil, cuyos reyes no se ungían, entendiese que llamarse Cristo era lo mismo que llamarse rey ungido de los judíos.
Preguntóle Pilatos al Señor: ¿Qué respondes a estas acusaciones que te oponen? (Mc 15, 4-5) No respondió Su
Majestad palabra en presencia de los acusadores, y se admiró Pilatos de ver tal silencio y paciencia. Pero deseando
examinar más si era verdaderamente rey, se retiró el mismo juez con el Señor adentro del pretorio, desviándose de la
vocería de los judíos. Y allí a solas le preguntó Pilatos: Díme, ¿eres tú Rey de los judíos? (Jn 18, 33ss) No pudo pensar
Pilatos que Cristo era rey de hecho, pues conocía que no reinaba, y así lo preguntaba para saber si era rey de derecho y
si le tenía al reino. Respondióle nuestro Salvador: Esto que me preguntas ¿ha salido de ti mismo, o te lo ha dicho
alguno hablando te de mí?— Replicó Pilatos: ¿Yo acaso soy judío para saberlo? Tu gente y tus pontífices te han entregado a mi tribunal; dime lo que has hecho y qué hay en esto.—Entonces respondió el Señor: Mi reino no es de
este mundo, porque si lo fuera, cierto es que mis vasallos me defendieran, para que no fuera entregado a los judíos,
mas ahora no tengo aquí mi reino.—Creyó el juez en parte esta respuesta del Señor y así le replicó: ¿Luego tú eres rey,
pues tienes reino? No lo negó Cristo y añadió diciendo: Tú dices que yo soy rey; y para dar testimonio de la verdad
nací yo en el mundo; y todos los que son nacidos de la verdad oyen mis palabras.—Admiróse Pilatos de esta respuesta
del Señor, y volvióle a preguntar: ¿Qué cosa es la verdad?—Y sin aguardar más respuesta salió otra vez del pretorio y
dijo a los judíos: Yo no hallo culpa en este hombre para condenarle. Ya sabéis que tenéis costumbre de que por la fiesta
de la Pascua dais libertad a un preso; decidme si gustáis que sea Jesús o Barrabás; que era un ladrón y homicida, que a
la sazón tenían en la cárcel por haber muerto a otro en una pendencia. Levantaron todos la voz y dijeron: A Barrabás
pedimos que sueltes, y a Jesús que crucifiques.—Y en esta petición se ratificaron, hasta que se ejecutó como lo pedían.

1308. Quedó Pilatos muy turbado con las respuestas de nuestro Salvador Jesús y obstinación de los judíos; porque
por una parte deseaba no desgraciarse con ellos, y esto era dificultosa cosa, viéndolos tan embarcados en la muerte del
Señor, si no consentía con ellos; por otra parte conocía claramente que le perseguían por envidia mortal que le
tenían y que las acusaciones de que turbaba al pueblo eran falsas y ridículas. Y en lo que le imputaban de que pretendía
ser rey, había quedado satisfecho con la respuesta del mismo Cristo y verle tan pobre, tan humilde y sufrido a las
calumnias que le oponían. Y con la luz y auxilios que recibió, conoció la verdadera inocencia del Señor, aunque esto
fue por mayor, ignorando siempre el misterio y la dignidad de la persona divina. Y aunque la fuerza de sus vivas
palabras movió a Pilatos para hacer concepto grande de Cristo y pensar que en él se encerraba algún particular secreto
y por esto deseaba soltarle y le envió a Herodes, como diré en el capítulo siguiente, pero no llegaron a ser eficaces los
auxilios porque lo desmereció su pecado y se convirtió a fines temporales, gobernándose por ellos y no por la justicia,
más por sugestión de Lucifer, como arriba dije (Cf. supra n. 1134), que por la noticia de la verdad que conocía con
claridad. Y habiéndola entendido, procedió como mal juez en consultar más la causa del inocente con los que eran
enemigos suyos declarados y le acusaban falsamente. Y mayor delito fue obrar contra el dictamen de la conciencia,
condenándole a muerte y primero a que le azotasen tan inhumanamente, como veremos, sin otra causa más de para
contentar a los judíos.

1309. Pero aunque Pilatos por estas y otras razones fue iniquísimo e injusto juez condenando a Cristo, a quien tenía
por puro hombre, aunque inocente y bueno, con todo fue menor su delito en comparación de los sacerdotes y fariseos.
Y esto no sólo porque ellos obraban con envidia, crueldad y otros fines execrables, sino también porque fue gran culpa
el no conocer a Cristo por verdadero Mesías y Redentor, hombre y Dios, prometido en la ley que los hebreos
profesaban y creían. Y para su condenación permitió el Señor que, cuando acusaban a nuestro Salvador, le llamasen
Cristo y Rey ungido, confesando en las palabras la misma verdad que negaban y descreían. Pero debíanlas creer, para
entender que Cristo nuestro Señor era verdaderamente ungido, no con la unción figurativa de los reyes y sacerdotes
antiguos, sino con la unción que dijo Santo Rey y Profeta David (Sal 44, 8), diferente de todos los demás, como lo era
la unción de la divinidad unida a la humana naturaleza, que la levantó a ser Cristo Dios y hombre verdadero, y ungida
su alma santísima con los dones de gracia y gloria correspondientes a la unión hipostática. Toda esta verdad misteriosa
significaba la acusación de los judíos, aunque ellos por su perfidia no la creían y con envidia la interpretaban falsamente,
acumulándole al Señor que se quería hacer rey y no lo era; siendo verdad lo contrario, y no lo quería mostrar, ni
usar de la potestad de rey temporal, aunque de todo era Señor; pero no había venido al mundo a mandar a los hombres,
sino a obedecer (Mt 20, 28). Y era mayor la ceguedad judaica, porque esperaban al Mesías como a rey temporal y con
todo eso calumniaban a Cristo de que lo era, y parece que sólo querían un Mesías tan poderoso rey que no le pudiesen
resistir, y aun entonces le recibirían por fuerza y no con la voluntad piadosa que pide el Señor.

1310. La grandeza de estos sacramentos ocultos entendía profundamente nuestra gran Reina y Señora y los confería en
la sabiduría de su castísimo pecho, ejercitando heroicos actos de todas las virtudes. Y como los demás hijos de Adán,
concebidos y manchados con pecados, cuando más crecen las tribulaciones y dolores tanto más suelen conturbarlos y
oprimirlos, despertando la ira con otras desordenadas pasiones, por el contrario sucedía en María santísima, donde no
obraba el pecado, ni sus efectos, ni la naturaleza, tanto como la excelente gracia. Porque las grandes persecuciones y
muchas aguas de los dolores y trabajos no extinguían el fuego de su inflamado corazón en el amor divino (Cant 8, 7),
antes eran como fomentos que más le alimentaban y encendían aquella divina alma, para pedir por los pecadores,
cuando la necesidad era suma por haber llegado a su punto la malicia de los hombres. ¡Oh Reina de las virtudes,
Señora de las criaturas y dulcísima Madre de Misericordia! ¡Qué dura soy de corazón, qué tarda y qué insensible, pues
no le divide y le deshace el dolor de lo que conoce mi entendimiento de vuestras penas y de vuestro único y
amantísimo Hijo! Si en presencia de lo que conozco tengo vida, razón será que me humille hasta la muerte. Delito es
contra el amor y la piedad ver padecer tormentos al inocente y pedirle mercedes sin entrar a la parte de sus penas. ¿Con
qué cara o con qué verdad diremos las criaturas que tenemos amor de Dios, de nuestro Redentor y a Vos, Reina mía,
que sois su Madre, si, cuando entrambos bebéis el cáliz amarguísimo de tan acerbos dolores y pasión, nosotros nos
recreamos con el cáliz de los deleites de Babilonia? ¡Oh si yo entendiese esta verdad! ¡Oh si la sintiese y penetrase, y
ella penetrase también lo íntimo de mis entrañas a la vista de mi Señor y de su dolorosa Madre, padeciendo inhumanos
tormentos! ¿Cómo pensaré yo que me hacen injusticia en perseguirme, que me agravian en despreciarme, que me
ofenden en aborrecerme? ¿Cómo me querellaré de que padezco, aunque sea vituperada, despreciada y aborrecida del
mundo? ¡Oh gran Capitana de los mártires, Reina de los esforzados, Maestra de los imitadores de vuestro Hijo!, si soy
vuestra hija y discípula, como vuestra dignación me lo asegura y mi Señor me lo quiso merecer, no me neguéis mis
deseos de seguir vuestras pisadas en el camino de la cruz. Y si como flaca he desfallecido, alcanzadme Vos, Señora y Madre mía, la fortaleza y corazón contrito y humillado por las culpas de mi pesada ingratitud. Granjeadme y pedidme
el amor a Dios eterno, que es don tan precioso, que sola vuestra poderosa intercesión le puede alcanzar y mi Señor y
Redentor merecérmele.
Doctrina que me dio la gran Reina del cielo.

1311. Hija mía, grande es el descuido y la inadvertencia de los mortales en ponderar las obras de mi Hijo santísimo
y penetrar con humilde reverencia los misterios que encerró en ellas para el remedio y salvación de todos. Por esto
ignoran muchos, y se admiran otros, de que Su Majestad consintiese ser traído como reo ante los inicuos jueces y ser
examinado por ellos como malhechor y criminoso, que le tratasen y reputasen por hombre estulto e ignorante y que
con su divina sabiduría no respondiera por su inocencia y convenciera la malicia de los judíos y todos sus adversarios,
pues con tanta facilidad lo pudiera hacer. En esta admiración lo primero se han de venerar los altísimos juicios del
Señor, que así dispuso la Redención humana obrando con equidad y bondad, rectitud y como convenía a todos sus
atributos, sin negar a cada uno de sus enemigos los auxilios suficientes para bien obrar, si quisieran cooperar con ellos,
usando de los fueros de su libertad para el bien; porque todos quiso que fuesen salvos, y ninguno tiene justicia para
querellarse de la piedad divina, que fue superabundante.

1312. Pero a más de esto quiero, carísima, que entiendas la enseñanza que contienen estas obras, porque ninguna
hizo mi Hijo santísimo que no fuese como de Redentor y Maestro de los hombres. Y en el silencio y paciencia que
guardó en su pasión, sufriendo ser reputado por inicuo y estulto, dejó a los hombres una doctrina tan importante,
cuanto poco advertida y menos practicada de los hijos de Adán. Y porque no consideran el contagio que les
comunicó Lucifer por el pecado y que le continúa siempre en el mundo, por esto no buscan en el médico la medicina
de su dolencia, pero Su Majestad por su inmensa caridad dejó el remedio en sus palabras y en sus obras. Considérense,
pues, los hombres concebidos en pecado y vean cuán apoderada está hoy de sus corazones la semilla que sembró el
Dragón, de soberbia, de presunción, vanidad y estimación propia, de codicia, hipocresía y mentira, y así de los otros
vicios. Todos comúnmente quieren adelantarse en honra y vanagloria: quieren ser preferidos y estimados los doctos y
que se reputan por sabios, quieren ser aplaudidos y celebrados y jactarse de la ciencia; los indoctos quieren parecer
sabios; los ricos se glorían de las riquezas y por ellas quieren ser venerados; los pobres quieren ser ricos y parecerlo y
ganar su estimación; los poderosos quieren ser temidos, adorados y obedecidos; todos se adelantan en este error y
procuran parecer lo que no son en la virtud y no son lo que quieren parecer; disculpan sus vicios, desean encarecer sus
virtudes y calidades, atribúyense los bienes y beneficios, como si no los hubieran recibido, recíbenlos como si no
fueran ajenos y se los dieran de gracia; en vez de agradecerlos, hacen de ellos armas contra Dios y contra sí mismos; y
generalmente todos están entumecidos con el mortal veneno de la antigua serpiente y más sedientos de beberle, cuanto
más heridos y dolientes de este lamentable achaque; y el camino de la cruz y la imitación de Cristo por la humildad y
sinceridad cristiana está desierto, porque pocos son los que caminan por él.

1313. Para quebrantar esta cabeza de Lucifer y vencer la soberbia de su arrogancia fue la paciencia y silencio que tuvo
mi Hijo en su pasión, consintiendo que le tratasen como a hombre ignorante y estulto malhechor. Y como Maestra de
esta filosofía y Médico que venía a curar la dolencia del pecado, no quiso disculparse ni defenderse, justificarse, ni
desmentir a los que le acusaban, dejando a los hombres este vivo ejemplo de proceder y obrar contra el intento de la
serpiente. Y en Su Majestad se puso en práctica aquella doctrina del Sabio: Más preciosa es a su tiempo la pequeña
estulticia, que la sabiduría y gloria (Ecl 10, 1), porque mejor le está a la fragilidad humana ser a tiempos reputado el
hombre por ignorante y malo, que hacer ostentación vana de la virtud y sabiduría. Infinitos son los que están
comprendidos en este peligroso error, y deseando parecer sabios hablan mucho y multiplican las palabras como estultos
(Ecl 10, 14) y vienen a perder lo mismo que pretenden, porque son conocidos por ignorantes. Todos estos vicios
nacen de la soberbia radicada en la naturaleza. Pero tú, hija, conserva en tu corazón la doctrina de mi Hijo y mía y
aborrece la ostentación humana, sufre, calla y deja al mundo que te repute por ignorante, pues él no conoce en qué
lugar vive la verdadera sabiduría (Bar 3, 15).

CAPITULO 19
 

Remite Poncio Pilatos a Herodes la causa y persona de nuestro Salvador Jesús, acúsanle ante Herodes y él le desprecia y envía a Pilatos; siguele María santísima y lo que en este paso sucedió.

1314. Una de las acusaciones que los judíos y sus pontífices presentaron a Pilatos contra Jesús Salvador nuestro fue
que había predicado, comenzando de la provincia de Galilea a conmover el pueblo. De aquí tomó ocasión Pilatos para
preguntar si Cristo nuestro Señor era galileo. Y como le informasen que era natural y criado en aquella provincia,
parecióle tomar de aquí algún motivo para inhibirse en la causa de Cristo nuestro bien, a quien hallaba sin culpa, y
exonerarse de la molestia de los judíos que tanto instaban le condenase a muerte. Hallábase en aquella ocasión
Herodes en Jerusalén celebrando la Pascua de los judíos. Este era hijo del otro rey Herodes [Herodes Magnus] que
antes había degollado a los Inocentes, persiguiendo a Jesús recién nacido, y por haberse casado con una mujer
judía se pasó al judaísmo haciéndose israelita prosélito. Por esta ocasión su hijo Herodes guardaba también la ley de
Moisés y había venido a Jerusalén desde Galilea, donde era gobernador de aquella provincia. Pilatos estaba encontrado
con Herodes, porque los dos gobernaban las dos principales provincias de Palestina, Judea y Galilea, y poco
tiempo antes había sucedido que Pilatos, celando el dominio del imperio romano, había degollado a unos galileos cuando hacían ciertos sacrificios —como consta del capítulo 13 de San Lucas (Lc 13, 1)—, mezclando la sangre de los
reos con la de los sacrificios, y de esto se había indignado Herodes. Y para darle Pilatos de camino alguna
satisfacción determinó remitirle a Cristo nuestro Señor, como vasallo o natural de Galilea, para que examinase su causa
y la juzgase, aunque siempre esperaba Pilatos que Herodes le daría por libre como a inocente y acusado por maliciosa
envidia de los pontífices y escribas.

1315. Salió Cristo nuestro bien de casa de Pilatos para la de Herodes, atado y preso como estaba, acompañado de los
escribas y sacerdotes, que iban para acusarle ante el nuevo juez, y gran número de soldados y ministros, para llevarle
tirando de las sogas y despejar las calles, que con el gran concurso y novedad estaban llenas de pueblo. Pero la milicia
rompía por la multitud y, como los ministros y pontífices estaban tan sedientos de la sangre del Salvador para
derramarla aquel día, apresuraban el paso y llevaban a Su Majestad por las calles casi corriendo y con desordenado tumulto.
Salió también María santísima con su compañía de casa de Pilatos para seguir a su dulcísimo Hijo Jesús y
acompañarle en los pasos que le restaban hasta la cruz. Y no fuera posible que la gran Señora siguiera este camino a
vista de su Amado, si los Santos Ángeles no lo dispusieran como Su Alteza quería, de manera que siempre fuese tan
cerca de su Hijo que pudiese gozar de su presencia, para con esto participar con mayor plenitud de sus tormentos y
dolores. Y todo lo consiguió con su ardentísimo amor, porque caminando por las calles a vista del Señor oía
juntamente los oprobios que los ministros le decían, los golpes que le daban y las murmuraciones del pueblo, con los
varios pareceres que cada cual tenía o refería de otros.

1316. Cuando Herodes tuvo aviso que Pilatos le remitía a Jesús Nazareno, alegróse grandemente. Sabía era muy
amigo de San Juan Bautista, a quien él había mandado degollar, y estaba informado de la predicación que hacía, y con
estulta y vana curiosidad deseaba que en su presencia obrase alguna cosa extraordinaria y nueva de que admirarse y
hablar con entretenimiento. Llegó, pues, el autor de la vida a la presencia del homicida Herodes, contra quien estaba
clamando ante el mismo Señor la sangre de San Juan Bautista, más que la del justo Abel (Gen 4, 10). Pero el infeliz
adúltero, como quien ignoraba los terribles juicios del Altísimo, le recibió con risa, juzgándole por encantador y
mágico. Y con este formidable error le comenzó a examinar y hacerle diversas preguntas, pensando que con ellas le
provocaría para hacer alguna cosa maravillosa, como lo deseaba. Pero el Maestro de la sabiduría y prudencia no le
respondió palabra, estando siempre con severidad humilde y en presencia del indignísimo juez, que tan merecido tenía
por sus maldades el castigo de no oír las palabras de vida eterna que debieran salir de la boca de Cristo, si Herodes
estuviera dispuesto para admitirlas con reverencia.

1317. Asistían allí los príncipes de los sacerdotes y escribas acusando a nuestro Salvador constantemente con las
mismas acusaciones y cargos que ante Pilatos le habían puesto. Pero tampoco respondió palabra a estas calumnias,
como lo deseaba Herodes; en cuya presencia, ni para responder a las preguntas, ni para desvanecer las acusaciones,
no despegó el Señor sus labios, porque Herodes de todas maneras desmerecía oír la verdad, que fue su justo castigo y
el que más deben temer los príncipes y poderosos del mundo. Indignóse Herodes con el silencio y mansedumbre de
nuestro Salvador, que frustraban su vana curiosidad, y casi confuso el inicuo juez lo disimuló, burlándose del
inocentísimo Maestro, y despreciándole con todo su ejército le mandó remitir otra vez a Pilatos. Y habiéndose reído
con mucho escarnio de la modestia del Señor todos los criados de Herodes, para tratarle como a loco y menguado de
juicio, le vistieron una ropa blanca con que señalaban a los que perdían el seso, para que todos huyesen de ellos. Pero
en nuestro Salvador esta vestidura fue símbolo y testimonio de su inocencia y pureza, ordenándolo la oculta
Providencia del Altísimo, para que estos ministros de maldad, con las obras que no conocían, testificasen la verdad
que pretendían oscurecer con otras maravillas, que de malicia ocultaban, que había obrado el Salvador.

1318. Herodes se mostró agradecido con Pilatos por la cortesía con que le había remitido la causa y persona de Jesús
Nazareno. Y le volvió por respuesta, que no hallaba en él causa alguna, que antes le parecía hombre ignorante y de
ninguna estimación. Y desde aquel día se reconciliaron Herodes y Pilatos y quedaron amigos, disponiéndolo así los
ocultos juicios de la divina Sabiduría. Volvió segunda vez nuestro Salvador de Herodes a Pilatos, llevándole muchos
soldados de entrambos gobernadores con mayor tropel, gritería y alboroto de la gente popular. Porque los mismos
que antes le habían aclamado y venerado por Salvador y Mesías bendito del Señor, entonces, pervertidos ya con el
ejemplo de los sacerdotes y magistrados, estaban de otro parecer y condenaban y despreciaban al mismo Señor a
quien poco antes habían dado gloria y veneración; que tan poderoso como esto es el error de las cabezas y su mal
ejemplo para llevar al pueblo tras de sí. En medio de estas confusas ignominias iba nuestro Salvador repitiendo dentro
de sí mismo con inefable amor, humildad y paciencia aquellas palabras que tenía dichas por la boca del Santo Rey y
Profeta David (Sal 21, 7-8): Yo soy gusano y no soy hombre, soy el oprobio de los hombres y el desprecio del pueblo.
Todos los que me vieron hicieron burla de mí, hablaron con los labios y movieron la cabeza. Era Su Majestad gusano y
no hombre no sólo porque no fue engendrado como los demás hombres, ni era solo y puro hombre, sino Hombre y
Dios verdadero; mas también porque no fue tratado como hombre, sino como gusano vil y despreciable. Y a todos los
vituperios con que era hollado y abatido no hizo más ruido ni resistencia que un humilde gusanillo a quien todos pisan
y desprecian y le reputan por oprobio y vilísimo. Todos los que miraban a Cristo nuestro Redentor, que eran sin
número, hablaban y movían la cabeza, como retratando el concepto y opinión en que le tenían.

1319. A los oprobios y acusaciones que hicieron los sacerdotes contra el autor de la vida en presencia de Herodes y a
las preguntas que él mismo le propuso, no estuvo presente corporalmente su afligida Madre, aunque todas las vio por
otro modo de visión interior, porque estaba fuera del tribunal donde entraron al Señor. Pero cuando salió fuera de la sala donde le habían tenido, topó con ella y se miraron con íntimo dolor y recíproca compasión, correspondiente al
amor de tal Hijo y de tal Madre. Y fue nuevo instrumento para dividirle el corazón aquella vestidura blanca que le
habían puesto, tratándole como a hombre insensato y sin juicio, aunque sola ella conocía entre todos los nacidos el
misterio de la inocencia y pureza que aquel hábito significaba. Adoróle en él con altísima reverencia y fuele siguiendo
por las calles a la casa de Pilatos, a donde otra vez le volvían, porque en ella se debía ejecutar la divina disposición
para nuestro remedio. En este camino de Herodes a Pilatos, sucedió que, con la multitud del pueblo y con la prisa que
aquellos ministros impiísimos llevaban al Señor, atropellándole y derribándole algunas veces en el suelo y tirando con
suma crueldad de las sogas, le hicieron reventar la sangre de sus sagradas venas y como, no se podía fácilmente
levantar por llevar atadas las manos, ni el tropel de la gente se podía ni quería detenerse, daban sobre Su Divina
Majestad y le hollaban y pisaban y le herían con muchos golpes y puntillazos, causando gran risa a los soldados en vez
de la natural compasión, de que por industria del demonio estaban totalmente desnudos como si no fueran hombres.

1320. A la vista de tan desmedida crueldad creció la compasión y sentimiento de la dolorosa y amorosa Madre y,
convirtiéndose a los Santos Ángeles que la asistían, les mandó cogiesen la divina sangre que derramaba su Rey y
Señor por las calles, para que no fuese de nuevo conculcada y hollada de los pecadores; y así lo hicieron los ministros
celestiales. Mandóles también la gran Señora que si otra vez sucediese caer en tierra su Hijo y Dios verdadero, le
sirviesen, impidiendo a los obradores de la maldad para que no le hollasen ni pisasen su divina persona. Y porque en
todo era prudentísima, no quiso que este obsequio ejecutasen los Ángeles sin voluntad del mismo Señor y así les
ordenó que de su parte se lo propusiesen y le pidiesen licencia y le representasen las angustias que como Madre
padecía, viéndole tratar con aquel linaje de irreverencia entre los pies inmundos de aquellos pecadores. Y para
obligar más a su Hijo santísimo le pidió por medio de los mismos Ángeles que aquel acto, de humillarse a ser pisado y
conculcado de aquellos malos ministros, lo conmutase Su Majestad en el de obedecer o rendirse a los ruegos de su
afligida Madre, que también era su esclava y formada del polvo. Todas estas peticiones llevaron los Santos Ángeles a
Cristo nuestro bien en nombre de su santísima Madre, no porque Su Majestad las ignorase, pues todo lo conocía y
obraba Él mismo con su divina gracia, sino porque estos modos de obrar quiere el Señor que en ellos se guarde el
orden de la razón, que la gran Señora conocía entonces con altísima sabiduría, usando de las virtudes por diversos
modos y operaciones, porque esto no se impide por la ciencia del Señor, que todo lo tiene previsto.

1321. Admitió nuestro Salvador Jesús los deseos y peticiones de su beatísima Madre y dio licencia a sus Ángeles
para que como ministros de su voluntad ejecutasen lo que ella deseaba. Y en lo restante hasta llegar a casa de Pilatos,
no permitieron que Su Majestad fuese derribado en tierra y atropellado ni pisado como antes había sucedido algunas
veces; aunque en las demás injurias se dio permiso y consentimiento a los ministros de la justicia y a la ceguedad y
malicia popular para que todos las ejecutasen con su loca indignación. Todo lo miraba y oía su Madre santísima con
invicto pero lastimado corazón. Y lo mismo respectivamente vieron las Marías y San Juan Evangelista, que con
llanto irreparable seguían al Señor en compañía de su purísima Madre. Y no me detengo en referir las lágrimas de
estas santas mujeres y otras devotas que con ellas asistían a la Reina, porque sería necesario divertirme
mucho, y más para decir lo que hizo la Santa María Magdalena, como más ardiente y señalada en el amor y más
agradecida a Cristo nuestro Redentor, como el mismo Señor lo dijo cuando la justificó: que más ama a quien mayores
culpas se le perdonan (Lc 7, 43).

1322. Llegó nuestro Salvador Jesús segunda vez a casa de Pilatos, y de nuevo le comenzaron a pedir los judíos que le
condenase a muerte de cruz. Pilatos, que conocía la inocencia de Cristo y la mortal envidia de los judíos, sintió mucho
que le restituyese Herodes la causa de que él deseaba eximirse. Y viéndose obligado como juez, procuró aplacar a
los judíos por diversos caminos. Y uno fue hablar en secreto a algunos ministros y amigos de los pontífices y
sacerdotes, para que pidiesen la libertad de nuestro Redentor y le soltasen con alguna corrección que le daría y no
pidiesen más al malhechor Barrabás. Esta diligencia había hecho Pilatos cuando le volvieron a presentar otra vez a
Cristo nuestro Señor para que le condenase. Y el proponerles que escogiesen a Jesús o a Barrabás no fue una sola vez,
sino dos y tres: la una antes de llevar al Señor a Herodes y la otra después; y por esto lo refieren los Evangelistas con
alguna diferencia, aunque sin contradecirse en la verdad. Habló Pilatos a los judíos y les dijo: Habéisme presentado a
este Hombre, acusándole que dogmatiza y pervierte al pueblo; y habiéndole examinado en vuestra presencia, no ha
sido convencido de lo que le acusáis. Ni tampoco Herodes, a quien le remití, le ha condenado a muerte, aunque ante él
le habéis acusado. Bastará por ahora corregirle y castigarle para que adelante se enmiende. Y habiendo de soltar
algún malhechor por la solemnidad de la Pascua, soltaré a Cristo si le queréis dar libertad y castigaré a Barrabás.
Conociendo los judíos que Pilatos deseaba mucho soltar a Cristo Señor nuestro, respondieron todos los de la turba:
Quita allá, deja a Cristo y danos libre a Barrabás (Lc 23, 18).

1323. La costumbre de dar libertad a un malhechor y preso en aquella gran solemnidad de la Pascua se introdujo
entre los judíos como en memoria y agradecimiento de la libertad que tal día como aquel habían alcanzado sus padres,
rescatándolos el Señor del poder de Faraón, degollando los primogénitos de los gitanos [egipcios] aquella noche (Ex
12, 29) y después anegando a él y a sus ejércitos en el mar rubro [rojo] (Ex 14, 28). Por este memorable beneficio
hacían otros los hebreos al mayor delincuente, perdonándole sus delitos, y castigaban otros que no eran tan
malhechores. Y en los pactos, que tenían con los romanos, era condición que se les guardase esta costumbre, y así lo
cumplían los gobernadores. Aunque éstos la pervirtieron en esta ocasión en cuanto a las circunstancias, según el juicio
que hacían de Cristo nuestro Señor; porque habiendo de soltar al más criminoso y confesando ellos que Jesús
Nazareno lo era, con todo eso lo dejaron a él y eligieron a Barrabás, a quien reputaban por menos malo. Tan ciegos y pervertidos los tenía la ira del demonio con su propia envidia, que en todo se deslumbraban aun contra sí mismos.

1324. Estando Pilatos en el pretorio con estas altercaciones de los judíos, sucedió que sabiéndolo su mujer que se
llamaba Prócula, le envió un recado diciéndole: ¿Qué tienes tú que ver con ese hombre justo? Déjale, porque te hago
saber que por su causa he tenido hoy algunas visiones (Mt 27, 19).—El motivo de esta advertencia de Prócula fue que
Lucifer y sus demonios, viendo lo que se iba ejecutando en la persona de nuestro Salvador y la inmutable
mansedumbre con que llevaba tantos oprobios, se hallaron más deslumbrados y desatinados en su furor rabioso. Y
aunque su altiva soberbia no acababa de ajustar cómo se compadecía haber divinidad y consentir tales y tantos
oprobios y sentir en la carne sus efectos, y con esto no podía entender si era o no era hombre y Dios, con todo eso
juzgaba el Dragón que allí había algún misterio grande para los hombres y que siempre sería para él y su maldad de
mucho daño y estrago si no atajaba el suceso de cosa tan nueva en el mundo. Y con este acuerdo que tomó con sus
demonios envió muchas sugestiones a los fariseos para que desistiesen de perseguir a Cristo. Estas ilusiones no
aprovecharon, como introducidas por el mismo demonio y sin virtud divina en corazones obstinados y depravados. Y
despedidos de reducirlos se fueron a la mujer de Pilatos y la hablaron en sueños y la propusieron que aquel hombre era
justo y sin culpa, y que si le condenaba su marido sería privado de la dignidad que poseía, y a ella le sucederían
grandes trabajos; que le aconsejase a Pilatos soltase a Jesús y castigase a Barrabás, si no querían tener un mal suceso
en su casa y en sus personas.

1325. Con esta visión recibió Prócula grande espanto y temor, y, cuando entendió lo que pasaba entre los judíos y su
marido Pilatos, le envió el recado que dice San Mateo (Mt 27, 19), para que no se metiese en condenar a muerte al que
miraba y tenía por justo. Púsole también el demonio otros temores semejantes en la imaginación al mismo Pilatos, y
con el aviso de su mujer fueron mayores; aunque, como todos eran mundanos y políticos y no había cooperado a los
auxilios verdaderos del Señor, no duró más este miedo de en cuanto no concibió otro que le movió más, como se vio
en el efecto. Pero entonces insistió tercera vez con los judíos, como dice San Lucas (Lc 23, 22), defendiendo a Cristo
nuestro Señor como inculpable y testificando que no hallaba en él crimen alguno ni causa de muerte, que le castigaría
y soltaría. Y de hecho le castigó, para ver si con esto quedarían satisfechos, como diré en el capítulo siguiente. Pero los
judíos, dando voces, respondieron que le crucificase. Entonces Pilatos pidió que le trajesen agua y mandó soltar a
Barrabás como lo pedían. Se lavó las manos en presencia de todos, diciendo: Yo no tengo parte en la muerte de ese
hombre justo a que vosotros le condenáis. Mirad lo que hacéis, que en testimonio de esto lavo mis manos, para que se
entienda no quedan manchadas con la sangre del Inocente.—Parecióle a Pilatos que con aquella ceremonia se
disculpaba con todos y prohijaba la muerte de Cristo nuestro Señor a los príncipes de los judíos y a todo el pueblo que
la pedía. Y fue tan loca y ciega la indignación de los judíos que, a trueque de ver crucificado al Señor, condescendieron
con Pilatos y cargaron sobre sí el delito, pronunciando aquella formidable sentencia y execración, dijeron: Su sangre
venga sobre nosotros y sobre nuestros hijos (Mt 27, 25).

1326. ¡Oh ceguedad estultísima y cruelísima! ¡Oh temeridad nunca imaginada! La injusta condenación del Justo
y la sangre del Inocente, a quien el mismo juez declara por inculpable, ¿queréis cargar sobre vosotros y sobre
vuestros hijos? Cuando sólo fuera vuestro hermano, vuestro bienhechor y maestro, fuera vuestra audacia tremenda y
execrable vuestra maldad. Mas ¡ay dolor! que habiendo de caer esta sangre deificada sobre todos los hijos de Adán
para lavarlos y purificarlos a todos, que para esto se ha derramado sobre todos los hijos de la Santa Iglesia, y con eso
hay muchos en ella que cargan sobre sí mismos con sus obras esta sangre, como los judíos la cargaron con obras y con
palabras; ellos ignorando y no creyendo que era sangre de Cristo y los católicos conociendo y confesando que lo es.

1327. Su lengua tienen los pecados de los cristianos y sus depravadas obras con que hablan contra la sangre y muerte
de Cristo nuestro Señor, cargándola sobre sí mismos. Sea Cristo afrentado, escupido, abofeteado, escarpiado en una
cruz, despreciado y muerto y pospuesto a Barrabás; sea atormentado, azotado y coronado de espinas por nuestros
pecados, que nosotros no queremos tener más parte en esta sangre, que ser causa que se derrame afrentosamente y que
se nos impute eternamente. Padezca y muera el mismo Dios humanado, y nosotros gocemos de los bienes aparentes.
Aprovechemos la ocasión, usemos de la criatura (Sap 2, 6-8), coronémonos de rosas, vivamos con alegría,
valgámonos del poder, nadie se nos adelante; despreciemos la humildad, aborrezcamos la pobreza, atesoremos riquezas,
engañemos a todos, no perdonemos agravios, entreguémonos al deleite de las delicias torpes, nada vean
nuestros ojos que no codicien y todo lo que alcancen nuestras fuerzas; ésta sea nuestra ley sin otro algún respeto. Y si
con todo esto crucificamos a Cristo, venga sobre nosotros su sangre y sobre nuestros hijos.

1328. Preguntemos ahora a los réprobos que están en el infierno, si fueron éstas las voces de sus obras que les
atribuye Salomón en la Sabiduría y si porque hablaron en su corazón consigo mismos tan estultamente se llaman
impíos y lo fueron. ¿Qué pueden esperar los que malogran la sangre de Cristo y la cargan sobre sí mismos, no como
quien la desea para su remedio, sino como quien la desprecia para su condenación? ¿Quién se hallará entre los hijos de
la Iglesia que sufra ser pospuesto a un ladrón facineroso? Tan mal practicada anda esta doctrina, que ya se hace
admirable el que consiente que le preceda otro tan bueno y benemérito o más que él, y ninguno se hallará tan bueno
como Cristo ni tan malo como Barrabás. Pero son sin número los que a la vista de este ejemplo se dan por ofendidos y
se juzgan por desgraciados si no son preferidos y mejorados en la honra, en las riquezas, dignidades y en todo lo que
tiene ostentación y aplauso del mundo. Esto se solicita, se litiga y se busca, y en esto se ocupan los cuidados de los
hombres y todas sus fuerzas y potencias, desde que principian a usar de ellas hasta que las pierden. Y la mayor lástima
y dolor es que no se libran de este contagio los que por su profesión y estado renunciaron el mundo y le volvieron las espaldas y, mandándoles el Señor que olviden su pueblo y la casa de su padre, se vuelven a ella con lo mejor de la
criatura humana, que es la atención y cuidado para gobernarlos, la voluntad y deseo para solicitarles cuanto posee el
mundo y les parece poco y se introducen en la vanidad. Y en lugar de olvidar la casa de su padre, olvidan la de Dios en
que viven, donde reciben los auxilios divinos para conseguir la salvación, la honra y estimación que jamás en el mundo
alcanzaran y el sustento sin afán ni cuidado. Y a todos estos beneficios se hacen ingratos, dejando la humildad que por
su estado deben profesar. La humildad de Cristo nuestro Salvador y su paciencia, sus afrentas, los oprobios de la cruz,
la imitación de sus obras, la escuela de su doctrina, todo se remite a los pobres, a los solitarios, a los desvalidos del
mundo y humildes, y los caminos de Sión están desiertos y llorando (Lam 1, 4), porque hay tan pocos que vengan a la
solemnidad de la imitación de Cristo nuestro Señor.

1329. No fue menor la insipiencia de Pilatos en pensar que con lavar sus manos y haber imputado a los judíos la sangre
de Cristo quedaba justificado en su conciencia y con los hombres, a quienes pretendía satisfacer con aquella ceremonia
llena de hipocresía y mentira. Verdad es que los judíos fueron los principales actores, y más reos en condenar al
Inocente, y se cargaron sobre sí mismos esta formidable culpa. Pero no por eso quedó Pilatos libre de ella, pues,
conociendo la inocencia de Cristo Señor nuestro, no debía posponerle a un ladrón y homicida, castigarle, ni
enmendarle a quien nada tenía que corregir ni enmendar, y mucho menos debiera condenarle y entregarle a la voluntad
de sus mortales enemigos, cuya envidia y crueldad le era manifiesta. Pero no puede ser justo juez el que conociendo la
verdad y justicia la puso en una balanza con respetos y fines humanos de su propio interés, porque este peso arrastra la
razón de los hombres que tienen corazón cobarde y, como no tienen caudal, ni el lleno de las virtudes que han menester
los jueces, no pueden resistir a la codicia ni al temor mundano, y cegándolos la pasión desamparan la justicia para no
aventurar sus comodidades temporales, como sucedió a Pilatos.

1330. En casa de Pilatos estuvo nuestra gran Reina y Señora, de manera que con el ministerio de sus Santos Ángeles
pudo oír las altercaciones que tenía el inicuo juez con los escribas y pontífices sobre la inocencia de Cristo nuestro
bien, sobre posponerle a Barrabás. Y todos los clamores de aquellos inhumanos tigres los oyó con silencio y admirable
mansedumbre, como estampa viva de su santísimo Hijo. Pero aunque su honestísima modestia era inmutable, todas las
voces de los judíos penetraban como cuchillos de dos filos su lastimado corazón. Mas los clamores de su doloroso
silencio resonaban en el pecho del Eterno Padre con mayor agrado y dulzura que los llantos de la hermosa Raquel, con
que —según dice San Jeremías (Jer 31, 15)—, lloraba a sus hijos sin consuelo, porque no los pudo restaurar; que
nuestra hermosísima Raquel María purísima no pedía venganza, sino perdón para los enemigos que le quitaban el
Unigénito del Padre y suyo. Y en todos los actos que hacía el alma santísima de Cristo le imitaba y acompañaba,
obrando con tanta plenitud de santidad y perfección, que ni la pena suspendía sus potencias, ni el dolor impedía la
caridad, ni la tristeza remitía su fervor, ni el bullicio distraía su atención, ni las injurias y tumulto de la gente le eran
embarazo para estar recogida dentro de sí misma, porque a todo daba el lleno de las virtudes en grado eminentísimo.
Doctrina que me dio la gran Señora del cielo María santísima.

1331. Hija mía, de lo que has escrito y entendido te veo admirada, reparando en que Pilatos y Herodes no se
mostraron tan inhumanos y crueles en la muerte de mi Hijo santísimo como los sacerdotes, pontífices y fariseos; y
ponderas mucho que aquéllos eran jueces seculares y gentiles y éstos eran ministros de la ley y sacerdotes del pueblo
de Israel que profesaban la verdadera fe. A este pensamiento te quiero responder con una doctrina que no es nueva, y tú
la has entendido otras veces, mas ahora quiero que la renueves y no la olvides por todo el discurso de tu vida. Advierte,
pues, carísima, que la caída de más alto lugar es en extremo peligrosa y su daño o es irreparable o muy dificultoso el
remedio. Eminente lugar en la naturaleza y en los dones de la luz y gracia tuvo Lucifer en el cielo, porque en su
hermosura excedía a todas las criaturas, y por la caída de su pecado descendió a lo profundo de la fealdad y miseria y a
la mayor obstinación de todos sus secuaces. Los primeros padres del linaje humano, Adán y Eva, fueron puestos en
altísima dignidad y encumbrados beneficios, como salidos de la mano del Todopoderoso, y su caída perdió a toda su
posteridad con ellos mismos, y su remedio fue tan costoso como lo enseña la fe, y fue inmensa misericordia
remediarlos a ellos y a sus descendientes.

1332. Otras muchas almas han subido a la cumbre de la perfección y de allí han caído infelicísimamente, hallándose
después casi desconfiadas o casi imposibilitadas para levantarse. Este daño por parte de la misma criatura nace de
muchas causas. La primera es el despecho y confusión desmedida que siente el que ha caído de mayores virtudes;
porque no sólo perdió mayores bienes, pero tampoco fía de los beneficios futuros más que de los pasados y perdidos y
no se promete más firmeza de los que puede adquirir con nueva diligencia que en los adquiridos y malogrados por su
ingratitud. De esta peligrosa desconfianza se sigue el obrar con tibieza, sin fervor y sin diligencia, sin gusto y sin
devoción, porque todo esto extingue la desconfianza, así como animada y alentada la esperanza vence muchas
dificultades, corrobora y vivifica a la flaqueza de la criatura humana para emprender magníficas obras. Otra razón hay,
y no menos formidable, y es que las almas acostumbradas a los beneficios de Dios, o por oficio como los sacerdotes y
religiosos, o por ejercicios de virtudes y favores como otras personas espirituales, de ordinario pecan con desprecio de
los mismos beneficios y mal uso de las cosas divinas; porque con la frecuencia de ellas incurren en esta peligrosa
grosería de estimar en poco los dones del Señor, y con esta irreverencia y poco aprecio impiden los efectos de la gracia
para cooperar con ella y pierden el temor santo, que despierta y estimula para el bien obrar, para obedecer a la divina
voluntad y aprovecharse luego de los medios que ordenó Dios para salir del pecado y alcanzar su amistad y la vida
eterna. Este peligro es manifiesto en los sacerdotes tibios, que sin temor y reverencia frecuentan la eucaristía y otros sacramentos, en los doctos y sabios y en los poderosos del mundo, que con dificultad se corrigen y enmiendan sus
pecados, porque han perdido el aprecio y veneración de los remedios de la Iglesia, que son los santos sacramentos, la
predicación y doctrina. Y con estas medicinas, que son en otros pecadores saludables y sanan los ignorantes, enferman
ellos, que son los médicos de la salud espiritual.

1333. Otras razones hay de este daño, que miran al mismo Señor. Porque los pecados de aquellas almas, que por
estado o virtud se hallan más obligadas a Dios, se pesan en la balanza de su justicia muy diferentemente que los de
otras almas menos beneficiadas de su misericordia. Y aunque los pecados de todos sean de una misma materia, por
las circunstancias son muy diferentes: porque los sacerdotes y maestros, los poderosos y prelados y los que tienen
lugar o nombre de santidad, hacen gran daño con el escándalo de la caída y pecados que cometen. Es mayor su audacia
y temeridad en atreverse contra Dios, a quien más conocen y deben, ofendiéndole con mayor luz y ciencia, y por esto
con más osadía y desacato que los ignorantes; con que le desobligad tanto los pecados de los católicos, y entre ellos los
de los más sabios e ilustrados, como se conoce en todo el corriente de las Escrituras sagradas. Y como en el término de
la vida humana, que está señalado a cada uno de los mortales para que en él merezca el premio eterno, también está
determinado hasta qué número de pecados le ha de aguardar y sufrir la paciencia del Señor a cada uno, pero este
número no se computa sólo según la cantidad y multitud, sino también según la calidad y peso de los pecados en la
divina justicia; y así puede suceder que en las almas de mayor ciencia y beneficios del cielo, la calidad supla la
multitud de los pecados y con menos en número sean desamparados y castigados que otros pecadores con más. No a
todos puede suceder lo que a Santo Rey David y a San Pedro, porque no en todos habrán precedido tantas obras buenas
antes de su caída, a que tenga atención el Señor. Ni tampoco el privilegio de algunos es regla general para todos,
porque no todos son elegidos para un ministerio, según los juicios ocultos del Señor.

1334. Con esta doctrina quedará, hija mía, satisfecha tu duda y entenderás cuan malo y lleno de amargura es ofender al
Todopoderoso, cuando a muchas almas que redimió con su sangre las pone en el camino de la luz y las lleva por él, y
cómo de alto estado puede caer una persona a más perversa obstinación que otras inferiores. Esta verdad testifica el
misterio de la muerte y pasión de mi Hijo santísimo, en que los pontífices, sacerdotes, escribas y todo aquel pueblo en
comparación de los gentiles, estaba más obligado a Dios, y sus pecados los llevaron a la obstinación, ceguedad y crueldad
más abominable y precipitada que a los mismos gentiles, que ignoraban la verdadera religión. Quiero también que
esta verdad y ejemplo te avisen de tan terrible peligro, para que prudente le temas y con el temor santo juntes el
humilde agradecimiento y alta estimación de los bienes del Señor. En el tiempo de la abundancia no te olvides de la
penuria (Eclo 18, 25). Confiere lo uno y lo otro en ti misma, considerando que el tesoro lo tienes en vaso quebradizo y
le puedes perder, y que el recibir tantos beneficios no es merecerlos, ni el poseerlos es derecho de justicia sino gracia y
liberalidad, y el haberte hecho el Altísimo tan familiar suya no es asegurarte de que no puedes caer o que vivas
descuidada o pierdas el temor y reverencia. Todo ha de caber en ti al paso y peso de los favores, porque también ha
crecido la ira de la serpiente y se desvela contra ti más que contra otras almas, porque ha conocido que con muchas
generaciones no ha mostrado el Altísimo su liberal amor tanto como lo hace contigo; y si cayese tu ingratitud sobre
tantos beneficios y misericordias, serías infelicísima y digna de riguroso castigo.

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