sábado, 30 de marzo de 2013

Sor Maria de Jesus de Agreda: Mistica Ciudad de Dios, Libro sexto, Capitulos 22 y 23

CAPITULO 22
Cómo nuestro Salvador Jesús fue crucificado en el monte Calvario y las siete palabras que habló en la cruz y le asistió María santísima su Madre con gran dolor.
1375. Llegó nuestro verdadero y nuevo Isaac, Hijo del Eterno Padre, al monte del sacrificio, que fue el mismo donde
precedió el ensayo y la figura en el hijo del Patriarca San Abrahán [Día 9 de octubre: Memoria sancti Abrahae,
Patriárchae et ómnium credéntium Patris] (Gen 22, 9), y donde se ejecutó en el inocentísimo Cordero el rigor que se
suspendió en el antiguo Isaac que le figuraba. Era el monte Calvario lugar inmundo y despreciado, como destinado
para el castigo de los facinerosos y condenados, de cuyos cuerpos recibía mal olor y mayor ignominia. Llegó tan
fatigado nuestro amantisimo Jesús, que parecía todo transformado en llagas y dolores, cruentado, herido y desfigurado.
La virtud de la divinidad, que deificaba su santísima humanidad por la unión hipostática, le asistió, no para aliviar sus
tormentos sino para confortarle en ellos, y que quedase su amor inmenso saciado en el modo conveniente,
conservándole la vida, hasta que se le diese
licencia a la muerte de quitársela en la cruz. Llegó también la dolorosa y afligida Madre llena de amargura a lo alto del
Calvario, muy cerca de su Hijo corporalmente, pero en el espíritu y dolores estaba como fuera de sí, porque se
transformaba toda en su amado y en lo que padecía. Estaban con ella San Juan Evangelista y las tres Marías, porque
para esta sola y santa compañía había pedido y alcanzado del Altísimo este gran favor de hallarse tan vecinos y
presentes al Salvador y su cruz.
1376. Y como la prudentísima Madre conocía que se iban ejecutando los misterios de la Redención humana, cuando
vio que trataban los ministros de desnudar al Señor para crucificarle, convirtió su espíritu al eterno Padre y oró de esta
manera: Señor mío y Dios eterno, Padre sois de vuestro unigénito Hijo, que por la eterna generación Dios verdadero
nació de Dios verdadero, que sois vos, y por la humana generación nació de mis entrañas, donde le di la naturaleza de
hombre en que padece. Con mis pechos le di leche y sustenté, y como al mejor hijo que jamás pudo nacer de otra
criatura le amo como Madre verdadera, y como Madre tengo derecho natural a su humanidad santísima en la persona
que tiene, y nunca Vuestra Providencia se le niega a quien le tiene y pertenece. Ahora, pues, ofrezco este derecho de
Madre y le pongo en Vuestras manos de nuevo, para que vuestro Hijo y mío sea sacrificado para la Redención del
linaje humano. Recibid, Señor mío, mi aceptable ofrenda y sacrificio, pues no ofreciera tanto si yo misma fuera
sacrificada y padeciera, no sólo porque mi Hijo es verdadero Dios y de Vuestra sustancia misma, sino también de
parte de mi dolor y pena. Porque si yo muriera y se trocaran las suertes, para que su vida santísima se conservara,
fuera para mí de grande alivio y satisfacción de mis deseos.—Esta oración de la gran Reina aceptó el Eterno Padre
con inefable agrado y complacencia. Y no se le consintió al Patriarca San Abrahán más que la figura y ademán del
sacrificio de su Hijo (Gen 22, 12), porque la ejecución y verdad la reservaba el Padre Eterno para su Unigénito. Ni
tampoco a su madre Sara se le dio cuenta de aquella mística ceremonia, no sólo por la pronta obediencia de San
Abrahán, sino también porque aun esto sólo no se fiaba del amor maternal de Sara, que acaso intentaría impedir el
mandato del Señor, aunque era santa y justa. Pero no fue así con María santísima, que sin recelo le pudo fiar el Eterno
Padre su voluntad eterna, porque con proporción cooperase en el sacrificio del Unigénito con la misma voluntad del
Padre.
1377. Acabó esta oración la invictísima Madre y conoció que los impíos ministros de la pasión intentaban dar al
Señor la bebida del vino mirrado con hiél, que dicen San Mateo (Mt 27, 34) y San Marcos (Mc 15, 23). Para añadir
este nuevo tormento a nuestro Salvador, tomaron ocasión los judíos de la costumbre que tenían de dar a los
condenados a muerte una bebida de vino fuerte y aromático, con que se confortasen los espíritus vitales, para tolerar
con más esfuerzo los tormentos del suplicio, derivando esta piedad de lo que Salomón dejó escrito en los Proverbios
(Prov 31, 6): Dales sidra a los que están tristes y el vino a los que padecen amargura del corazón. Esta bebida, que en
los demás ajusticiados podía ser algún socorro y alivio, pretendió la crueldad de los impíos judíos conmutar en mayor
pena con nuestro Salvador (Am 2, 8), dándosela amarguísima y mezclada con hiél y que no tuviese en él otros efectos
más que el tormento de la amargura. Conoció la divina Madre esta inhumanidad y con maternal compasión y lágrimas
oró al Señor pidiéndole no la bebiese. Y Su Majestad, condescendió con la petición de su Madre, de manera que, sin
negarse del todo a este nuevo dolor, gustó la poción amarga y no la bebió (Mt 37, 34).
1378. Era ya la hora de sexta, que corresponde a la de mediodía, y los ministros de justicia, para crucificar desnudo
al Salvador, le despojaron de la túnica inconsútil y vestiduras. Y como la túnica era cerrada y larga, desnudáronsela,
para sacarla por la cabeza, sin quitarle la corona de espinas, y con la violencia que hicieron arrancaron la corona con
la misma túnica con desmedida crueldad, porque le rasgaron de nuevo las heridas de su sagrada cabeza, y en algunas
se quedaron las puntas de las espinas, que con ser tan duras y aceradas se rompieron con la fuerza que los verdugos
arrebataron la túnica, llevando tras de sí la corona; la cual le volvieron a fijar en la cabeza con impiísima crueldad
abriendo llagas sobre llagas. Renovaron junto con esto las de todo su cuerpo santísimo, porque en ellas estaba ya
pegada la túnica, y el despegarla fue, como dice Santo Rey y Profeta David (Sal 68, 27), añadir de nuevo sobre el dolor
de sus heridas. Cuatro veces desnudaron y vistieron en su pasión a nuestro bien y Señor: la primera, para azotarle en la
columna; la segunda, para ponerle la púrpura afrentosa; la tercera, cuando se la quitaron y le volvieron a vestir de su
túnica; la cuarta fue ésta del Calvario, para no volverle a vestir; y en ésta fue más atormentado, porque las heridas
fueron más, y su humanidad santísima estaba debilitada, y en el monte Calvario más desabrigado y ofendido del
viento, que también tuvo licencia este elemento para afligirle en su muerte la destemplanza del frío.
1379. A todas estas penas se añadía el dolor de estar desnudo en presencia de su Madre santísima y de las devotas
mujeres que la acompañaban y de la multitud de gente que allí estaba. Sólo reservó en su poder los paños interiores
que su Madre santísima le había puesto debajo la túnica en Egipto, porque ni cuando le azotaron se los pudieron quitar
los verdugos, como queda dicho, ni tampoco se los desnudaron para crucificarle, y así fue con ellos al sepulcro; y esto
se me ha manifestado muchas veces (Cf. supra n. 1338). No obstante que, para morir Cristo nuestro bien en suma
pobreza y sin llevar ni tener consigo cosa alguna de cuantas era Criador y verdadero Señor, por su voluntad muriera
totalmente desnudo y sin aquellos paños, si no interviniera la voluntad y petición de su Madre santísima, que fue la
que así lo pidió, y lo concedió Cristo nuestro Señor, porque satisfacía con este género de obediencia de hijo a la suma
pobreza en que deseaba morir. Estaba la Santa Cruz tendida en tierra, y los verdugos prevenían lo demás necesario
para crucificarle, como a los otros dos que juntamente habían de morir. Y en el ínterin que todo esto se disponía,
nuestro Redentor y Maestro oró al Padre y dijo:
1380. Eterno Padre y Señor Dios mío, a tu majestad incomprensible de infinita bondad y justicia ofrezco todo el ser
humano y obras que en él por tu voluntad santísima he obrado, bajando de tu seno en esta carne pasible y mortal, para
redimir en ella a mis hermanos los hombres. Ofrézcote, Señor, conmigo a mi amantísima Madre, su amor, sus obras
perfectísimas, sus dolores, sus penas, sus cuidados y prudentísima solicitud en servirme, imitarme y acompañarme
hasta la muerte. Ofrézcote la pequeña grey de mis Apóstoles, la Santa Iglesia y congregación de fieles, que ahora es y
será hasta el fin del mundo, y con ella a todos los mortales hijos de Adán. Todo lo pongo en tus manos, como de su
verdadero Dios y Señor Omnipotente; y cuanto es de mi parte por todos padezco y muero de voluntad, y con ella
quiero que todos sean salvos, si todos me quisieren seguir y aprovecharse de mi Redención, para que de esclavos del
demonio pasen a ser hijos tuyos y mis hermanos y coherederos por la gracia que les dejo merecida. Especialmente,
Señor mío, te ofrezco los pobres, despreciados y afligidos, que son mis amigos y me siguieron por el camino de la
cruz. Y quiero que los justos y predestinados estén escritos en tu memoria eterna. Suplícote, Padre mío, que detengas el
castigo y levantes el azote de tu justicia con los hombres, no sean castigados como lo merecen sus culpas, y desde esta
hora seas su Padre como lo eres mío. Suplicóte asimismo por los que con pío afecto asisten a mi muerte, para que sean
ilustrados con tu divina luz, y por todos los que me persiguen, para que se conviertan a la verdad, y sobre todo te pido
por la exaltación de tu inefable y santo nombre.
1381. Esta oración y peticiones de nuestro Salvador Jesús conoció su santísima Madre, y la imitó y oró al Padre
respectivamente como a ella le tocaba. Nunca olvidó ni omitió la prudentísima Virgen el cumplimiento de aquella
palabra primera que oyó de la boca de su Hijo y Maestro recién nacido: Asimílate a mí, amiga mía (Cf. supra
n.480). Y siempre se cumplió la promesa, que le hizo el mismo Señor, de que, en retorno del nuevo ser humano que dio
al Verbo eterno en su virginal vientre, la daría su omnipotencia otro nuevo ser de gracia divina y eminente sobre todas
las criaturas. Y a este beneficio pertenecía la ciencia y luz altísima con que conocía la gran Señora todas las
operaciones de la humanidad santísima de su Hijo, sin que ninguna se le ocúltase ni la perdiese de vista. Y como las
conoció, las imitó; de manera que siempre fue cuidadosa en atenderlas, profunda en penetrarlas, pronta en la ejecución
y fuerte y muy intensa en las operaciones. Ni para esto la turbó el dolor, ni la impidió la congoja, ni la embarazó la
persecución, ni la entibió la amargura de la pasión. Y si bien fue admirable en la gran Reina esta constancia, pero
fuéralo menos si a la pasión y tormentos de su Hijo asistiera con los sentidos y dolor interior, al modo que los demás
justos. Mas no sucedió así, porque fue única y singular en todo, que, como se ha dicho arriba (Cf. supra n. 1341), sintió
en su virginal cuerpo los dolores que padecía Cristo nuestro bien en su persona interiores y exteriores. Y en cuanto a
esta correspondencia, podemos decir que también la divina Madre fue azotada, coronada, escupida y abofeteada, y
llevó la cruz a cuestas y fue clavada en ella, porque sintió todos estos tormentos y los demás en su purísimo cuerpo,
aunque por diferente modo pero con suma similitud, para que en todo fuese la Madre retrato vivo de su Hijo. Y a más
de la grandeza que debía corresponder en María santísima y su dignidad a la de Cristo, con toda la proporción posible
que tuvo, encerró esta maravilla otro misterio, que fue satisfacer en algún modo al amor de Cristo y a la excelencia de
su pasión y beneplácito quedando para todo esto copiada en alguna pura criatura, y ninguna tenía tanto derecho a este
beneficio como su misma Madre.
1382. Para señalar los barrenos de los clavos en la cruz, mandaron los verdugos con imperiosa soberbia al Criador
del universo —¡oh temeridad formidable!— que se tendiese en ella, y el Maestro de la humildad obedeció sin
resistencia. Pero ellos con inhumano y cruel instinto señalaron los agujeros, no iguales al sagrado cuerpo, sino más
largos, para lo que después hicieron. Esta nueva impiedad conoció la Madre de la luz, y fue una de las mayores
aflicciones que padeció su corazón castísimo en toda la Pasión, porque penetró los intentos depravados de aquellos
ministros del pecado y previno el tormento que su Hijo santísimo había de padecer para clavarle en la cruz; pero no lo
pudo remediar, porque el mismo Señor quería padecer también aquel trabajo por los hombres. Y cuando se levantó Su
Majestad para que barrenasen la cruz, acudió la gran Señora y le tuvo de un brazo y le adoró y besó la mano con suma
reverencia. Dieron lugar a esto los verdugos, porque juzgaron que a la vista de su Madre se afligiría más el Señor, y
ningún dolor que le pudieran dar le perdonaron. Pero no entendieron el misterio, porque no tuvo Su Majestad en su
pasión otra causa de mayor consuelo y gozo interior como ver a su Madre santísima y la hermosura de su alma y en
ella el retrato de sí mismo y el entero logro del fruto de su pasión y muerte; y este gozo en algún modo confortó a
Cristo nuestro bien en aquella hora.
1383. Formados en la Santa Cruz los tres barrenos, mandaron los verdugos a Cristo Señor nuestro segunda vez que
se tendiese sobre ella para clavarle. Y el sumo y poderoso Rey, como artífice de la paciencia, obedeció y se puso en la
cruz, extendiendo los brazos sobre el feliz madero a la voluntad de los ministros de su muerte. Estaba Su Majestad tan
desfallecido, desfigurado y exangüe, que, si en la impiedad ferocísima de aquellos hombres tuvieran algún lugar la
natural razón y humanidad, no era posible que la crueldad hallara objeto en que obrar entre la mansedumbre, humildad,
llagas y dolores del inocente Cordero. Pero no fue así, porque ya los judíos y ministros —¡oh juicios terribles y
ocultísimos del Señor!— estaban transformados en el odio mortal y mala voluntad sugerida por los demonios y
desnudos de los afectos de hombres sensibles y terrenos, y así obraban con indignación y furor diabólico.
1384. Luego cogió la mano de Jesús nuestro Salvador uno de los verdugos, y asentándola sobre el agujero de la cruz,
otro verdugo la clavó en él, penetrando a martilladas la palma del Señor con un clavo esquinado y grueso.
Rompiéronse con él las venas y los nervios, y se quebraron y desconcertaron los huesos de aquella mano sagrada que
fabricó los cielos y cuanto tiene ser. Para clavarle la otra mano no alcanzaba el brazo al agujero, porque los nervios
se le habían encogido y de malicia le habían alargado el barreno, como arriba se dijo (Cf. supra n. 1382); y para
remediar esta falta tomaron la misma cadena con que el mansísimo Señor había estado preso desde el huerto y,
argollándole la muñeca con el un extremo donde tenía una argolla como esposas, tiraron con inaudita crueldad del
otro extremo y ajustaron la mano con el barreno y la clavaron con otro clavo. Pasaron a los pies y, puesto el uno sobre
el otro, amarrándolos con la misma cadena y tirando de ella con gran fuerza y crueldad, los clavaron juntos con el
tercer clavo, algo más fuerte que los otros. Quedó aquel sagrado cuerpo, en quien estaba unida la divinidad, clavado y
fijo en la Santa Cruz, y aquella fábrica de sus miembros, deificados y formados por el Espíritu Santo, tan disuelta y
desencuadernada, que se le pudieron contar los huesos (Sal 21, 18), porque todos quedaron dislocados y señalados,
fuera de su lugar natural; desencajáronse los del pecho y de los hombros y espaldas, y todos se movieron de su lugar,
cediendo a la violenta crueldad de los verdugos.
1385. No cabe en lengua ni discurso nuestro la ponderación de los dolores de nuestro Salvador Jesús en este
tormento y lo mucho que padeció; sólo el día del juicio se conocerá más, para justificar su causa contra los réprobos y
para que los Santos le alaben y glorifiquen dignamente. Pero ahora que la fe de esta verdad nos da licencia y nos
obliga a extender el juicio —si es que le tenemos— pido, suplico y ruego a los hijos de la Santa Iglesia consideremos a
solas cada uno tan venerable misterio; ponderémosle y pesémosle con todas sus circunstancias y hallaremos
motivos eficaces para aborrecer al pecado y no volverle a cometer, como causa de tanto padecer el autor de la vida;
ponderemos y miremos tan oprimido el espíritu de su Madre Virgen y rodeado de dolores su purísimo cuerpo, que por
esta puerta de la luz entraremos a conocer el sol que nos alumbra el corazón. ¡Oh Reina y Señora de las virtudes! ¡Oh
Madre verdadera del inmortal Rey de los siglos humanado! Verdad es, Señora mía, que la dureza de nuestros ingratos
corazones nos hace ineptos y muy indignos de sentir Vuestros dolores, y de Vuestro Hijo santísimo nuestro Salvador,
pero vénganos por Vuestra clemencia este bien que desmerecemos; purificad y apartad de nosotros tan pesada torpeza
y grosería. Si nosotros somos la causa de tales penas, ¿qué razón hay y qué justicia es que se queden en Vos y en
Vuestro amado? Pase el cáliz de los inocentes a que le beban los reos que le merecieron. Mas ¡ay de mí!, ¿dónde está
el seso?, ¿dónde la sabiduría y la ciencia?, ¿dónde la lumbre de nuestros ojos?, ¿quién nos ha privado del sentido?,
¿quién nos ha robado el corazón sensible y humano? Cuando no hubiera recibido, Señor mío, el ser que tengo a
Vuestra imagen y semejanza, cuando Vos no me dierais la vida y movimiento, cuando todos los elementos y criaturas,
formadas por Vuestra mano para mi servicio, no me dieran noticia tan segura de Vuestro amor inmenso, el infinito
exceso de haberos clavado en la cruz con tan inauditos dolores y tormentos me dejara satisfecha y presa con cadenas
de compasión y agradecimiento, de amor y de confianza en vuestra inefable clemencia. Pero si no me despiertan tantas
voces, si vuestro amor no me enciende, si vuestra pasión y tormentos no me mueven, si tales beneficios no me obligan,
¿qué fin esperaré de mi estulticia?
1386. Fijado el Señor en la cruz, para que los clavos no soltasen al divino cuerpo, arbitraron los ministros de la
justicia redoblarlos por la parte que traspasaban el sagrado madero, y para ejecutarlo comenzaron a levantar la cruz
para volverla, cogiendo debajo contra la tierra al mismo Señor crucificado. Esta nueva crueldad alteró a todos los
circunstantes y se levantó grande gritería en aquella turba movida de compasión, pero la dolorosa y compasiva Madre
ocurrió a tan desmesurada impiedad y pidió al Eterno Padre no la permitiese como los verdugos la intentaban, y luego
mandó a los Santos Ángeles acudiesen y sirviesen a su Criador con aquel obsequio, y todo se ejecutó como la gran
Reina lo ordenó; porque volviendo los verdugos la cruz, para que el cuerpo clavado cayera el rostro contra la tierra, los
Ángeles le sustentaron cerca del suelo, que estaba lleno de piedras e inmundicia, y con esto no tocó el Señor con su
divino rostro en él ni en los guijarros. Y los ministros redoblaron las puntas de los clavos, sin haber conocido el
misterio y maravilla, porque se les ocultó, y el cuerpo estuvo tan cerca de la tierra y la cruz tan fija sustentada de
los Ángeles, que los judíos creyeron estaba en el duro suelo.
1387. Luego arrimaron la cruz con el Crucificado divino al agujero donde se había de enarbolar. Y llegándose unos
con los hombros y otros con alabardas y lanzas, levantaron al Señor en la cruz, fijándola en el hoyo que para esto
habían abierto en el suelo. Y quedó nuestra verdadera salud y vida en el aire pendiente del sagrado madero, a vista de
innumerable pueblo de diversas gentes y naciones. Y no quiero omitir otra crueldad, que he conocido usaron con Su
Majestad cuando le levantaron, que con las lanzas e instrumentos de armas le hirieron, haciéndole debajo los brazos
profundas heridas, porque le fijaron los hierros en la carne, para ayudar a levantarle en la cruz. Renovóse al
espectáculo la vocería del pueblo con mayores gritos y confusión: los enemigos de Cristo blasfemaban, los compasivos
se lamentaban, los extranjeros se admiraban; unos a otros se convidaban al espectáculo, otros no le podían mirar con el
dolor; unos ponderaban el escarmiento en cabeza ajena, otros le llamaban justo; y toda esta variedad de juicios y
palabras eran flechas para el corazón de la afligida Madre. Y el sagrado cuerpo derramaba mucha sangre de las heridas
de los clavos, que con el peso y el golpe de la cruz se estremeció, y se rompieron de nuevo las llagas, quedando más
patentes las fuentes a que nos convidó por Isaías (Is 12, 3), para que fuésemos a coger de ellas con alegría las aguas
con que apagar la sed y lavar las manchas de nuestras culpas. Y nadie tiene excusa, si no se diere prisa llegando a
beber en ellas, pues se venden sin conmutación de plata ni oro y se dan de balde sólo por la voluntad de recibirlas.
1388. Crucificaron luego a los dos ladrones y fijaron sus cruces, la una a la mano derecha y la otra a la siniestra de
nuestro Redentor, dándole el lugar de medio como a quien reputaban por principal malhechor. Y olvidándose los
pontífices y fariseos de los dos facinerosos, convirtieron todo su furor contra el Impecable y Santo por naturaleza. Y
moviendo las cabezas con escarnio y mofa, arrojaron piedras y polvo contra la cruz del Señor y contra su real persona,
y decían: Ah, tú que destruyes el templo de Dios y en tres días lo reedificas, sálvate ahora a ti mismo; a otros hizo
salvos y a sí mismo no se puede salvar.—Otros decían: Si éste es Hijo de Dios, descienda ahora de la cruz y le
creeremos.—Los dos ladrones también entrambos se burlaban de Su Divina Majestad al principio, y decían: Si eres
Hijo de Dios, sálvate a ti mismo y a nosotros (Mt 27, 42-44).— Y estas blasfemias de los ladrones fueron para el Señor
de tanto mayor sentimiento, cuanto a ellos estaba más próxima la muerte y perdían aquellos dolores con que morían
y podían satisfacer en parte por sus delitos castigados por la justicia; como luego lo hizo el uno de ellos,
aprovechando la ocasión más oportuna que tuvo pecador ninguno del mundo.
1389. Cuando la gran Reina de los Ángeles María santísima conoció que los judíos, los que eran sus enemigos, con
su obstinada envidia intentaban deshonrar más a Cristo crucificado, y que todos le blasfemaban y juzgaban por el
pésimo de los hombres, y deseaban se borrase y olvidase su nombre de la tierra de los vivientes, como San Jeremías
(Jer 11, 19) lo dejó profetizado, fue de nuevo enardecido su corazón fidelísimo en el celo de la honra de su Hijo y Dios
verdadero. Y postrada ante su real persona crucificada, donde le estaba adorando, pidió al Eterno Padre volviese
por la honra de su Unigénito con señales tan manifiestas que la perfidia quedase confusa y frustrada su maliciosa
intención. Presentada esta petición al Padre, con el mismo celo y potestad de Reina del universo se convirtió a todas
las criaturas irracionales de él y dijo: Insensibles criaturas, criadas por la mano del Todopoderoso, manifestad vosotras
el sentimiento que por su muerte le niegan estultamente los hombres capaces de razón. Cielos, sol, luna, estrellas y
planetas, detened vuestro curso, suspended vuestras influencias con los mortales. Elementos, alterad vuestra condición,
y pierda la tierra su quietud, rómpanse las piedras y peñascos duros. Sepulcros y monumentos de los muertos, abrid
vuestros ocultos senos para confusión de los vivos. Velo del templo místico y figurativo, divídete en dos partes y con tu
rompimiento intima su castigo a los incrédulos y testifica la verdad, que ellos pretenden oscurecer, de la gloria de su
Criador y Redentor.
1390. En virtud de esta oración e imperio de María Madre de Jesús crucificado, tenía dispuesto la omnipotencia del
Altísimo todo lo que sucedió en la muerte de su Unigénito. Ilustró Su Majestad y movió los corazones de muchos
circunstantes al tiempo de las señales de la tierra, y a otros antes, para que confesaran al crucificado Jesús por santo,
justo y verdadero Hijo de Dios, como lo hizo el centurión, y otros muchos que dicen los Evangelistas (Mt 27, 54; Lc
23, 48) se volvían del Calvario hiriendo sus pechos de dolor. Y no sólo le confesaron los que antes le habían oído y
creído su doctrina, pero también otros muchos que ni le habían conocido, ni visto sus milagros. Por la misma oración
fue inspirado Pilatos para que no mudase el título de la cruz, que ya le habían puesto sobre la cabeza del Señor en
las tres lenguas, hebrea, griega y latina. Y aunque los judíos reclamaron al juez y le pidieron que no escribiese, Jesús
Nazareno Rey de los judíos, sino que antes escribiese: Este dijo era Rey de los judíos, respondió Pilatos: Lo que está
escrito será escrito, y no quiso mudarlo (Jn 19, 21-22). Todas las otras criaturas insensibles por voluntad divina
obedecieron al imperio de María santísima, y de la hora de mediodía hasta las tres de la tarde, que era la de nona,
cuando expiró el Salvador, hicieron el sentimiento y novedad que dicen los sagrados evangelistas (Lc 23, 45; Mt 27,
51-52): el sol escondió su luz, los planetas mudaron el influjo, los cielos y la luna sus movimientos, los elementos se
turbaron, tembló la tierra y muchos montes se rompieron, quebrantáronse las piedras unas con otras, abrieron su seno
los sepulcros, para que después salieran de ellos algunos difuntos vivos, y fue tan insólita y nueva la alteración de todo
lo visible y elementar, que se sintió en todo el orbe.
391. Los soldados que crucificaron a Jesús nuestro Salvador, como ministros a quien tocaban los despojos del
justiciado, trataron de dividir los vestidos del inocente Cordero. Y la capa o manto superior, que por divina
dispensación la llevaron al Calvario, la hicieron partes —ésta era la que se desnudó en la cena para lavar los pies a
los apóstoles— dividiéronla entre sí mismos (Jn 19, 23-24), que eran cuatro. Pero la túnica inconsútil no quisieron
dividirla, ordenándolo así la Providencia del Señor con gran misterio, y echaron suertes sobre ella y la llevó a quien le
tocó, cumpliéndose a la letra la profecía del Santo Rey David en el salmo 21 (Sal 21, 19). Los misterios de no romper
esta túnica declaran los Santos y doctores; y uno de ellos fue significar cómo este hecho de los judíos, aunque
rompieron con tormentos y heridas la humanidad santísima de Cristo nuestro bien, con que estaba cubierta la
divinidad, pero a ésta no pudieron ofenderla con la pasión ni tocar en ella; y a quien tocare la suerte de justificarse por
su participación, éste la poseerá y gozará por entero.
1392. Y como el madero de la Santa Cruz era el trono de la majestad real de Cristo y la cátedra de donde quería
enseñar la ciencia de la vida, estando ya Su Majestad levantado en ella y confirmando la doctrina con el ejemplo, dijo
aquella palabra en que comprendió la suma de la caridad y perfección: Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen
(Lc 23, 34). Este principio de la caridad y amor fraternal se vinculó el divino Maestro, llamándole suyo propio (Jn 15,
12). Y en prueba de esta verdad que nos había enseñado, le practicó y ejecutó en la cruz, no sólo amando y perdonando
a sus enemigos, pero disculpándolos con su misma ignorancia, cuando su malicia había llegado a lo supremo que pudo
subir en los hombres, persiguiendo, crucificando y blasfemando de su mismo Dios y Redentor. Esto hizo la ingratitud
humana después de tanta luz, doctrina y beneficios, y esto hizo nuestro Salvador Jesús con su ardentísima caridad, en
retorno de los tormentos, de las espinas, clavos, cruz y blasfemias. ¡Oh amor incomprensible!, ¡oh suavidad inefable!,
¡oh paciencia nunca imaginada de los hombres, admirable a los Ángeles y temida de los demonios! Conoció algo de
este sacramento el uno de los ladrones llamado Dimas y, obrando al mismo tiempo la intercesión y oración de Mana
santísima, fue ilustrado interiormente para conocer a su Reparador y Maestro en esta primera palabra que habló en la
cruz. Y movido con verdadero dolor y contrición de sus culpas, se convirtió a su compañero y le dijo: ¿Ni tú tampoco
temes a Dios, que con estos blasfemos perseveras en la misma condición? Nosotros pagamos nuestro merecido, pero
éste, que padece con nosotros, no ha cometido culpa alguna.—Y hablando luego a nuestro Salvador, le dijo: Señor,
acuérdate de mí cuando llegares a tu reino (Lc 23, 40-42).
1393. En este felicísimo ladrón y en el centurión, y en los demás que confesaron a Cristo en la cruz, se comenzaron a
estrenar los efectos de la Redención. Pero el mejor afortunado fue Dimas, que mereció oír la segunda palabra que dijo
el Señor: De verdad te digo, que hoy serás conmigo en el paraíso (Lc 23, 43). ¡Oh bienaventurado ladrón, que tú solo
alcanzaste para ti tal palabra deseada de todos los justos y santos de la tierra! No la pudieron oír los antiguos
Patriarcas y Profetas, juzgándose por muy dichosos en bajar al limbo y esperar largos siglos el paraíso, que tú ganaste
en un punto, en que mudaste felizmente el oficio. Acabas ahora de robar la hacienda ajena y terrena, y luego arrebatas
el cielo de las manos de su dueño. Pero tú le robas de justicia, y él te le da de gracia, porque fuiste el último discípulo
de su doctrina en su vida y el primero en practicarla después de haberla oído. Amaste y corregiste a tu hermano,
confesaste a tu Criador, reprendiste a los que le blasfemaban, imitástele en padecer con paciencia, rogástele con
humildad como a Redentor, para que en lo futuro no se acordase de tus miserias, y Él como glorificador premió de
contado tus deseos, sin dilatar el galardón que te mereció a ti y a todos los mortales.
1394. Justificado el buen ladrón volvió Jesús la amorosa vista a su afligida Madre, que con San Juan Evangelista
estaba al pie de la cruz, y hablando con entrambos, dijo primero a su Madre: Mujer, ves ahí a tu hijo; y al Apóstol dijo
también: Hijo, veis ahí a tu madre (Jn 19, 26-27) Llamóla Su Majestad mujer y no madre, porque este nombre era de
regalo y dulzura y que sensiblemente le podía recrear el pronunciarle, y en su pasión no quiso admitir esta consolación
exterior, conforme a lo que arriba se dijo (Cf. supra n. 960), por haber renunciado en ella todo consuelo y alivio. Y en
aquella palabra mujer, tácitamente y en su aceptación dijo: Mujer bendita entre todas las mujeres, la más prudente
entre los hijos de Adán, mujer fuerte y constante, nunca vencida de la culpa, fidelísima en amarme, indefectible en
servirme y a quien las muchas aguas de mi pasión no pudieron extinguir ni contrastar. Yo me voy a mi Padre y no
puedo desde hoy acompañarte; mi discípulo amado te asistirá y servirá como a madre y será tu hijo. Todo esto
entendió la divina Reina. Y el Santo Apóstol en aquella hora la recibió por suya, siendo de nuevo ilustrado su
entendimiento para conocer y apreciar la prenda mayor que la divinidad había criado después de la humanidad
de Cristo nuestro Señor. Y con esta luz la veneró y sirvió en lo restante de la vida de nuestra gran Reina, como
diré adelante (Cf. infra n. 1455; p.III n. 175, 369, etc.). Admitióle también Su Majestad por Hijo con humilde
rendimiento y obediencia. Y desde entonces se la prometió, sin que los inmensos dolores de la pasión embarazasen su
magnánimo y prudentísimo corazón, que siempre obraba lo sumo de la perfección y santidad, sin omitir acción alguna.
1395. Llegábase ya la hora de nona del día, aunque por la obscuridad y turbación más parecía confusa noche, y
nuestro Salvador Jesús habló la cuarta palabra desde la cruz en voz grande y clamorosa, que los circunstantes pudieron
oír, y dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mt 27, 46) Estas palabras, aunque las dijo el Señor
en su lengua hebrea, no todos las entendieron. Y porque la primera dicción dice: Eli, Eli, pensaron algunos que llamaba
a Elías; y otros burlando de su clamor decían: Veamos si vendrá Elías a librarlo ahora de nuestras manos.—Pero el
misterio de estas palabras de Cristo nuestro bien fue tan profundo como escondido de los judíos y gentiles, y en ellas
caben muchos sentidos que los doctores sagrados les han dado. Lo que a mí se me ha manifestado es que el desamparo
de Cristo no fue que la divinidad se apartase de la humanidad santísima, disolviéndose la unión sustancial hipostática,
ni cesando la visión beatífica de su alma, que entrambas uniones tuvo la humanidad con la divinidad desde el instante
que por obra del Espíritu Santo fue concebido en el tálamo virginal y nunca dejó a lo que una vez se unió. Esta
doctrina es la católica y verdadera, y también es cierto que la humanidad santísima fue desamparada de la divinidad en
cuanto a no defenderla de la muerte y de los dolores de la pasión acerbísima. Pero no le desamparó del todo el Padre
eterno en cuanto a volver por su honra, pues la testificó con el movimiento de todas las criaturas, que mostraron sentimiento
en su muerte. Otro desamparo manifestó Cristo Salvador nuestro con esta querella, originada de su inmensa
caridad con los hombres, y éste fue el de los réprobos y prescitos, y de éstos se dolió en la última hora, como en la
oración del huerto, donde se entristeció su alma santísima hasta la muerte, como allí se dijo (Cf. supra n. 1210); porque
ofreciéndose por todo el linaje humano tan copiosa y superabundante Redención, no sería eficaz en los condenados y
se hallaría desamparado de ellos en la eterna felicidad para donde los crió y redimió, y como éste era decreto de la
voluntad eterna del Padre, amorosa y dolorosamente se querelló y dijo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
desamparaste?, entendiendo de la compañía de los réprobos.
1396. En mayor testificación de esto añadió luego el Señor la quinta palabra y dijo: Sed tengo (Jn 19, 28). Los dolores
de la pasión y congojas pudieron causar en Cristo nuestro bien natural sed, pero no era tiempo entonces de
manifestarla ni apagarla, ni Su Majestad hablara para esto sin más alto sacramento, sabiendo estaba tan inmediato a
expirar. Sediento estaba de que los cautivos hijos de Adán no malograsen la libertad que les merecía y ofrecía,
sediento, ansioso y deseoso de que le correspondieran todos con la fe y con el amor que le debían, de que admitiesen
sus méritos y dolores, su gracia y amistad, que por ellos podían adquirir, y que no perdiesen su eterna felicidad que les
dejaba por herencia, si la quisieran admitir y merecer; ésta era la sed de nuestro Salvador y Maestro. Y sola María
santísima la conoció perfectamente entonces, y con íntimo afecto y caridad convidó y llamó en su interior a los pobres,
a los afligidos, a los humildes, despreciados y abatidos, para que llegasen al Señor y mitigasen aquella sed en parte,
pues no era posible en todo. Pero los verdugos, en testimonio de su infeliz dureza, ofrecieron al Señor con irrisión una
esponja de vinagre y hiel sobre una caña y se la llegaron a la boca para que bebiese, cumpliendo la profecía del Santo
Rey David, que dijo (Sal 68, 22): En mi sed me dieron a beber vinagre. Gustólo nuestro pacientísimo Jesús y tomó
algún trago en misterio de lo que toleraba la condenación de los réprobos; pero a petición de su Madre santísima lo
rehusó luego y lo dejó, porque la Madre de la gracia había de ser la puerta y medianera para los que se aprovechasen
de la pasión y redención humana.
1397. Luego con el mismo misterio pronunció el Salvador la sexta palabra: Consummatum est (Jn 19, 30). Ya
está consumada esta obra de mi legacía del cielo y redención de los hombres y la obediencia con que me envió el
Eterno Padre a padecer y morir por la salvación de los hombres; ya están cumplidas las Escrituras, profecías y figuras
del Viejo Testamento, y el curso de la vida pasible y mortal que admití en el vientre virginal de mi Madre; ya queda en
el mundo mi ejemplo, doctrina, sacramentos y remedios para la dolencia del pecado; ya queda satisfecha la justicia de
mi Eterno Padre para la deuda de la posteridad de Adán; ya queda enriquecida mi Iglesia para el remedio de los
pecados que los hombres cometieren; y toda la obra de mi venida al mundo queda en suma perfección, por la parte que
me tocaba como su Reparador, y para la fábrica de la Iglesia triunfante queda puesto el seguro fundamento en la
militante, sin que nadie le pueda alterar ni mudar. Todos estos misterios contienen aquellas palabras breves:
Consummatum est.
1398. Acabada y puesta la obra de la Redención humana en su última perfección, era consiguiente que, como el
Verbo humanado por la vida mortal salió del Padre y vino al mundo, por la muerte de esta vida volviese al Padre con la
inmortalidad. Para esto dijo Cristo nuestro Salvador la última y séptima palabra: Padre, en tus manos encomiendo mi
espíritu (Lc 23, 46). Exclamó y pronunció el Señor estas palabras en voz alta y sonora, que la oyeron los presentes,
y para decirlas levantó los ojos al cielo, como quien hablaba con su Eterno Padre, y en el último acento le entregó su
espíritu, volviendo a inclinar la cabeza. Con la virtud divina de estas últimas palabras fue arruinado y arrojado Lucifer
con todos sus demonios en las profundas cavernas del infierno, donde quedaron todos apegados, como diré en el
capítulo siguiente. La invencible Reina y Señora de las virtudes penetró altamente todos estos misterios sobre todas las
criaturas, como Madre del Salvador y coadjutora de su pasión. Y para que en todo la participase, así como había
sentido los dolores correspondientes a los tormentos de su Hijo santísimo, padeció y sintió, quedando viva, los
dolores y tormentos que tuvo el Señor en el instante de la muerte. Y aunque ella no murió con efecto, pero fue porque
milagrosamente, cuando se había de seguir la muerte, le conservó Dios la vida, siendo este milagro mayor que los
demás con que fue confortada en todo el discurso de la pasión. Porque este último dolor fue más intenso y vivo, y
todos cuantos han padecido los mártires y los hombres justiciados desde el principio del mundo no llegan a los que
María santísima padeció y sufrió en la pasión. Perseveró la gran Señora al pie de la cruz hasta la tarde, que fue
enterrado el sagrado cuerpo, como adelante diré, y en retorno de este último dolor en especial quedó la purísima Madre
más espiritualizada en lo poco que su virginal cuerpo sentía del ser terreno.
1399. Los Sagrados Evangelistas no escribieron otros sacramentos y misterios ocultos que obró Cristo nuestro
Salvador en la cruz, ni los católicos tenemos de ellos más que las prudentes conjeturas que deducen de la infalible
certeza de la fe. Pero entre los que se me han manifestado en esta Historia y en este lugar de la pasión, es una oración
que hizo al Eterno Padre antes de hablar las siete palabras referidas por los Evangelistas. Y llamóla oración, porque fue
hablando con el Eterno Padre, aunque es como última disposición y testamento que hizo como verdadero y
sapientísimo Padre de la familia que le entregó el suyo, que fue todo el linaje humano. Y como la misma razón natural
enseña que quien es cabeza de alguna familia y señor de muchos o pocos bienes, no sería prudente despensero, ni
atento a su oficio o dignidad, si no declarase a la hora de la muerte la voluntad con que dispone de sus bienes y familia,
para que los herederos y sucesores conozcan lo que a cada uno le toca sin litigio y después lo adquiera de justicia en
herencia y posesión pacífica; por esta razón y para morir desocupados de lo terreno hacen los hombres del siglo
sus testamentos. Y hasta los religiosos se desapropian porque en aquella hora pesa mucho lo terreno y sus cuidados,
para que no se levante el espíritu a su Criador. Y aunque a nuestro Salvador no le pudieran embarazar éstas, porque ni
las tenía, ni cuando las tuviera estorbaran su poder infinito, pero convenía que dispusiese en aquella hora de los tesoros
espirituales y dones que había merecido para los hombres en el discurso de su peregrinación.
1400. De estos bienes eternos hizo el Señor en la cruz su testamento, determinando a quién tocaba y quiénes habían
de ser legítimos herederos y cuáles desheredados y las causas de lo uno y de lo otro, y todo lo hizo confiriéndolo con
su Eterno Padre, como Señor supremo y justísimo Juez de todas las criaturas. Y porque en este testamento y
disposición estaban resumidos los secretos de la predestinación de los santos y de la reprobación de los prescitos, fue
testamento cerrado y oculto para los hombres, y sola María santísima lo entendió, porque a más de serle patentes todas
las operaciones del alma santísima de Cristo, era su universal heredera, constituida por Señora de todo lo criado, y
como coadjutora de la Redención, había de ser también como testamentaria, por cuyas manos, en que su Hijo puso
todas las cosas, como el Padre en las del Hijo (Jn 13, 3), se ejecutase su voluntad y esta gran Señora distribuyese los
tesoros adquiridos y debidos a su Hijo por ser quien es y por sus infinitos merecimientos. Esta inteligencia se me ha
dado como parte de esta Historia, para que se declare más la dignidad de nuestra Reina y acudan los pecadores a ella
como a depositaría de las riquezas que su Hijo y nuestro Redentor se hace cargo con su Eterno Padre; porque todos
nuestros socorros se han de librar en María santísima y ella los ha de distribuir por sus piadosas y liberales manos.
Testamento que hizo Cristo nuestro Salvador, orando a su Eterno Padre en la cruz.
1401. Enarbolado el madero de la Cruz Santa en el monte Calvario con el Verbo humanado que estaba crucificado en
ella, antes de hablar ninguna de las siete palabras, habló con su Eterno Padre interiormente y dijo: Padre mío y Dios
eterno, yo te confieso y te engrandezco desde este árbol de mi cruz y te alabo con el sacrificio de mis dolores, pasión y
muerte, porque con la unión hipostática de la naturaleza divina levantaste mi humanidad a la suprema dignidad de ser
Cristo, Dios-hombre, ungido con tu misma divinidad. Confiésote por la plenitud de dones posibles de gracia y gloria
que desde el instante de mi Encarnación comunicaste a mi humanidad, y porque para la eternidad desde aquel punto
me diste el pleno dominio universal de todas las criaturas en el orden de gracia y de naturaleza, me hiciste Señor de los
cielos y de los elementos, del sol, luna y estrellas, del fuego, del aire, de la tierra y de los mares y de todas las criaturas
sensibles e insensibles que en ellos viven, de la disposición de los tiempos, de los días y las noches, dándome señorío y
potestad sobre todo, a mi voluntad y disposición; y porque me hiciste Cabeza y Rey, Señor de todos los Ángeles y de
los hombres, para que los gobierne y mande, para que premie a los buenos y castigue a los malos; y para todo me diste
la potestad y llaves del abismo, desde el supremo cielo hasta el profundo de las cavernas infernales; y porque pusiste
en mis manos la justificación eterna de los hombres, sus imperios, reinos y principados, a los grandes y pequeños, a los
pobres y a los ricos; y de todos los que son capaces de tu gracia y gloria me hiciste Justificador, Redentor y
Glorificador universal de todo el linaje humano, Señor de la muerte y de la vida, de todos los nacidos, de la Iglesia
Santa y sus tesoros, de las Escrituras, misterios y sacramentos, auxilios, leyes y dones de la gracia; todo lo pusiste,
Padre mío, en mis manos y lo subordinaste a mi voluntad y disposición, y por esto te alabo y engrandezco, te confieso
y magnifico.
1402. Ahora, Señor y Padre Eterno, cuando vuelvo de este mundo a tu diestra por medio de mi muerte de cruz, y con
ella y mi pasión dejo cumplida la Redención de los hombres que me encomendaste, quiero, Dios mío, que la misma
cruz sea el tribunal de nuestra justicia y misericordia; y estando clavado en ella quiero juzgar a los mismos por quien
doy la vida, y justificando mi causa quiero dispensar y disponer de los tesoros de mi venida al mundo y de mi pasión y
muerte, para que desde ahora quede establecido el galardón que a cada uno de los justos o réprobos le pertenece,
conforme a sus obras con que me hubieren amado o aborrecido. A todos los mortales he buscado y llamado a mi
amistad y gracia, y desde el instante que tomé carne humana, sin cesar he trabajado por ellos: he padecido molestias,
fatigas, afrentas, ignominias, oprobios, azotes, corona de espinas, y padezco muerte acerbísima de cruz; he rogado por
todos a tu inmensa piedad, he orado con vigilias, ayunado y peregrinado, enseñándoles el camino de la eterna vida; y
cuanto es de mi parte y de mi voluntad, para todos la quiero, como para todos la he merecido, sin exceptuar ni excluir
alguno, y para todos he puesto y fabricado la ley de gracia, y siempre la Iglesia, donde fueren salvos, será estable y
permanente.
1403. Pero con nuestra ciencia y previsión conocemos, Dios y Padre mío, que por la malicia y rebeldía de los
hombres no todos quieren nuestra salvación eterna, ni valerse de nuestra misericordia y del camino que yo les he
abierto con mi vida, obras y muerte, sino que quieren seguir sus pecados hasta la perdición. Justo eres, Señor y Padre
mío, y rectísimos son tus juicios, y justo es que, pues me hiciste juez de los vivos y muertos, entre los buenos y malos,
dé a los justos el premio de haberme servido y seguido y a los pecadores el castigo de su perversa obstinación, y
aquéllos tengan parte conmigo de mis bienes y estos otros sean privados de mi herencia, pues ellos no la quisieron
admitir. Ahora, pues, Eterno Padre mío, en tu nombre y mío, engrandeciéndote, dispongo por mi última voluntad
humana, que es conforme a la tuya eterna y divina, y quiero que en primer lugar sea nombrada mi purísima Madre, que
me dio el ser humano, porque la constituyo por mi heredera única y universal de todos los bienes de naturaleza,
gracia y gloria, que son míos, para que ella sea Señora con dominio pleno de todos; y los que ella en sí puede recibir
de la gracia, siendo pura criatura, todos se los concedo con efecto, y los de gloria se los prometo para su tiempo; y
quiero que los Ángeles y los hombres sean suyos, y que en ellos tenga entero dominio y señorío, que todos la obedezcan
y sirvan; y los demonios la teman y le estén sujetos, y lo mismo hagan todas las criaturas irracionales, los cielos,
astros y planetas, los elementos, y todos los vivientes, aves, peces y animales que en ellos se contienen; de todo la hago
Señora, para que todos la glorifiquen conmigo; y quiero asimismo que ella sea depositaría y dispensadora de todos los
bienes que se encierran en los cielos y en la tierra; lo que ella ordenare y dispusiere en la Iglesia con mis hijos los
hombres, será confirmado en el cielo por las tres divinas personas, y todo lo que pidiere para los mortales ahora, después
y siempre, lo concederemos a su voluntad y disposición.
1404. A los Ángeles que obedecieron tu voluntad santa y justa, declaro que les pertenece el supremo cielo por
habitación propia y eterna, y en ella el gozo de la visión clara y fruición de nuestra divinidad; y quiero que la gocen en
posesión interminable y en nuestra amistad y compañía; y les mando que reconozcan por su legítima Reina y Señora a
mi Madre y la sirvan, acompañen y asistan, la lleven en sus manos en todo lugar y tiempo, obedeciendo a su imperio y
a todo lo que les quisiere mandar y ordenar. A los demonios, como rebeldes a nuestra voluntad perfecta y santa, los
arrojo y aparto de nuestra vista y compañía, de nuevo los condeno a nuestro aborrecimiento y privación eterna de
nuestra amistad y gloria y de la vista de mi Madre y de los santos y justos mis amigos; y les determino y señalo por
habitación sempiterna el lugar más distante de nuestro real trono, que serán para ellos las cavernas infernales, el centro
de la tierra, con privación de luz y horror de sensibles tinieblas; y declaro que ésta es su parte y herencia elegida por su
soberbia y obstinación, con que se levantaron contra el ser divino y sus órdenes; y en aquellos calabozos de oscuridad
sean atormentados con eterno fuego inextinguible.
1405. De toda la humana naturaleza con la plenitud de toda mi voluntad llamo y elijo y entresaco a todos los justos
y predestinados que por mi gracia e imitación han de ser salvos, cumpliendo mi voluntad y obedeciendo a mi santa ley.
A éstos en primer lugar, después de mi Madre purísima, los nombro por herederos de todas mis promesas y misterios,
bendiciones y tesoros de mis sacramentos y secretos de mis Escrituras, como en ellas están encerrados; de mi humildad
y mansedumbre de corazón; de las virtudes, fe, esperanza y caridad; de la prudencia, justicia, fortaleza y templanza;
de mis divinos dones y favores; de mi cruz, trabajos, oprobios y desprecios, pobreza y desnudez. Esta sea su parte y su
herencia en la vida presente y mortal, y porque ellos con el bien obrar la han de elegir, para que lo hagan y con alegría,
se la señalo por prenda de mi amistad, porque yo la elegí para mí mismo. Y les ofrezco mi protección y defensa, mis
inspiraciones santas, mis favores y auxilios poderosos, mis dones y justificación, según su disposición y amor; que
para ellos seré padre, hermano y amigo, y ellos serán mis hijos, mis electos y carísimos, y como a tales hijos los
nombro por herederos de todos mis merecimientos y tesoros, sin limitación alguna de mi parte. Y quiero que de mi
Santa Iglesia y Sacramentos participen y reciban cuanto de ellos se dispusieren a recibir, y que puedan recuperar la
gracia y bienes, si la perdieren, y volver a mi amistad, renovados y lavados ampliamente con mi sangre; y que para
todo les valga la intercesión de mi Madre y de mis Santos, y que ella los reconozca por hijos y los ampare y tenga por
suyos; que mis Ángeles los defiendan, los guíen, patrocinen y los traigan en las palmas para que no tropiecen, y si
cayeren les den favor para levantarse.
1406. Y quiero asimismo que estos mis justos y escogidos sean superiores en excelencia a los réprobos y a los
demonios, y que los teman y se les sujeten mis enemigos, y que todas las criaturas racionales e irracionales los sirvan;
que los cielos y planetas, los astros y sus influencias los conserven y den vida con sus influjos; la tierra y
elementos y todos sus animales los sustenten; todas las criaturas que son mías y me sirven, sean suyas y les sirvan
como a mis hijos y amigos; y sea su bendición en el rocío del cielo y grosura de la tierra. Quiero también tener con
ellos mis delicias, comunicarles mis secretos, conversar íntimamente y vivir con ellos en la Iglesia militante debajo de
las especies de pan y vino, en arras y prendas infalibles de la eterna felicidad y gloria que les prometo, y de ella les
hago participantes y herederos, para que conmigo la gocen en el cielo en posesión perpetua y gozo inamisible.
1407. A los prescitos y reprobados, por su propia culpa, de nuestra voluntad [Dios quiere sinceramente que todos se
salven y a todos da gracia suficiente], aunque fueron criados para otro más alto fin, les permito que su parte y
herencia en esta vida mortal sea la concupiscencia de la carne y de los ojos y la soberbia con todos sus efectos, y que
coman y sean saciados de la arena de la tierra, que son sus riquezas, y del humo y corrupción de la carne y sus deleites,
de la vanidad y presunción mundana. Por adquirir esta posesión han trabajado y en esta diligencia emplearon su
voluntad y sus sentidos, a ella convirtieron sus potencias y los dones y beneficios que les dimos, y ellos mismos han
hecho voluntaria elección del engaño, aborreciendo la verdad que yo les enseñé en mi ley santa. Renunciaron la que yo
escribí en sus mismos corazones y la que les inspiró mi gracia, despreciaron mi doctrina y beneficios, oyeron a mis
enemigos y suyos propios, admitieron sus engaños, amaron la vanidad, obraron las injusticias, siguieron la ambición,
deleitáronse en la venganza, persiguieron a los pobres, humillaron a los justos, baldonaron de los sencillos e inocentes,
apetecieron su propia exaltación y desearon levantarse sobre los cedros del Líbano en la ley de la injusticia que
guardaron.
1408. Y porque todo esto lo hicieron contra la bondad de nuestra divinidad y permanecieron obstinados en su
malicia, renunciando el derecho de hijos que yo les he adquirido, los desheredo de mi amistad y gloria; y como San
Abrahán apartó de sí a los hijos de las esclavas con algunos dones y reservó su principal hacienda para Isaac, el hijo
de la libre Sara, así yo desvío a los prescitos de mi herencia con los bienes transitorios y terrenos que ellos mismos
escogieron y, apartándolos de nuestra compañía y de mi Madre y la de los Ángeles y Santos, los condeno a las eternas
cárceles y fuego del infierno en compañía de Lucifer y sus demonios, a quien de voluntad sirvieron, y los privo por
nuestra eternidad de la esperanza del remedio. Esta es, Padre mío, la sentencia que pronuncio como juez y cabeza de
los hombres y los ángeles y el testamento que dispongo para mi muerte y efecto de la Redención humana, remunerando
a cada uno lo que de justicia le pertenece, conforme a sus obras y al decreto de tu incomprensible sabiduría, con la
equidad de tu rectísima justicia.—Hasta aquí habló Cristo Salvador nuestro en la Cruz con su Eterno Padre, y quedó
este misterio y sacramento sellado y guardado en el corazón de María santísima, como testamento oculto y cerrado,
para que por su intercesión y disposición a su tiempo y desde luego se ejecutase en la Iglesia, como hasta entonces se
había comenzado a ejecutar por la ciencia y previsión divina, donde todo lo pasado y lo futuro está junto y presente.
Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.
1409. Hija mía, procura con todo tu afecto no olvidar en tu vida la noticia de los misterios que en este capítulo te he
manifestado. Yo, como tu Madre y Maestra, pediré al Señor que con su virtud divina imprima en tu corazón las
especies que te he dado, para que permanezcan fijas y presentes en él, mientras vivieres. Con este beneficio quiero que
perpetuamente tengas en tu memoria a Cristo crucificado, mi Hijo santísimo y Esposo tuyo, y nunca olvides los
dolores de la Cruz y la doctrina que enseñó y practicó Su Majestad en ella. En este espejo has de componer tu
hermosura, y en ella tendrás tu gloria interior, como la hija del príncipe (Sal 44, 14), para que atiendas, procedas y
reines como esposa del supremo Rey. Y porque este honroso título te obliga a procurar con todo esfuerzo su imitación
y proporción igual, en cuanto te es posible con su gracia, y éste ha de ser el fruto de mi doctrina, así quiero que desde
hoy vivas crucificada con Cristo y te asimiles a tu ejemplar y dechado, quedando muerta a la vida terrena. Quiero que
se consuman en ti los efectos de la primera culpa y sólo vivas a las operaciones y efectos de la virtud divina y
renuncies todo lo que tienes heredado como hija del primer Adán, para que en ti se logre la herencia del segundo, que
es Cristo Jesús, tu Redentor y Maestro.
1410. Para ti ha de ser tu estado muy estrecha cruz donde estés clavada, y no ancha senda, con dispensaciones y
explicaciones que la hagan espaciosa, dilatada y acomodada, y no segura ni perfecta. Este es el engaño de los hijos de
Babilonia y de Adán, que procuran en sus obras buscar ensanches en la ley de Dios, cada uno en su estado, y recatean
la salvación de sus almas, para comprar el cielo muy barato, o aventurarse a perderle, si les ha de costar el estrecharse
y ajustarse al rigor de la divina ley y sus preceptos. De aquí nace el buscar doctrinas y opiniones que dilaten las sendas
y caminos de la vida eterna, sin advertir que mi Hijo santísimo les enseñó que eran muy angostos (Mt 7, 14) y que Su
Majestad fue por ellos, para que nadie imagine que puede ir por otros más espaciosos a la carne y a las inclinaciones
viciadas por el pecado. Este peligro es mayor en los eclesiásticos y religiosos, que por su estado deben seguir a su
divino Maestro y ajustarse a su vida y pobreza, y para esto eligieron el camino de la cruz, y quieren que la dignidad o
la religión sea para comodidad temporal y aumento de mayores honras de su estimación y aplauso, que tuvieran en
otro estado. Y para conseguirlo ensanchan la cruz que prometieron llevar, de manera que vivan en ella muy holgados y
ajustados a la vida carnal, con opiniones y explicaciones engañosas. Y a su tiempo conocerán la verdad de
aquella sentencia del Espíritu Santo, que dice: A cada uno le parece seguro su camino, pero el Señor tiene en su mano
el peso de los corazones humanos (Prov 21, 2).
1411. Tan lejos te quiero, hija mía, de este engaño, que has de vivir ajustada al rigor de tu profesión en lo más
estrecho de ella, de manera que en esta cruz no te puedas extender ni ensanchar a una ni otra parte, como quien está
clavada en ella con Cristo; y por el menor punto de tu profesión y perfección has de posponer todo lo temporal de tu
comodidad. La mano derecha has de tener clavada con la obediencia, sin reservar movimiento, ni obra, ni palabra y
pensamiento que no se gobierne en ti con esta virtud. No has de tener ademán que sea obra de tu propia voluntad, sino
de la ajena, ni has de ser sabia contigo misma en cosa alguna (Prov 3, 7), sino ignorante y ciega, para que te guíen los
superiores. El que promete —dice el Sabio (Prov 6, 1)— clavó su mano, y con sus palabras queda atado y preso. Tu
mano clavaste con el voto de la obediencia, y con este acto quedaste sin libertad ni propiedad de querer o no querer. La
mano siniestra tendrás clavada con el voto de la pobreza, sin reservar inclinación ni afecto a cosa alguna que suelen
codiciar los ojos, porque en el uso y en el deseo has de seguir ajustadamente a Cristo pobre y desnudo en la cruz. Con
el tercer voto, de la castidad, han de estar clavados tus pies, para que tus pasos y movimientos sean puros, castos y
hermosos. Y para esto no has de consentir en tu presencia palabra que disuene de la pureza, ni admitir especie ni
imagen en tus sentidos, mirar, ni tocar a criatura humana; tus ojos y todos tus sentidos han de estar consagrados a la
castidad, sin dispensar de ellos más de para ponerlos en Jesús crucificado. El cuarto voto, de la clausura, guardarás
segura en el costado y pecho de mi Hijo santísimo, donde yo te la señalo. Y para que esta doctrina te parezca suave y
este camino menos estrecho, atiende y considera en tu pecho la imagen que has conocido de mi Hijo y Señor lleno de
llagas, tormentos y dolores, y al fin clavado en la cruz, sin dejar en su sagrado cuerpo alguna parte que no estuviese
herida y atormentada. Y Su Majestad y yo éramos más delicados y sensibles que todos los hijos de los hombres, y por
ellos padecimos y sufrimos tan acerbos dolores, para que ellos se animasen a no recusar otros menores por su bien
propio y eterno y por el amor que tanto les obligó; a que debían los mortales ser agradecidos, entregándose al camino
de las espinas y abrojos y a llevar la cruz por imitar y seguir a Cristo y alcanzar la eterna felicidad, pues es el camino
derecho para ella.
 
CAPITULO 23
 
El triunfo que Cristo nuestro Salvador alcanzó del demonio en la cruz y de la muerte, y la profecía de Habacuc, y un conciliábulo que hicieron los demonios en el infierno,
 
1412. Los ocultos y venerables misterios de este capítulo corresponden a otros muchos que en todo el discurso de esta
Historia he tratado o insinuado. Uno de ellos es que Lucifer y sus demonios en el discurso de la vida y milagros de
nuestro Salvador nunca pudieron acabar de conocer con firmeza infalible que Su Majestad era Dios verdadero y
Redentor del mundo, y por consiguiente tampoco conocían la dignidad de María santísima. Así lo dispuso la
Providencia de la divina Sabiduría, para que más convenientemente se ejecutase todo el misterio de la Encarnación y
Redención del linaje humano. Y para esto, aunque Lucifer sabía que Dios tomaría carne humana, ignoraba el modo y
circunstancias de la Encarnación; y como de ellas le consintieron hiciese el juicio conforme su soberbia, por eso
anduvo tan alucinado, ya afirmando que Cristo era Dios por los milagros que hacía, ya negándolo porque le veía pobre,
humillado, afligido y fatigado. Y deslumbrándose el Dragón con esta variedad de luces, perseveraba en la duda y en las
pruebas o inquisición hasta la hora determinada de la Cruz, donde con el conocimiento de los misterios de Cristo había
de quedar juntamente desengañado y vencido, en virtud de la pasión y muerte que a su humanidad santísima le había
procurado.
1413. Ejecutóse este triunfo de Cristo nuestro Salvador con modo tan alto y admirable, que yo me hallo insuficiente
y tarda para explicarlo, porque fue espiritual y oculto a los sentidos con que se ha de declarar. Para decirlo y
entenderlo, quisiera yo que nos habláramos y noticiáramos unos a otros como hacen los ángeles con aquella simple
locución y vista con que se entienden; que tal como ésta es necesaria para manifestar y penetrar esta gran maravilla de
la omnipotencia divina. Yo diré lo que pudiere, y la inteligencia será con la ilustración de la fe más que significaren
mis palabras.
1414. En el capítulo precedente queda dicho (Cf. supra n. 1364) cómo Lucifer con sus demonios intentaron
desviarse de Cristo nuestro Salvador y arrojarse al infierno, luego que Su Majestad recibió la cruz sobre sus
sagrados hombros, porque en aquel punto sintieron contra sí el poder divino, que con mayor fuerza los comenzaba a
oprimir. Con este nuevo tormento reconocieron, permitiéndolo así el Señor, que les amenazaba gran ruina con la
muerte de aquel Hombre inocente que ellos habían maquinado, y que no era puro hombre. Y deseaban retirarse y no
asistir más a los judíos y ministros de justicia, como lo habían hecho hasta aquella hora. Pero el poder divino los
detuvo y encadenó como a dragones ferocísimos, compeliéndolos, por medio del imperio de María santísima, para que
no huyesen, sino que fuesen siguiendo a Cristo hasta el Calvario. El extremo de esta cadena se le dio a la gran Reina,
para que con las virtudes de su Hijo santísimo los sujetase y argollase y, aunque muchas veces forcejaban
intentando la fuga y despedazándose de furor, no pudieron vencer la fuerza con que la divina Señora los detenía y
obligaba a llegar al Calvario y rodearse a la Cruz, donde les mandó estuviesen inmóviles hasta el fin de tan altos
misterios como allí se obraban, de remedio para los hombres y ruina para los demonios.
1415. Con este imperio estuvo Lucifer con sus cuadrillas infernales tan oprimidos de la pena y temor que sentían con
la presencia de Cristo nuestro Señor y su Madre santísima y de lo que les amenazaba, que les fuera alivio arrojarse en
las tinieblas del infierno. Y como no les era permitido, se pegaban y revolcaban unos con otros como un hormiguero
alterado y como sabandijas que temerosas se procuran esconder en algún abrigo, aunque el furor rabioso que padecían
no era de animales, sino de demonios más crueles que dragones. Allí se vio de todo punto humillado el soberbio
orgullo de Lucifer y desvanecidos sus pensamientos altivos de levantar su silla sobre las estrellas del cielo (Is 14, 13) y
beberse las aguas puras del Río Jordán (Job 40, 18). ¡Qué desvalido y debilitado estaba el que en tantas ocasiones
presumió trasegar a todo el orbe!, ¡qué abatido y confuso el que a tantas almas ha engañado con promesas falsas o
amenazas!, ¡qué turbado estaba el infeliz Amán a la vista del patíbulo donde procuró poner a su enemigo Mardoqueo!,
¡qué ignominia recibió cuando vio a la verdadera Ester María santísima, que pedía el rescate de su pueblo y al traidor
le derribasen de su antigua grandeza y castigasen con la pena de su gran soberbia! Allí le oprimió y degolló nuestra
invencible Judit, allí le quebrantó su altiva cerviz. Desde hoy conoceré ¡oh Lucifer! que tu soberbia y arrogancia es
más que tus fuerzas, en vez de resplandores te visten ya gusanos, ya tu cadáver le consume y rodea la carcoma. Tú, que
vulnerabas a las gentes, estás herido más que todas, atado y oprimido, ya no temeré tus fingidas amenazas, no
escucharé tus dolos, porque te veo rendido, debilitado y sin poder alguno (Is 16, 6; Jer 48, 29).
1416. Ya era el tiempo de que esta antigua serpiente fuese vencida por el Maestro de la vida. Y porque había de ser con
el desengaño y no le había de valer a este venenoso áspid taparse los oídos (Sal 57, 5) al encantador, comenzó el Señor
a hablar en la Cruz las siete palabras dando permiso a Lucifer y a sus demonios para que oyéndolas entendiesen los
misterios que encerraban; porque con esta inteligencia quería Su Majestad triunfar de ellos, del pecado y de la muerte,
y despojarlos de la tiranía con que tenían sujeto a todo el linaje humano. Pronunció Su Majestad la primera palabra:
Padre, perdónalos, que no saben lo que hacen (Lc 23, 34). En estas razones conocieron los príncipes de las tinieblas
con certeza que Cristo nuestro Señor hablaba con el Eterno Padre y que era su Hijo natural y verdadero Dios con Él y
con el Espíritu Santo y divino; y que en su humanidad santísima de perfecto hombre unida a la divinidad admitía la
muerte de su propia voluntad para redimir a todo el linaje humano, y que por sus merecimientos de infinito valor
ofrecía el perdón general de todos los pecados a los hijos de Adán que se valieran de su redención y la aplicaran para
su remedio sin exceptuar a los mismos reos que le crucificaban; De este desengaño concibieron tanta ira y despecho
Lucifer y sus demonios, que al punto se quisieron lanzar impetuosamente en el profundo del infierno y forcejaban con
todas sus fuerzas para hacerlo, pero la poderosa Reina los detenía.
1417. En la segunda palabra que habló el Señor con el dichoso ladrón: La verdad te digo, que hoy serás conmigo en
el paraíso (Lc 23, 43), entendieron los demonios el fruto de la Redención en la justificación de los pecadores y el fin
último en la glorificación de los justos, y que desde aquella hora comenzaban a obrar con nueva fuerza y virtud los
merecimientos de Cristo y que con ellos se abrían las puertas del paraíso que con el primer pecado se cerraron, y que
desde entonces entrarían los hombres a gozar la felicidad eterna y ocupar las sillas del cielo que para ellos estaban
imposibilitadas. Conocieron en esto la potestad de Cristo Señor nuestro para llamar a los pecadores, justificarlos y
glorificarlos, y los triunfos que en su vida santísima habían conseguido de todos ellos con las virtudes eminentísimas
que habían ejercitado de humildad, paciencia, mansedumbre y todas las demás. La confusión y tormento de Lucifer,
cuando conoció esta verdad, no se puede explicar con lengua humana, pero fue tal, que humilló su soberbia a pedir a
nuestra reina María santísima que les permitiese bajar al infierno y los arrojase de su presencia; pero no lo consintió la
gran Reina, porque aún no era tiempo.
1418. Con la tercera palabra que habló Jesús dulcísimo con su Madre: Mujer, ves ahí a tu hijo (Jn 19, 26),
conocieron los demonios que aquella divina Mujer era Madre verdadera de Dios humanado, y la misma que se les
había manifestado en el cielo en imagen y señal cuando fueron criados, y la que les quebrantaría la cabeza, como el
Señor se lo había dicho en el paraíso terrenal (Gen 3, 15). Conocieron la dignidad y excelencia de esta gran Señora
sobre todas las criaturas y la potestad que contra ellos tenía, como la estaban experimentando Y como desde el
principio del mundo, cuando fue criada la primera mujer, todos los demonios habían buscado con su astucia quién sería
aquella gran Mujer señalada en el cielo, y en esta ocasión conocieron que hasta entonces la habían perdido de vista sin
conocerla, fue inexplicable el furor de estos dragones, porque este desengaño desatinó su arrogancia sobre todo lo que
les atormentaba, y se enfurecían contra sí mismos como unos leones sangrientos, y contra la divina Señora renovaron
su indignación aunque sin provecho. A más de esto conocieron que San Juan Evangelista era señalado por Cristo
nuestro Salvador como ángel de guarda de su Madre, con la potestad de Sacerdote. Y esto conocieron como amenaza
contra la indignación que tenían con la gran Señora, y también lo entendió San Juan Evangelista. Y no sólo conoció
Lucifer la potestad del Evangelista contra los demonios, sino también la que se les daba a todos los Sacerdotes por su
dignidad y participación de la misma de nuestro Redentor, y que los demás justos, aunque no fuesen sacerdotes,
estarían debajo de una especial protección del Señor y serían poderosos contra el infierno. Y todo esto debilitaba las
fuerzas de Lucifer y sus demonios.
1419. La cuarta palabra de Cristo nuestro Salvador fue con el Eterno Padre, diciendo: Dios mío, Dios mío,
¿por qué me desamparaste? (Mt 27, 46) Conocieron en ella los malignos espíritus que la caridad de Cristo con todos
los hombres era inmensa y sin término, y que misteriosamente para satisfacerla se le había suspendido a su humanidad
santísima el influjo de la divinidad, para que con el sumo rigor de la pasión fuese la Redención copiosísima, y que
sentía y se querellaba amorosamente de que no fuesen salvos todos los hombres, de quien se hallaba desamparado, y
con ánimo de padecer más, si el Eterno Padre lo ordenara. Esta felicidad de los hombres de ser tan amados del mismo
Dios aumentó la envidia de Lucifer y sus ministros, y sintieron todos la omnipotencia divina para ejecutar con los
hombres aquella infinita caridad sin limitación. Y esta noticia quebrantó el orgullo y malignidad de los
enemigos, reconociéndose flacos y débiles para oponerse a ello con eficacia, si los hombres no la querían malograr.
1420. La quinta palabra que habló Cristo: Sed tengo (Jn 19, 28), adelantó más este triunfo del demonio y sus
secuaces, y se enfurecieron en rabia y despecho, porque la encaminó Su Majestad más claramente contra ellos. Y
entendieron que les decía: Si os parece mucho lo que por los hombres padezco y el amor que les tengo, quiero
entendáis que siempre mi caridad queda sedienta y anhelando por su eterna salud y no la han extinguido las muchas
aguas de mis tormentos y dolores de mi pasión; muchos más padeciera por ellos, si fuera necesario, para redimirlos de
vuestra tiranía y hacerlos poderosos y fuertes contra vuestra malicia y soberbia.
1421. En la sexta palabra del Señor: Consummatum est (Jn 19, 30), acabaron de conocer Lucifer y sus demonios el
misterio de la Encarnación y Redención humana, ya concluida con el orden de la sabiduría divina en todo su
cumplimiento y perfección. Porque se les manifestó cómo Cristo nuestro Redentor había cumplido con la
obediencia del Padre Eterno, y cómo había llenado las promesas y profecías hechas al mundo de los antiguos padres, y
que la humildad y obediencia de nuestro Redentor había recompensado su soberbia y la inobediencia que tuvieron en
el cielo no queriendo sujetarse y reconocerle por superior en la carne humana; y que por esto, con suma sabiduría y
equidad eran humillados y vencidos por aquel mismo Señor que ellos despreciaron. Y como a la dignidad grande y
méritos infinitos de Cristo era consiguiente que en aquella hora ejecutase el oficio y potestad de juez de los ángeles y
de los hombres, como el Eterno Padre se lo había cometido, usando de su virtud y como intimando la sentencia a
Lucifer en la misma ejecución, le mandó a él y a todos los demonios que como condenados al fuego eterno bajasen
luego todos a lo más profundo de aquellos calabozos infernales. Y luego a un mismo tiempo pronunció la séptima palabra:
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46). Concurrió la poderosa Reina y Madre de Jesús con la
voluntad de su Hijo santísimo y mandó también a Lucifer y sus aliados que al punto descendiesen al profundo. Y a la
fuerza de este imperio del supremo Rey y de la Reina, salieron los espíritus malignos del monte Calvario y fueron
precipitados hasta lo más ínfimo del infierno con mayor violencia y presteza que sale el rayo despedido de las nubes.
1422. Cristo nuestro Salvador, como victorioso triunfador, ya rendido el mayor enemigo, para entregar su
espíritu al Padre, dio licencia a la muerte para que llegase, inclinando la cabeza, venciendo también a la misma muerte
con este consentimiento, en que también se halló engañada la misma muerte como el demonio. La razón de esto es,
porque la muerte no pudiera herir a los hombres ni tener jurisdicción sobre ellos, si no es por el primer pecado, a quien
se le intimó este castigo; y por eso el Apóstol dijo que las armas o estímulo de la muerte es el pecado, que abrió la
herida por donde entró ella en el mundo del linaje humano; y como nuestro Salvador pagó la deuda del pecado y no le
pudo cometer, por esto, cuando la muerte le quitó la vida sin tener derecho contra Su Majestad, perdió el que tenía
contra los demás hijos de Adán, para que desde entonces ni la muerte ni el demonio pudiesen ofenderlos como antes, si
los mismos hombres, no se les volviesen a sujetar de su propia voluntad. Si nuestro primer padre Adán no pecara y no
hubiéramos pecado todos en él, no hubiera pena de muerte, sino un tránsito de aquel feliz estado al felicísimo de la
eterna patria. Pero el pecado nos hizo súbditos de la muerte y esclavos del demonio, que nos la procuró, para que
valiéndose de ella nos privase del tránsito a la vida eterna, y primero de la gracia, dones y amistad de Dios; y
quedamos en servidumbre del pecado y del demonio y sujetos a su tirano e inicuo imperio. Todas estas obras del
demonio disolvió Cristo nuestro Señor y, muriendo sin culpa y satisfaciendo por las nuestras, hizo que la muerte sólo
fuese corporal y no del alma; que nos quitase la vida corporal y no la eterna, la natural y no la espiritual, antes bien
fuese puerta para pasar a la última felicidad, si nosotros no queremos perderla. Así cumplió Su Majestad la pena y el
castigo del primer pecado, disponiendo también que con la muerte corporal y natural, admitida por su amor, fuese la
recompensa que de nuestra parte podíamos ofrecer. De esta manera absorbió Cristo nuestro Señor la muerte (1 Cor 15,
54), y la suya fue el bocado con que le engañó (Os 13, 14) y con su muerte santísima le quitó las fuerzas y la vida y la
dejó vencida y muerta.
1423. Cumplióse en este triunfo de nuestro Salvador la profecía de Habacuc en su cántico y oración, de que sólo
tomaré las palabras que bastan para mi intento. Conoció el Profeta este misterio y el poder de Cristo contra la muerte y
el demonio, y con temor santo pidió al Señor que vivificase su obra, que es el hombre, y profetizó que lo haría; y
cuando más indignado se acordaría de su misericordia; que la gloria de esta maravilla llenaría los cielos y su
alabanza a la tierra; su resplandor sería como la luz; y que en sus manos tendría los cuernos, que son los brazos de la
Cruz, y que en ella estaba su fortaleza escondida; que la muerte iría delante de su cara como cautiva y vencida; que
delante de sus pies saldría el demonio y mediría la tierra (Hab 3, 2-5). Y todo se ejecutó a la letra; porque Lucifer salió
como hollado y quebrantada su cabeza de los pies de Cristo y de su Madre santísima, que en el Calvario le conculcaron
y pisaron con su pasión y poder. Y porque bajó hasta el centro de la tierra —que es lo ínfimo del infierno y lo más lejos
de la superficie— por esto dije que midió la tierra. Todo lo demás del cántico pertenece al triunfo de Cristo Señor
nuestro en el suceso de la Iglesia hasta el fin y no es necesario repetirlo ahora. Pero lo que es justo que todos los
hombres entendamos es que Lucifer y sus demonios quedaron con la muerte de Cristo nuestro Salvador atados,
quebrantados y debilitados para tentar a las criaturas racionales, si ellas con sus culpas y por su voluntad no le hubieran
desatado y alentado su soberbia para volver con nuevos bríos a perder el mundo. Todo se conocerá mejor del
conciliábulo que hizo en el infierno y de lo que diré en lo restante de esta Historia.
1424. Conciliábulo que hizo Lucifer con sus demonios en el infierno, después de la muerte de Cristo nuestro Señor.
—La caída de Lucifer con sus demonios desde el monte Calvario al profundo del infierno fue más turbulenta y furiosa
que cuando fue arrojado del cielo. Y aunque siempre aquel lugar es tierra tenebrosa y cubierta de las sombras de la
muerte, de caliginosa confusión, de miserias, tormentos y desorden, como dice el Santo Profeta Job [Día 10 de mayo:
In terra Hus sancti Job Prophétae admirándae patiéntiae viri] (Job 20, 21), pero en esta ocasión fue mayor su
infelicidad y turbación, porque los condenados recibieron nuevo horror y accidental pena con la ferocidad y encuentros
que bajaron los demonios y el despecho que rabiosos manifestaban. Cierto es que no tienen potestad en el infierno para
poner las almas a su voluntad en lugares de mayor o menor tormento, porque esto lo dispensa el poder de la divina
justicia según los deméritos de cada uno ■ de los condenados, porque con esta medida sean atormentados; pero, a más
de la pena esencial, dispone el justo Juez que puedan sucesivamente padecer otras penas accidentales en algunas
ocasiones, porque sus pecados dejaron en el mundo raíces y muchos daños para otros que por su causa se
condenan y el nuevo efecto de sus pecados no retratados les causa estas penas. Atormentaron los demonios a Judas
Iscariotes con nuevas penas, por haber vendido y procurado la muerte a Cristo. Y conocieron entonces que aquel lugar
de tan formidables penas, donde le habían puesto —de que hablé arriba (Cf. supra n. 1249)— era destinado para
castigo de los que se condenasen con fe y sin obras y los que despreciasen de intento el culto de esta virtud y el fruto
de la Redención humana. Y contra éstos manifiestan los demonios mayor indignación, como la concibieron contra
Jesús y María.
1425. Luego que Lucifer tuvo permiso para esto y para levantarse del aterramiento en que estuvo algún tiempo,
procuró intimar a los demonios su nueva soberbia contra el Señor. Para esto los convocó a todos y puesto en lugar
eminente les habló y dijo: A vosotros, que por tantos siglos habéis seguido y seguiréis mi justa parcialidad en venganza
de mis agravios, es notorio el que ahora he recibido de este nuevo Hombre y Dios y cómo por espacio de treinta y tres
años me ha traído engañado, ocultándome el ser divino que tenía y encubriendo las operaciones de su alma y
alcanzando de nosotros el triunfo que ha ganado con la misma muerte que para destruirle le procuramos. Antes que
tomara carne humana le aborrecí y no me sujeté a reconocerle por más digno que yo de que todos le adorasen como
superior. Y aunque por esta resistencia fui derribado del cielo con vosotros y convertido en la fealdad que tengo,
indigna de mi grandeza y hermosura, pero más que todo esto me atormenta hallarme tan vencido y oprimido de este
Hombre y de su Madre. Desde el día que fue criado el primer hombre los he buscado con desvelo para destruirlos y, si
no a ellos, a todas sus hechuras, y que ninguna le admitiese por su Dios ni le siguiese, y que sus obras no resultasen en
beneficio de los hombres. Estos han sido mis deseos, estos mis cuidados y conatos, pero en vano, pues me venció con
su humildad y pobreza, me quebrantó con su paciencia y al fin me derribó del imperio que tenía en el mundo con su
pasión y afrentosa muerte. Esto me atormenta de manera, que si a él le derribara de la diestra de su Padre, donde ya
estará triunfante, y a todos sus redimidos los trajera a estos infiernos, aun no quedara mi enojo satisfecho, ni se
aplacara mi furor.
1426. ¿Es posible que la naturaleza humana, tan inferior a la mía, ha de ser tan levantada sobre todas las criaturas, que
ha de ser tan amada y favorecida de su Criador que la juntase a sí mismo en la persona del Verbo Eterno, que antes de
ejecutarse esta obra me hiciese guerra y después me quebrantase con tanta confusión mía? Siempre la tuve por
enemiga cruel, siempre me fue aborrecible e intolerable. ¡Oh hombres tan favorecidos y regalados del Dios que yo
aborrezco y amados de su ardiente caridad! ¿Cómo impediré vuestra dicha?, ¿cómo os haré infelices cual yo soy, pues
no puedo aniquilar al mismo ser que recibisteis? ¿Qué hacemos ahora, oh vasallos míos?, ¿cómo restauraremos nuestro
imperio?, ¿cómo cobraremos fuerzas contra el hombre?, ¿cómo podremos ya vencerle? Porque si de hoy más no son
los mortales insensibles e ingratísimos, si no son peores que nosotros contra este hombre y Dios que con tanto amor los
ha redimido, claro está que todos le seguirán a porfía, todos le darán el corazón y abrazarán su suave ley, ninguno
admitirá nuestros engaños, aborrecerán las honras que falsamente les ofrecemos y amarán el desprecio, querrán la
mortificación de su carne y conocerán el peligro de los deleites, dejarán los tesoros y riquezas y amarán la pobreza que
tanto honró su Maestro y a todo cuanto nosotros pretendamos aficionar sus apetitos les será aborrecible por imitar a su
verdadero Redentor. Con esto se destruye nuestro reino, pues nadie vendrá con nosotros a este lugar de confusión y
tormento, y todos alcanzarán la felicidad que nosotros perdimos, todos se humillarán hasta el polvo y padecerán
con paciencia, y no se logrará mi indignación y soberbia.
1427. ¡Oh infeliz de mí, y qué tormento me causa mi propio engaño! Si le tenté en el desierto, fue darle ocasión para
que con aquella victoria dejase ejemplo a los hombres y que en el mundo le hubiese tan eficaz para vencerme. Si le
perseguí, fue ocasionar la enseñanza de su humildad y paciencia. Si persuadí a Judas Iscariotes que le vendiese y a los
judíos que con mortal odio le atormentasen y pusiesen en la Cruz, con estas diligencias solicité mi ruina y el remedio
de los hombres y que en el mundo quedase aquella doctrina que yo pretendí extinguir. ¿Cómo se pudo humillar tanto el
que era Dios? ¿Cómo sufrió tanto de los hombres siendo tan malos? ¿Cómo yo mismo ayudé tanto para que la
redención humana fuese tan copiosa y admirable? ¡Oh qué fuerza tan divina la de este Hombre, que así me
atormenta y debilita! Y aquella mi enemiga, Madre suya, ¿cómo es tan invencible y poderosa contra mí? Nueva
es en pura criatura tal potencia y sin duda la participa del Verbo eterno, a quien vistió de carne. Siempre me hizo
grande guerra el Todopoderoso por medio de esta mujer tan aborrecible a mi altivez, desde que la conocí en su señal o
idea. Pero si no se aplaca mi soberbia indignación, no me despido de hacer perpetua guerra a este Redentor, a su Madre
y a los hombres. Ea, demonios de mi séquito, ahora es el tiempo de ejecutar la ira contra Dios. Llegad todos a conferir
conmigo por qué medios lo haremos, que deseo en esto vuestro parecer.
1428. A esta formidable propuesta de Lucifer respondieron algunos demonios de los más superiores, animándole con
diversos arbitrios que fabricaron para impedir el fruto de la Redención en los hombres. Y convinieron todos en que no
era posible ofender a la persona de Cristo, ni menguar el valor inmenso de sus merecimientos, ni destruir la eficacia de
los Sacramentos, ni falsificar ni revocar la doctrina que Cristo nuestro Señor había predicado; pero no obstante todo
esto convenía que, conforme a las nuevas causas, medios y favores que Dios había ordenado para el remedio de los
hombres, se inventasen allí nuevos modos de impedirlos, pervirtiéndolos con mayores tentaciones y falacias. Y para
esto algunos demonios de mayor astucia y malicia dijeron: Verdad es que los hombres tienen ya nueva doctrina y ley
muy poderosa, tienen nuevos y eficaces sacramentos, nuevo ejemplar y maestro de las virtudes y poderosa intercesora
y abogada en esta nueva Mujer; pero las inclinaciones y pasiones de su carne y naturaleza siempre es una misma y las
cosas deleitables y sensibles no se han mudado. Por este medio, añadiendo nueva astucia, desharemos, en cuanto es de
nuestra parte, lo que este Dios y Hombre ha obrado por ellos, y les haremos poderosa guerra procurando atraerlos con
sugestiones, irritando sus pasiones, para que con grande ímpetu las sigan sin atender a otra cosa, y la condición
humana, tan limitada, embarazada en un objeto, no puede atender al contrario.
1429. Con este arbitrio comenzaron de nuevo a repartir oficios entre los demonios, para que con nueva astucia se
encargasen como por cuadrillas de diferentes vicios en que tentar a los hombres. Determinaron que se procurase
conservar en el mundo la idolatría, para que los hombres no llegasen al conocimiento del verdadero Dios ni de la
Redención humana. Y si esta idolatría faltaba, arbitraron que se inventasen nuevas sectas y herejías en el mundo, y que
para todo esto buscasen los hombres más perversos y de inclinaciones depravadas que primero las admitiesen y
fuesen maestros y cabezas de los errores. Y allí fueron fraguadas en el pecho de aquellas venenosas serpientes la secta
de falso profeta Mahoma, las herejías de Arrio, de Pelagio, de Nestorio y cuantas se han conocido en el mundo desde
la primitiva Iglesia hasta ahora, y otras que tienen maquinadas, que ni es necesario ni conveniente referirlas. Y este
infernal arbitrio aprobó Lucifer, porque se oponía a la divina verdad y destruía el fundamento de la salvación humana,
que consiste en la fe divina; y a los demonios que lo intentaron y se encargaron de buscar hombres impíos para
introducir estos errores, los alabó y acarició y los puso a su lado.
1430. Otros demonios tomaron por su cuenta pervertir las inclinaciones de los niños, observando las de su
generación y nacimiento. Otros, de hacer negligentes a sus padres en la educación y doctrina de los hijos o por
demasiado amor o aborrecimiento, y que los hijos aborreciesen a sus padres. Otros se ofrecieron a poner odio entre
los maridos y mujeres y facilitarlos los adulterios y despreciar la justicia y fidelidad que se deben. Y todos convinieron
en que sembrarían entre los hombres rencillas, odios, discordias y venganzas, y para esto los moviesen con sugestiones
falsas, con inclinaciones soberbias y sensuales, con avaricia y deseo de honras y dignidades, y les propusiesen
razones aparentes contra todas las virtudes que Cristo nuestro Señor había enseñado, y sobre todo divirtiesen a
los mortales de la memoria de su pasión y muerte y del remedio de la Redención, de las penas del infierno y de su eternidad.
Y por estos medios les pareció a todos los demonios que los hombres ocuparían sus potencias y cuidados en las
cosas deleitables y sensibles y no les quedaría atención ni consideración de las espirituales, ni de su propia salvación.
1431. Oyó Lucifer éstos y otros arbitrios de los demonios y respondiendo dijo: Con vuestros pareceres quedo muy
obligado y todos los admito y apruebo, y todo será fácil de alcanzar con los que no profesaren la ley que este Redentor
ha dado a los hombres; pero en los que la admitan y abracen, dificultosa empresa será, mas en ella y contra éstos
pretendo estrenar mi saña y furor y perseguir acérrimamente a los que oyeren la doctrina de este Redentor y le
siguieren, y contra ellos ha de ser nuestra guerra sangrienta hasta el fin del mundo. En esta nueva Iglesia he de
procurar sobresembrar mi cizaña, las ambiciones, la codicia, la sensualidad y los mortales odios, con todos los vicios
de que soy cabeza. Porque si una vez se multiplican y crecen los pecados entre los fieles, con estas injurias y su pesada
ingratitud irritarán a Dios para que les niegue con justicia los auxilios de la gracia que les deja su Redentor tan
merecidos, y si con sus pecados se privan de este camino de su remedio, segura tendremos la victoria contra ellos.
También es necesario trabajemos en quitarles la piedad y todo lo que es espiritual y divino, que no entiendan la virtud
de los Sacramentos, o que los reciban en pecado, y cuando no le tengan que sea sin fervor ni devoción; que como estos
beneficios son espirituales, es menester admitirlos con afecto de voluntad, para que tenga más fruto quien los usare. Y
si una vez llegaren a despreciar la medicina, tarde recuperarán la salud y resistirán menos a nuestras tentaciones, no
conocerán nuestros engaños, olvidarán los beneficios, no estimarán la memoria de su propio Redentor ni la intercesión
de su Madre, y esta feísima ingratitud los hará indignos de la gracia, e irritado su Dios y Salvador se la niegue. Y en
esto quiero que todos me ayudéis con grande esfuerzo, no perdiendo tiempo ni ocasión de ejecutar lo que os mando.
1432. No es posible referir los arbitrios que maquinó el Dragón y sus aliados en esta ocasión contra la Santa Iglesia y
sus hijos, para que estas aguas del Río Jordán entrasen en su boca (Job 40, 18). Basta decir que les duró esta
conferencia casi un año entero después de la muerte de Cristo y considerar el estado que ha tenido el mundo y el que
tiene después de haber crucificado a Cristo nuestro bien y maestro y haber manifestado Su Majestad la verdad de su fe
con tantas luces de milagros, beneficios y ejemplos de varones santos. Y si todo esto no basta para reducir a los
mortales al camino de la salvación, bien se deja entender cuánto ha podido Lucifer con ellos y que su ira es tan grande,
que podemos decir con San Juan Evangelista (Ap 22, 12): ¡Ay de la tierra, que baja a vosotros Satanás lleno de
indignación y furor! Mas ¡ay dolor, que verdades tan infalibles como éstas y tan importantes para conocer nuestro
peligro y excusarle con todas nuestras fuerzas, estén hoy tan borradas de la memoria de los mortales con tan
irreparables daños del mundo! El enemigo astuto, cruel y vigilante, ¡nosotros dormidos, descuidados y flacos! ¿Qué
maravilla es que Lucifer se haya apoderado tanto del mundo, si muchos le oyen, le admiten y siguen sus engaños y
pocos le resisten, porque se olvidan de la eterna muerte que con implacable indignación y malicia les procura? Pido yo
a los que esto leyeren, no quieran olvidar tan formidable peligro, y si no le conocen por el estado del mundo y sus
desdichas y por los daños que cada uno experimenta en sí mismo, conózcanlo a lo menos por la medicina y remedios
tantos y tan poderosos que dejó en la Iglesia nuestro Salvador y Maestro, pues no aplicara tan abundante antídoto si
nuestra dolencia y peligro de morir eternamente no fuera tan grande y formidable.
Doctrina que me dio la Reina del cielo.
1433. Hija mía, gran inteligencia has recibido con la divina luz del glorioso triunfo que mi Hijo y mi Señor alcanzó
en la Cruz de los demonios y de la opresión con que los dejó vencidos y rendidos. Pero debes entender que ignoras
mucho más de lo que has conocido de misterios tan inefables, porque viviendo en carne mortal no tiene
disposición la criatura para penetrarlos como ellos son en sí mismos, y la divina Providencia reserva su total
conocimiento para premio de los santos del cielo y a su vista beatífica, donde se alcanzan estos misterios con
perfecta penetración, y también para confusión de los réprobos en el grado que lo conocerán al fin de su carrera. Pero
basta lo que has entendido para quedar enseñada del peligro de la vida mortal y alentada con la esperanza de vencer a
tus enemigos. Y quiero también que adviertas mucho la nueva indignación que contra ti ha concebido el Dragón por lo
que dejas escrito en este capítulo. Siempre la ha tenido y procurado impedirte para que no escribieras mi Vida, y tú lo
has conocido en todo su discurso. Pero ahora se ha irritado su soberbia de nuevo por lo que has manifestado, la
humillación, quebranto y ruina que recibió en la muerte de mi Hijo santísimo y el estado en que le dejó y los arbitrios
que fabricó con sus demonios para vengar su caída en los hijos de Adán y más en los de la Santa Iglesia. Todo esto le
ha turbado y alterado de nuevo, por ver que se manifiesta a los que lo ignoraban. Y tú sentirás esta indignación en los
trabajos que moverá contra ti, con varias tentaciones y persecuciones, que ya has comenzado a reconocer y a
experimentar la saña y crueldad de este enemigo; y te aviso para que estés muy advertida.
1434. Admiración te causa, y con razón, haber conocido por una parte el poder de los merecimientos de mi Hijo y
redención humana y la ruina y debilitación que causó en los demonios, y por otra parte verlos tan poderosos y
señoreando al mundo con formidable osadía. Y aunque a esta admiración te responde la luz que se te ha dado en lo que
dejas escrito, quiero añadirte más, para que tu cuidado sea mayor contra enemigos tan llenos de malicia. Cierto es que
cuando conocieron el sacramento de la Encarnación y Redención y que mi Hijo santísimo había nacido tan pobre,
humilde y despreciado, su vida, milagros, pasión y muerte misteriosa, y todo lo demás que obró en el mundo para traer
a sí a los hombres, quedó Lucifer y sus demonios debilitados y sin fuerzas para tentar a los fieles, como solían a los
demás, y como siempre deseaban. En la primitiva Iglesia perseveró muchos años este terror de los demonios y el temor
que tenían a los bautizados y seguidores de Cristo nuestro Señor, porque resplandecía en ellos la virtud divina por
medio de la imitación y fervor con que profesaban su santa fe, seguían la doctrina del Evangelio, ejecutaban las
virtudes con heroicos y ferventísimos actos de amor, de humildad, paciencia y desprecio de las vanidades y engaños
aparentes del mundo; y muchos derramaban su sangre y daban la vida por Cristo nuestro Señor y hacían obras
excelentes y admirables por la exaltación de su santo nombre. Esta invencible fortaleza les redundaba de estar tan
inmediatos a la pasión y muerte de su Redentor y tener más presente el prodigioso ejemplar de su grandiosa paciencia
y humildad, y por ser menos tentados de los demonios, que no pudieron levantarse del pesado aterramiento en que los
dejó el triunfo del divino Crucificado.
1435. Esta imagen viva e imitación de Cristo, que reconocían los demonios en aquellos primeros hijos de la Iglesia,
temían de manera que no se atrevían a llegar a ellos y luego huían de su presencia, como sucedía con los Apóstoles y
los demás justos que gozaron de la doctrina de mi Hijo santísimo. Ofrecían al Altísimo en su perfectísimo obrar las
primicias de la gracia y Redención. Y lo mismo sucediera hasta ahora, como se ve y experimenta en los perfectos y
santos, si todos los católicos admitieran la gracia, obraran con ella, no la tuvieran vacía y siguieran el camino de la
cruz, como el mismo Lucifer lo temió, y lo dejas escrito. Pero luego con el tiempo se comenzó a resfriar la caridad, el
fervor y devoción en muchos fieles, y fueron olvidando el beneficio de la Redención, admitieron las inclinaciones y
deseos carnales, amaron la vanidad y la codicia y se han dejado engañar y fascinar de las fabulaciones falsas de
Lucifer, con que han oscurecido la gloria del Señor y se han entregado a sus mortales enemigos. Con esta fea ingratitud
ha llegado el mundo al infelicísimo estado que tiene, y los demonios han levantado su soberbia contra Dios,
presumiendo apoderarse de todos los hijos de Adán, por el olvido y descuido de los católicos. Y llega su osadía a
intentar la destrucción de toda la Iglesia, pervirtiendo a tantos que la nieguen, y a los que están en ella que la
desestimen o que no se aprovechen del precio de la sangre y muerte de su Redentor. Y la mayor calamidad es que no
acaban de conocer este daño muchos católicos, ni cuidan del remedio, aunque pueden presumir han llegado a los
tiempos que mi Hijo santísimo amenazó cuando habló a las hijas de Jerusalén (Lc 23, 28), que serían dichosas las
estériles y muchos pedirían a los montes y collados que los enterrasen y cayesen sobre ellos, para no ver el incendio de
tan feas culpas como van talando a los hijos de perdición, como maderos secos y sin fruto y sin ninguna virtud. En este
mal siglo vives, oh hija mía, y para que no te comprenda la perdición de tantas almas, llórala con amargura de corazón
y nunca olvides los misterios de la encarnación, pasión y muerte de mi Hijo santísimo, que quiero los agradezcas tú
por muchos que los desprecian. Y te aseguro que sola esta memoria y meditación es de gran terror para el infierno y
atormenta y aleja a los demonios, y ellos huyen y se apartan de los que con agradecimiento se acuerdan de la vida y
misterios de mi Hijo santísimo.

No hay comentarios: